El actual proceso electoral está
caracterizado por la presencia de candidatos presidenciales que agravian la convivencia
moral sustentada en valores y principios, y que son indispensables para
representar a la nación. Tenemos agresores; plagiarios; coimeros; indultador de
narcos; lobistas; violadores de derechos humanos y de los derechos de las
poblaciones nativas; defensores de las esterilizaciones forzadas;
usufructuarios del dinero robado al Estado; violadores del Estado de Derecho;
cómplices del chuponeo, del rastreo y del
chantaje; en fin, candidatos que han
envilecido la política y convertido a la democracia en un engaño. Varios de
estos candidatos lideran las encuestas y en conjunto tienen entre el 60 y 70
por ciento de apoyo del electorado. Los decentes, que son pocos, tienen un
apoyo minoritario. Afamados representantes de la sub-cultura compiten por dirigir
el país. ¿Qué nos ha conducido a esta situación? ¿Desde cuándo hemos perdido
las obligaciones morales que tenemos con respecto a nuestra sociedad para tener
entre nuestras preferencias a estos candidatos?
Los
efectos de las políticas neoliberales
En los años 1980-1990 ocurrieron varios
hechos que «informalizaron» la política
y demolieron la base ideológica de los partidos políticos.
1) La crisis de la deuda externa que fue
enfrentada en toda la región –también en nuestro país--, con políticas de
ajuste y estabilización patrocinadas por el FMI y el Banco Mundial. Los Estados
Nacionales perdieron su carácter de centro
básico de decisiones soberanas
sobre sus economías; y, recularon hasta convertirse en espectadores mientras el
comercio libre y la transnacionalización definieron nuestra ubicación en la
economía globalizada. El resultado de la aplicación de estas políticas –que
inutilizaron las ideologías y programas de los partidos políticos--, es hoy conocido
como la «década perdida de América Latina».
2) El gobierno de Alan García de
1985-1990 que aparentemente se desvió del recetario neoliberal, pero
desacreditó a la política pública y al papel del Estado. Produjo una brutal contracción
del PBI per cápita (-30.2%) y de la productividad (-26.0%). Los hogares por
debajo de la línea de pobreza pasaron de 16.9% a 44.3%; el consumo per cápita
se redujo en 47%; los sueldos y salarios reales cayeron en 53%; la presión
tributaria se derrumbó hasta el 4.0% del PBI; y, el porcentaje de trabajadores
informales aumentó hasta cerca del 80%. A todo esto se sumaron las evidencias
de corrupción y de enriquecimiento ilícito que le hicieron perder credibilidad a
las instituciones del Estado.
3) El gobierno dictatorial de Fujimori de
los 1990 que profundizó la aplicación de las políticas neoliberales con las
privatizaciones, la liberalización comercial y financiera, la dolarización de
los créditos, el recorte de los derechos laborales y la flexibilización del
mercado de trabajo, junto a un manejo corrupto del dinero público y a
violaciones de los derechos humanos y del Estado de Derecho. La adopción del dogma
del mercado «libre» (auto-regulado) dio curso al individualismo «criollo» y a
la reproducción de la informalidad en la economía y en la política. La
dictadura fujimorista practicó el clientelismo, controló los medios de
comunicación, utilizó los diarios «chicha» para calumniar a sus opositores,
compró congresistas y estimuló la práctica del transfuguismo; en fin, el
fujimorismo hizo del fraude, la corrupción y el delito, una forma de gobernar.
Envileció la política y convirtió la democracia en una burla.
4) El otro hecho a tomar en cuenta es el terrorismo
de los años 1980-1992. La violencia que lastimó
fundamentalmente a los campesinos indígenas de la sierra, puso en evidencia tanto
la existencia de dos Perú (el Oficial y el Otro Perú), como la ausencia de
Estado precisamente en el Otro Perú, olvidado y discriminado del interior del
país. Sin embargo, hay que afirmar con energía que el terrorismo destruyó parte
importante la infraestructura pública y también violó derechos humanos y el
Estado de Derecho. Asesinaron a alcaldes y a comunidades enteras. Desafortunadamente
ahora la informalidad en la política ha llegado también hasta los poderes
regionales y locales.
Política
y Democracia durante el neoliberalismo
Podemos decir entonces que tanto la
destrucción de la economía por el primer gobierno de Alan García y el
terrorismo, como el neoliberalismo criollo de los noventa, junto a la práctica
de la corrupción en la gestión de los todos poderes del Estado, fueron los
creadores de la «cultura de la informalidad» --del vivo, del rentista, del
aprovechador, del privatizador de lo público, etc.--, que ha envilecido a la política
y ha convertido a la democracia en una burla. Es lo que yo llamo la «subcultura
de la yuca» que hoy practican los llamados emprendedores neoliberales y los
usufructuarios de la corrupción, entre los que se encuentran varios candidatos
y también el diario de la «concentración» que editorializa a favor del libre
mercado, pero mantiene una posición de dominio.
Esta «subcultura» que proviene del desmantelamiento
del Estado, de la caída brutal de la producción y de los ingresos reales, de la
penetración de la corrupción en casi toda la administración gubernamental del
Estado, de la compra de los medios de comunicación y de la desregulación de los
mercados que es consustancial al modelo económico neoliberal extractivista o
rentista, es la que explica la pérdida de nuestras obligaciones morales con
respecto a la sociedad de la que somos parte.
La «subcultura» de la informalidad,
extractivista o rentista, está extendida. También pertenecen a ella las empresas
que especulan contra la moneda local, que aprovechan su posición de dominio
para aumentar los precios, que especulan con el gas pagando al Estado una
regalía ridícula, y el taller «informal» donde nos roban una pieza del carro...
A
modo de conclusión
En nuestro país la política se disoció
de las ideas y se alejó absolutamente de la ética. Necesita una cura moral. Pero esta
cura moral será imposible si no cambia el actual modelo neoliberal que depreda
recursos y ecosistemas; y, que beneficia a reducidos grupos de poder que se auto-reproducen
y auto-legitiman controlando los distintos poderes del Estado.
Publicado en el Diario UNO, el sábado 20 de febrero.