Los economistas neoliberales que acusan de “populista” a Toledo adolecen, por alguna razón, de monomanía fujimorista. No les importa que en diez años de fujimorismo los ingresos reales de los trabajadores formales e informales no recuperaron sus altos niveles registrados en los años 80; que los salarios reales de los trabajadores se estancaron en el nivel que alcanzaron en 1989; que no disminuyeron los empleos de refugio, de mala calidad y precarios por inestables y carentes de beneficios sociales; que en lugar de crear más puestos de trabajo asalariado estables el fujimorismo los disminuyó en cerca de 20% comparado con el múnero de estos puestos que existía en 1988-1992; que el fujimorismo ha reducido el porcentaje de la PEA asegurada del 48% que heredó del anterior gobierno a 27%; que no ha disminuido la pobreza a pesar de ser usufructario de ingentes donaciones internacionales; en fin…que el fujimorismo ha sido incapaz de superar la difícil situación social y económica que heredó de los ochenta.
La monomanía fujimorista de los neoliberales
El uso peyorativo del adjetivo “populista” es una práctica sin ética. Todos los que ponen en duda las “monsergas neoliberales” de equilibrio fiscal, de banca sin participación del Estado, de flexibilidad laboral (que congela sueldos y salarios), de combate a la pobreza sólo con programas de ayuda, de privatización antinacional, de simultánea apertura comercial y financiera, etc., etc., son acusados por los economistas del fujimorismo de tener vínculos con el cuco Alan García. Pero si el régimen que apoyan sube los salarios mínimos y ofrece crear un banco magisterial, si acude a salvar a los bancos incrementando los depósitos del gobierno, si convierte al Estado en accionista mayoritario de un banco conocido, etc., etc., estos economistas callan en todos los idiomas.
Y, ¿por qué callan?, preguntará el lector. Porque no tienen un comportamiento moral. Varios de estos economistas han sido funcionarios de alto nivel. Uno de ellos nos bombardeó con propaganda sobre las virtudes de las AFPs (antes de su creación) y cuando después se crearon apareció muy orondo como principal accionista de una de ellas. Otro funcionario estuvo en el comité de privatización de una empresa pública de transporte aéreo y después de consumada la venta apareció como miembro o presidente del directorio de la empresa privatizada. Ninguno de estos economistas funcionarios se preocupó de dar detalles sobre la compra de papeles de la deuda externa. Ninguno de estos economistas denunció como una intromisión estatal el rescate de varios bancos privados con fondos públicos, etc. etc. El lector podrá deducir por qué la monomanía fujimorista de estos economistas. ¿Qué les ocurriría si pierde Fujimori?.
Las monsergas neoliberales y el populismo
Estos mismos economistas que temen a los déficit fiscales que se producirían, según dicen, con los aumentos de sueldos que propone uno de los canditatos que acusan de “populista”, no pueden explicar por qué el déficit de cerca de 3% generado el año 1999 no fue inflacionario sino que por el contrario se produjo simultáneamente con la disminución de la inflación de 6% a 3.5%. Para estos economistas, todo aquel que ose violar las monsergas económicas neoliberales --por ejemplo, aumentando los sueldos de los maestros, haciendo accesible el crédito a los agricultores, reduciendo el IGV y el ISC, modificando la composición del gasto fiscal para orientar los recursos hacia un programa de inversiones que haga sostenible el crecimiento, renegociar la deuda, o elevar el salario mínimo al nivel del costo de una canasta de consumo masivo— es un “populista”. Este adjetivo no se aplica a su gobierno si es este el que hace las violaciones.
El Ing. Fujimori no sabe, ni tiene por qué saber, qué es populimo, qué es estabilidad económica, qué es equilibrio fiscal y qué es manejo monetario responsable, pero a fuerza de repetir ha logrado, con el apoyo y coreo de sus nefandos economistas y medios de comunicación que controla, que académicos, políticos y periodistas bien intencionados e ilustrados, y también algunos intonsos, utilicen peyorativamente esos términos. El desprestigio del concepto populismo –como nos recuerda Nicolás Lynch—hace que se ignore la influencia populista en la democratización de América Latina, en términos de acceso a derechos sociales y políticos, de la construcción de ciudadanía, y del desarrollo de la sociedad civil y de los espacios públicos. El sesgo económico de este concepto es igualmente peyorativo: “populismo económico” es excesivo gasto fiscal, uso activo de las políticas fiscal y monetaria, orientación redistributiva de las políticas y, en general, intervención económica del Estado. El desprestigio de estos conceptos económicos y la aceptación conmovedora del adjetivo “populista” para calificarlos por parte de periodistas y también de políticos de la oposición, hace que reine la mediocridad y la ausencia de rigor en el debate económico.
Hay que afirmar cada vez que sea necesario y posible, que el gasto fiscal deficitario (o la política fiscal expansiva) es útil cuando el sector privado de una economía concreta, registra superávit financiero. Que el carácter excesivo o no del gasto fiscal es un concepto relativo. ¿Alguien puede decir si es excesivo el gasto fiscal asociado a un déficit de 4.5%?. ¿Qué tendría que pasar para que sea inflacionario?. Por otro lado, si el objetivo de la política fiscal es mantener una cuenta corriente de la balanza de pagos en niveles sostenibles y consistentes con la tasa de crecimiento de la economía, no puede utilizarse la camisa de fuerza del llamado equilibrio fiscal. El signo de las metas fiscales dependerá de los déficit o superávit financieros del sector privado. ¿Saben nuestros economistas neoliberales que uno de los criterios de convergencia para la adopción de una moneda única por los países europeos fue el de operar, si fuera el caso, con un déficit fiscal que no exceda el 3% de su PBI?
La importancia de las políticas de demanda
Los economistas neoliberales no entienden cuál debería ser el papel de un Estado Moderno. Rechazan las políticas de reactivación de la demanda y se espantan frente a políticas redistribucionistas como los aumentos de sueldos y salarios. Han impuesto, con la ayuda de los hilos del poder, una moda apabullante de rechazo a toda política de demanda. Peor, no toleran hablar ni escuchar de la necesidad de alguna intervención económica de Estado. Creo que es hora de defender las políticas de demanda, pero ciertamente sin olvidarnos que el problema del país es también de oferta efectiva. Hay que rechazar la trampa neoliberal.
Los neoliberales no saben que las políticas de demanda y de redistribución son útiles en economías que operan con un sector importante que no está limitado por el lado de la oferta. No saben que se puede utilizar la composición de los gastos e ingresos fiscales como instrumentos de política para propiciar una recomposición del gasto interno de modo de hacerlo compatible con los propósitos de reactivación o para generar, a mediano plazo, una composición del gasto interno entre consumo e inversión que contribuya al crecimiento económico sostenido. Tampoco saben que un gasto deficitario transitorio originado, por ejemplo, por el aumento de sueldos – y, ciertamente, como parte de un programa económico alternativo—, podría tener un efecto reactivador significativo.
Los neoliberales no creen en las políticas de demanda porque adhieren a una corriente teórica que privilegia los factores de oferta y postulan que la economía de mercado libre tiende automáticamente al pleno empleo. Como han regresado a la economía del siglo XIX, esperan que nuestra economía salga automáticamente de la recesión. No saben que las políticas fiscal y monetaria se usan para estabilizar la economía y que, por lo tanto, las políticas de demanda permiten administrar el auge y las recesiones. Y no saben qué es estabilización porque creen que este gobierno ha estabilizado la economía al bajar notoriamente la inflación y no se sorprenden que lo hizo a costa de agudizar el desequilibrio externo.
Diario La República