La gran lección de la crisis internacional es que las economías capitalistas de mercado son inherentemente inestables y que, por lo tanto, requieren de la intervención estabilizadora del Estado. Esta es la proposición que diferencia al modelo teórico keynesiano del neoclásico-liberal. La imposición de este último en nuestro país significó el desmantelamiento de la poca institucionalidad estatal existente y la destrucción de los estándares regulatorios. Pero, sobre todo, el neoliberalismo significó la reimplantación de un modelo primario exportador, a costa del desarrollo de los mercados internos, modelo que siempre fue muy vulnerable a las crisis reales y financieras internacionales.
Mayor incertidumbre mayor preferencia por el dólar
Específicamente, la actual crisis sin precedentes que atraviesa el centro de la economía mundial, tiene su origen en un sistema bancario extensamente desregulado y en las políticas de laissez faire que se aplicaron en las últimas décadas. Para amortiguar los efectos inevitables sobre el Perú de esta crisis que ha provocado el desplome generalizado de los precios de las materias primas de exportación y una salida masiva de capitales de toda la periferia, hemos sugerido en ocasiones anteriores bajar la tasa de interés de referencia, aumentar el gasto en inversión pública, dejar subir en algo el tipo de cambio para no perder tantas reservas, y elevar los aranceles a las importaciones.
El propósito de estas medidas era enfrentar los efectos recesivos de esta crisis y el consecuente deterioro de la cuenta corriente y la cuenta capital de la balanza de pagos. Pero la demora en la ejecución del plan de estímulo económico, su monto reducido, la disminución microscópica de la tasa de referencia, la ausencia de medidas para privilegiar el crédito en soles, el rechazo al uso de aranceles y la creciente pérdida de reservas, todo esto junto al desconocimiento del período de duración de la crisis internacional, está aumentando la incertidumbre y, por lo tanto, fortaleciendo la preferencia por el dólar entre los consumidores e inversionistas locales.
Keynes decía que «nuestro deseo de mantener dinero como medio de conservar riqueza es una medida del grado de confianza en nuestros acuerdos y estimaciones acerca del futuro». En una economía semidolarizada como la nuestra, se tiende a ahorrar o a atesorar en dólares en circunstancias donde se incrementa la incertidumbre. Esto originaría una mayor corrida hacia el dólar que exacerbaría la presión al alza del tipo de cambio originada por el déficit en la cuenta corriente y por la caída de las inversiones extranjeras que se registran en la cuenta de capitales. En estas condiciones, la política de dinero barato puede fracasar estrepitosamente, pues en lugar de aumentar el gasto, se tiende a ahorrar (atesorar), pero en dólares. «Uno puede llevar el caballo al agua, dice el adagio, pero no puede obligarlo a que se la tome».
Las últimas cifras de la balanza de pagos revelan que la presión al alza del tipo de cambio no sólo tiene su origen en el déficit de la cuenta corriente, sino también en el déficit de la cuenta financiera (véase en el Cuadro las cifras del IV trimestre del 2008). Si estos déficits persisten, el aumento de la incertidumbre agudizará, más temprano que tarde, la corrida hacia el dólar.
Mayor incertidumbre mayor preferencia por el dólar
Específicamente, la actual crisis sin precedentes que atraviesa el centro de la economía mundial, tiene su origen en un sistema bancario extensamente desregulado y en las políticas de laissez faire que se aplicaron en las últimas décadas. Para amortiguar los efectos inevitables sobre el Perú de esta crisis que ha provocado el desplome generalizado de los precios de las materias primas de exportación y una salida masiva de capitales de toda la periferia, hemos sugerido en ocasiones anteriores bajar la tasa de interés de referencia, aumentar el gasto en inversión pública, dejar subir en algo el tipo de cambio para no perder tantas reservas, y elevar los aranceles a las importaciones.
El propósito de estas medidas era enfrentar los efectos recesivos de esta crisis y el consecuente deterioro de la cuenta corriente y la cuenta capital de la balanza de pagos. Pero la demora en la ejecución del plan de estímulo económico, su monto reducido, la disminución microscópica de la tasa de referencia, la ausencia de medidas para privilegiar el crédito en soles, el rechazo al uso de aranceles y la creciente pérdida de reservas, todo esto junto al desconocimiento del período de duración de la crisis internacional, está aumentando la incertidumbre y, por lo tanto, fortaleciendo la preferencia por el dólar entre los consumidores e inversionistas locales.
Keynes decía que «nuestro deseo de mantener dinero como medio de conservar riqueza es una medida del grado de confianza en nuestros acuerdos y estimaciones acerca del futuro». En una economía semidolarizada como la nuestra, se tiende a ahorrar o a atesorar en dólares en circunstancias donde se incrementa la incertidumbre. Esto originaría una mayor corrida hacia el dólar que exacerbaría la presión al alza del tipo de cambio originada por el déficit en la cuenta corriente y por la caída de las inversiones extranjeras que se registran en la cuenta de capitales. En estas condiciones, la política de dinero barato puede fracasar estrepitosamente, pues en lugar de aumentar el gasto, se tiende a ahorrar (atesorar), pero en dólares. «Uno puede llevar el caballo al agua, dice el adagio, pero no puede obligarlo a que se la tome».
Las últimas cifras de la balanza de pagos revelan que la presión al alza del tipo de cambio no sólo tiene su origen en el déficit de la cuenta corriente, sino también en el déficit de la cuenta financiera (véase en el Cuadro las cifras del IV trimestre del 2008). Si estos déficits persisten, el aumento de la incertidumbre agudizará, más temprano que tarde, la corrida hacia el dólar.
La incertidumbre y la inversión privada
La incertidumbre acerca de la duración de la recesión internacional y acerca de la efectividad de las medidas de estímulo económico adoptadas por el gobierno, también deprime las inversiones. Las inversiones se paralizan o se postergan cuando aumentan las posibilidades de cometer grandes errores. Se equivoca Alan García cuando afirma que «hay que ser bien tonto para decir, esperaré comenzar mi inversión cuando el mundo se reactive...el temeroso, el asustado, sigue esperando». En tiempos de crisis, en nuestra economía, aumenta la propensión a atesorar en dólares, a no endeudarse y/o a no prestar.
Entonces, para enfrentar la recesión económica inducida por la crisis externa hay que recurrir fundamentalmente al incremento del gasto fiscal. Se puede seguir bajando la tasa de interés real de referencia, pero el único gasto que no adolece de los problemas de confianza frente a la incertidumbre es el gasto público. Y, para que este incremento del gasto y, por lo tanto, de la demanda agregada, no agrave el déficit externo, hay que imponer aranceles a las importaciones y dejar que se recupere el tipo de cambio real por lo menos al nivel de inicios de este gobierno.
Estas últimas medidas son importantes para no perder más reservas y, por lo tanto, para no vernos obligados, ante una significativa corrida hacia el dólar, a retornar al control de capitales. Es importante adelantarse al ataque especulativo contra nuestra moneda y a la salida masiva de capitales.
Un nuevo estilo de crecimiento
El tipo y volumen del gasto público son cruciales no sólo para enfrentar los efectos depresivos de la crisis internacional, sino también para sentar las bases de un estilo de crecimiento enraizado en los mercados internos, ganando competitividad con aumentos en la productividad y no con el abaratamiento del costo del trabajo. Debe implementarse un programa de inversión pública quinquenal, con una visión de ocupación del territorio, por un monto anual equivalente, como mínimo, al 8% del PBI. El programa debe comprender inversión en infraestructura económica (buenas carreteras para facilitar a futuro una nueva demarcación regional, buenos puertos y aeropuertos, sistemas de comunicación y electrificación, etc.) e infraestructura social (buenos módulos educativos con equipamiento profesional, buenos hospitales y postas médicas, reordenamiento de las universidades para asegurar su alta calidad, dos o tres centros de investigación y desarrollo, etc.). En el futuro, 4% del PBI debe ser destinado a mantenimiento de la infraestructura.
Este tipo de inversión pública es un factor de atracción de la inversión privada, porque hace posible la creación y expansión de mercados internos a lo largo y ancho del país. En su financiamiento deben participar las AFPs a través del mercado de capitales, en soles. Las modalidades administrativas o empresariales que adopte, deben ser acompañadas por grupos (de funcionarios) especializados para asegurar la calidad de su ejecución en los plazos previstos y la transparencia del gasto.
La incertidumbre acerca de la duración de la recesión internacional y acerca de la efectividad de las medidas de estímulo económico adoptadas por el gobierno, también deprime las inversiones. Las inversiones se paralizan o se postergan cuando aumentan las posibilidades de cometer grandes errores. Se equivoca Alan García cuando afirma que «hay que ser bien tonto para decir, esperaré comenzar mi inversión cuando el mundo se reactive...el temeroso, el asustado, sigue esperando». En tiempos de crisis, en nuestra economía, aumenta la propensión a atesorar en dólares, a no endeudarse y/o a no prestar.
Entonces, para enfrentar la recesión económica inducida por la crisis externa hay que recurrir fundamentalmente al incremento del gasto fiscal. Se puede seguir bajando la tasa de interés real de referencia, pero el único gasto que no adolece de los problemas de confianza frente a la incertidumbre es el gasto público. Y, para que este incremento del gasto y, por lo tanto, de la demanda agregada, no agrave el déficit externo, hay que imponer aranceles a las importaciones y dejar que se recupere el tipo de cambio real por lo menos al nivel de inicios de este gobierno.
Estas últimas medidas son importantes para no perder más reservas y, por lo tanto, para no vernos obligados, ante una significativa corrida hacia el dólar, a retornar al control de capitales. Es importante adelantarse al ataque especulativo contra nuestra moneda y a la salida masiva de capitales.
Un nuevo estilo de crecimiento
El tipo y volumen del gasto público son cruciales no sólo para enfrentar los efectos depresivos de la crisis internacional, sino también para sentar las bases de un estilo de crecimiento enraizado en los mercados internos, ganando competitividad con aumentos en la productividad y no con el abaratamiento del costo del trabajo. Debe implementarse un programa de inversión pública quinquenal, con una visión de ocupación del territorio, por un monto anual equivalente, como mínimo, al 8% del PBI. El programa debe comprender inversión en infraestructura económica (buenas carreteras para facilitar a futuro una nueva demarcación regional, buenos puertos y aeropuertos, sistemas de comunicación y electrificación, etc.) e infraestructura social (buenos módulos educativos con equipamiento profesional, buenos hospitales y postas médicas, reordenamiento de las universidades para asegurar su alta calidad, dos o tres centros de investigación y desarrollo, etc.). En el futuro, 4% del PBI debe ser destinado a mantenimiento de la infraestructura.
Este tipo de inversión pública es un factor de atracción de la inversión privada, porque hace posible la creación y expansión de mercados internos a lo largo y ancho del país. En su financiamiento deben participar las AFPs a través del mercado de capitales, en soles. Las modalidades administrativas o empresariales que adopte, deben ser acompañadas por grupos (de funcionarios) especializados para asegurar la calidad de su ejecución en los plazos previstos y la transparencia del gasto.
Publicado en el diario La República