El exministro de economía Luis Carranza,
dirigiéndose explícitamente a los candidatos presidenciales, acaba de decir que
elevar el salario mínimo en cualquier cifra «sería sumamente perjudicial para
la economía peruana» (Gestión: 07-03-2016). Entre los candidatos que quedan y
están por encima del 8% en las encuestas, PPK y Verónika Mendoza, son los
únicos que proponen aumentarlo; aunque la candidata Mendoza es la que plantea
el mayor incremento (de 750 a 1000 soles) y la que mejor justifica su
pertinencia.
Salario
mínimo e informalidad
Carranza repite, sin ruborizarse, que el
aumento del salario mínimo expande la informalidad porque «destruye la formalidad en las empresas que están al límite de su productividad (como
las mypes)». En otras palabras, el ex
ministro nos está diciendo que cuánto menor es el salario mínimo menor es la
informalidad porque los aumentos de los salarios destruyen la formalidad. ¿Cómo
llega a esta conclusión.
Supongamos que las elasticidades
salario de la oferta y demanda de trabajo en el sector formal son tales que
cuando aumenta el salario mínimo, la demanda de trabajo en el sector formal se
reduce. Esta reducción daría lugar a un aumento del desempleo y a una
disminución del ingreso de los informales. Esto último ocurriría porque «se
elevaría la oferta de trabajo en el sector informal. La productividad de los
trabajadores informales se reduciría porque ahora tendría que repartirse un
mismo volumen de ventas entre un mayor número de trabajadores informales» (Ros,
2015). La conclusión, entonces, sería que el aumento del salario mínimo incrementa
la informalidad. «Tener baja
productividad, sobrecostos laborales (incluido el salario mínimo) y exceso de
regulación laboral es una trinidad que no hace bien al país», sentencia Luis
Carranza.
Pero, el exministro ha olvidado el efecto
más importante del aumento del salario mínimo. Cuando se eleva el diferencial
de ingresos salariales entre el sector formal e informal, «la oferta de trabajo
hacia el sector formal aumenta, lo que tiende a elevar los ingresos de los
trabajadores informales puesto que se reparten entre sí un volumen de ventas
igual entre menos trabajadores. La búsqueda de empleo en el sector formal –dice
Ros-- se vuelve más atractiva». Este es el famoso «efecto faro del salario
mínimo» que acuñaron Paulo Souza y Paulo Baltar en el año 1980: los aumentos en
el salario mínimo del sector formal, inducen a aumentos de ingresos en el
sector informal. La evidencia empírica
muestra que este efecto es el que predomina en los países en desarrollo.
Hay que mencionar, sin embargo, que esta
discusión deja fuera del debate la causa fundamental de la informalidad. La
causa de la creación de empleos informales es la baja tasa de crecimiento de la
capacidad productiva per cápita en relación a la tasa de crecimiento de la
fuerza laboral. El estilo de crecimiento primario exportador que ha descuidado
la creación y desarrollo de mercados internos, es el que ha promovido y sigue
promoviendo ganancias espurias de competitividad mediante el abaratamiento de
los costos laborales y la eliminación del poder de negociación de los
trabajadores con la flexibilización laboral.
No es casual que los que adhieren a este modelo neoliberal –como el ex
ministro Carranza-- afirmen que el efecto demanda del incremento del salario
mínimo es sólo de corto plazo.
Los
legitimadores de la pobreza
Carranza no asocia el alza del salario
mínimo con la creación o ampliación del mercado interno, porque está pensando
sólo en la producción para la exportación. Aboga por una mayor flexibilidad
laboral precisamente para abaratar más el precio del trabajo. Al optar por
ingresos y empleos precarios pagando bajos salarios y sin derechos laborales,
legitima la pobreza.
Adam Smith --para quien la
productividad es un fenómeno macroeconómico--, estuvo en contra de los empleos
y salarios precarios porque no estimulan la productividad. «Los salarios del
trabajo –decía Smith-- son un estimulante de la actividad productiva, la cual
como cualquier otra actividad humana, mejora proporcionalmente al estímulo que
recibe (…) En consecuencia nos encontramos que allí donde los salarios del
trabajo son crecidos, los obreros son más activos, diligentes y expeditivos que
donde son bajos».
Asimismo, Adam Smith --que nunca
defendió el mercado auto-regulado--, sabía que los trabajadores no organizados
carecían de capacidad de negociación con sus empleadores. Sabemos que los salarios
dependen de los contratos explícitos o implícitos celebrados entre patronos y
obreros. «Sin embargo --afirmaba Smith--
no es difícil de prever cuál de las dos partes saldrá gananciosa en la disputa,
en la mayor parte de los casos, y podrá forzar a la otra a contentarse con sus
términos. Los patronos, siendo menos en número, se pueden poner de acuerdo más
fácilmente, además de que las leyes autorizan sus asociaciones, o por lo menos
no las prohíben, mientras que en el caso de los trabajadores, las desautorizan.
(…) En disputas de esta índole los
patronos pueden resistir mucho más tiempo. Un propietario, un colono, un
fabricante o un comerciante, pueden generalmente vivir un año o dos,
disponiendo del capital previamente adquirido. La mayor parte de los
trabajadores no podrán subsistir una semana, pocos resistirán un mes, y apenas
habrá uno que soporte un año sin empleo. A largo plazo tanto el trabajador como
el patrono se necesitan mutuamente pero con distinta urgencia».
A
modo de conclusión
La utilización del salario mínimo como
instrumento de política de ingresos es posible solo en un estilo de crecimiento
distinto al neoliberal. Y, cambiar este modelo significa la construcción de la
economía nacional desarrollando mercados internos, y el rescate de la soberanía
en las decisiones de política económica.
Publicado en el Diario UNO, el sábado 19 de marzo.
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