Hace algunas semanas, un alumno, cuando salía de mis clases de teoría del crecimiento, me hizo las siguientes preguntas: ¿En qué se basa el Congreso de la República para afirmar que los trabajadores del Banco Central tienen salarios elevados? ¿Acaso su referencia es el decreto de austeridad impuesto por este gobierno? ¿No cree usted que la disminución de sueldos efectuada al amparo de ese decreto, es un atentando contra la esperanza de nosotros los jóvenes que aspiramos a tener mejores condiciones de vida cuando seamos profesionales?
Me quedé turbado con las preguntas. Todas reflejaban una especie de desengaño anticipado por el esfuerzo económico que supone estudiar en la universidad. Reaccioné instintivamente, afirmando, para atenuar su frustración, que los jóvenes son la esperanza; por lo tanto, mientras ustedes sigan siendo jóvenes, no podrán perderla, a menos, claro está, que renuncien a su propia juventud. Mencioné a José Enrique Rodó, para quien «las prendas del espíritu joven -el entusiasmo y la esperanza- corresponden en las armonías de la historia y la naturaleza, al movimiento y a la luz». También recordé a José Ingenieros, a Romaín Rolland y, ciertamente, a Manuel Gonzalez Prada, de quien Mariátegui admiraba su «austero ejemplo moral».
Salarios y Productividad
Mi respuesta no le satisfizo. Para él, sin duda, era una huida. ¿No hay acaso, me dijo, una teoría de los salarios vinculada a la calificación de los trabajadores y, por lo tanto, a su eficiencia? Efectivamente, respondí. Incluso, hay otra, como la del economista clásico Ricardo, según la cual el salario no se determina en el mercado, pues en su determinación influyen no sólo razones económicas, sino también sociales: el salario debe ser suficiente para que el trabajador pueda reproducir no sólo su capacidad de trabajar sino también la de su familia.
¿No desarrolló usted en su curso de macroeconomía, preguntó otro alumno, un modelo donde el esfuerzo del trabajador responde directamente al nivel de su salario real? Es cierto, le respondí. Según este modelo, las empresas pagan un salario más alto que el que equilibraría el mercado; si no lo hicieran, perderían porque sus trabajadores se «volverían menos productivos» o migrarían, acotó él, a empleos donde se les reconozcan mejor su calificación y experiencia. El mercado de trabajo no se equilibra. Hay desempleados que estarían dispuestos a trabajar por salarios más bajos. Si las empresas los contrataran, despidiendo a sus trabajadores con experiencia, afectarían la productividad y, por lo tanto, sus ganancias. El salario que pagan, más alto que el que equilibraría el mercado es, entonces, un salario de eficiencia.
Desregulación y sobreexplotación
Hay otras teorías, les dije. Por ejemplo, Bowles, Gordon y Weisskopf, sostienen que la estructura social de acumulación y crecimiento de la economía norteamericana, fue modificada radicalmente por los gobiernos republicanos de los 80s, cuando, al abandonar las políticas aplicadas después de la segunda guerra mundial, deprimieron los ingresos de los trabajadores y debilitaron sus organizaciones sindicales. En efecto, fueron los republicanos de esos años que iniciaron la desregulación de los mercados, en especial del mercado de trabajo, y redujeron, mediante políticas monetarias restrictivas, la demanda y el empleo, con el objetivo de redistribuir el ingreso a favor del gran capital y en perjuicio de los trabajadores. Como consecuencia de estas medidas, se redujo la productividad del trabajo, se quebró el poder sindical, se «aplastó» la clase media y aumentó la desigualdad en la distribución del ingreso hasta los niveles registrados en los años 20s y 30s. Los ingresos de los ejecutivos de las grandes empresas, dice Krugman, crecieron, en los últimos 30 años, mucho más rápido que los ingresos de los maestros de escuela, no obstante que ambos cursan el mismo número de años de educación formal.
Fuente: MTPE
Otro alumno preguntó, ¿qué sentido tiene, entonces, la política de austeridad? ¿No se contradice con la idea de reformar el Estado, para hacerlo más eficiente con base a la calificación profesional? «Se recorta sueldos y se gasta muy poco en educación», ¿no es esto una política contraria al desarrollo del capital humano? Recordé mis viejas lecturas de Martin Carnoy, de Samuel Levy, de Gary Becker y, antes de que yo respondiera, un alumno, cuyo trabajo de tesis, dijo, versa sobre la rentabilidad de la inversión en educación, afirmó que la política de austeridad viola las leyes del mercado, porque se afecta su rentabilidad con la reducción de los ingresos decretada por el Gobierno. Pero, intercedió una alumna, el Estado fija «precios» en el «mercado de trabajadores públicos» y, sin embargo, deja «libre» el mercado de trabajadores privados, donde campea el abuso de los «services» y de la «terciarización», junto a las sobre ganancias de las empresas mineras y financieras.
La trampa de la austeridad
Mi respuesta fue otra. Los neoliberales, afirmé, han restaurado la «nordomanía», es decir, la admiración por los «usos» norteamericanos. Esta «costumbre» denunciada por Rodó a comienzos del siglo XX, fue formalizada por los políticos, en los umbrales del siglo XXI, con su adhesión al Consenso de Washington y la firma del TLC. Sus antecedentes fueron los Planes Baker y Brady, ideados precisamente por los gobiernos de Reagan y Bush en los años 80s. Desde entonces, dije, se hizo más desigual la distribución del ingreso, aumentó vergonzosamente la pobreza, se debilitaron los sindicatos, se empobreció la calidad de la educación, y se ha enajenado la soberanía del Estado a los intereses del capital transnacional. Así, la ideología de la austeridad es la coartada para dar paso a los dueños de la vida económica. Rodó decía, recordando los últimos tiempos de la república romana, que el «advenimiento de la clase enriquecida y soberbia, es uno de los antecedentes visibles de la ruina de la libertad y de la tiranía de los Césares».
Publicado en el diario La República el Domingo 8 de Julio de 2007
Tuesday, July 10, 2007
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