Orcar Dancourt y Kurt Burneo, que
fueron parte del directorio del Banco Central que implementó el sistema de
metas de inflación en el año 2002, acaban de afirmar (Gestión, 03-02-2016) que fue un error bajar la meta de inflación de
2.5% a 2%. Totalmente de acuerdo. En nuestro artículo (La República, 28-02-2007) «Cambios
Contraproducentes en la Política Monetaria», advertíamos que esta disminución
--supuestamente orientada a «fortalecer la confianza en el sol y reducir la
vulnerabilidad de la economía»--, ponía en riesgo su cumplimiento en una
economía que como la nuestra está expuesta a choques de oferta adversos,
especialmente externos. En 2007, el directorio presidido por Julio Velarde
redujo la meta, en pleno auge económico y cuando se acentuaba la tendencia a la
apreciación del sol. Recuerdo que Velarde expresó su adhesión, en público, a la
flexibilidad cambiaria, es decir, su explícito desacuerdo con la regla de
intervenciones esterilizadas en el mercado cambiario, introducida por el
directorio presidido por Dancourt.
Subir
la meta y ampliar el rango
Era claro que al terminar el auge de
los precios de la materias primas y cambiar de orientación la política
monetaria de los Estados Unidos, el alza del tipo de cambio (la depreciación
del sol) pondría en riesgo el cumplimiento de la meta. Y esto es precisamente
lo que está ocurriendo ahora. Como señalan Dancourt y Burneo «entre 2014-2015,
la inflación estuvo fuera del rango meta el 87% del período».
¿Qué hacer? Considerando la estructura
productiva de nuestra economía --que la expone a choques de oferta adversos--,
en nuestro artículo (Diario UNO,
25-07-2015) «Repensando la política
económica para el Perú del siglo XXI» propusimos elevar la meta de
inflación, junto a otras medidas que discuto a continuación. ¿Cuál debería ser
la meta y el rango adecuado para una economía como la nuestra? La respuesta no
es taxativa y dependerá, ciertamente, de si el aumento de uno o de ambos se
acompaña con cambios estructurales que nos saquen del actual estilo de
crecimiento primario exportador.
Algunos
economistas se oponen a esta propuesta. Argumentan que se pone en riesgo la
reputación del Banco Central, cuando la meta y el rango de la inflación no se
mantienen por períodos largos. Esto sin duda es relativo. La disminución de la
meta en enero de 2007, después de solo cinco años, no tuvo ese efecto. Además, después
de nueve años de su reducción, ni se ha fortalecido la confianza en el sol ni se ha reducido
la vulnerabilidad de la economía. La señal estuvo equivocada y hay que
cambiarla antes que sea demasiado tarde.
El otro argumento es que la meta y el
rango anunciados no se cumplen, en los hechos, por la alta volatilidad del tipo
de cambio. Como evidencia de este argumento se mencionan a Brasil, Uruguay,
Colombia y Chile. En todos estos países la inflación está por encima del límite
superior de la banda. Si estos hechos son claros, elevar la meta y extender el
rango, dicen estos economistas, no tiene sentido.
Mal
de muchos, consuelo de tontos
Los dos argumentos
son deleznables. Es mejor tomar una decisión con fundamentos adecuados y no con
una impostura como lo hizo el directorio presidido por Velarde. Lo que en el
fondo se pretendía con la disminución de la meta de inflación era –como
sugieren Dancourt y Burneo— exculpar políticamente al presidente de la
hiperinflación, Alan García. Por lo demás, han pasado nueve años de una meta
incumplida en la mayor parte de ese período. ¿No es suficiente tiempo para que
el Banco Central cambie su meta de inflación? ¿Cuál es el «largo periodo»
adecuado». Repetimos, aquí lo que importa es la señal y su contenido
explicativo
De otro
lado, argumentar que no tiene sentido elevar la meta porque su incumplimiento es
casi generalizado en los países emergentes, es «consuelo de tontos». Nos están diciendo que la desgracia del
incumplimiento es más llevadera, porque este incumplimiento afecta a un número
importante de países. Los que sostienen esta posición, no dicen que están en
contra de mantener un
tipo de cambio real alto y competitivo por largos períodos, aplicando
eficientemente la regla de intervenciones esterilizadas en el mercado
cambiario. Son «neoliberales globalizados». Han olvidado que la «trinidad
imposible» de Mundell indica que pueden adoptarse restricciones al movimiento internacional de capitales. Son los mismos
que callaron, cuando, también en 2007, la administración de Velarde, eliminó la
política de encaje que en 2004 «se impuso a los adeudados con el exterior de la
banca comercial», promoviendo con ello el aumento del crédito en moneda
extranjera (ME).
Con casi un
tercio de los créditos en ME –además de la inflación--, Velarde tiene ahora
mucho temor al incremento del tipo de cambio.
En su esfuerzo por impedir que suba, ha «quemado» casi el 50% de la
reservas del Banco Central. Estas representan solo el 13% del PBI de 2015.
A
modo de conclusión
Esos mismos economistas justifican el
revoltijo que hizo Velarde en la política monetaria. Utilizó como instrumento el
encaje, además de la tasa de interés de referencia. Pontifican, sin rubor, que
en un sistema financiero dominado por bancos «se puede recurrir a la tasa de
encaje bancaria como sustituto de la tasa de interés». Callaron cuando los
Velarde y Castilla dolarizaron y dizque «internacionalizaron» a nuestro mercado
de capitales subdesarrollado. No hicieron ni hacen nada por fortalecer el mercado doméstico de capitales
en soles, para mejorar de esta manera la eficiencia de la tasa de interés como
instrumento de la política monetaria.
Publicado en el Diario UNO, el sábado 5 de marzo de 2016
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