Después
de la caída del muro de Berlín (1989), el neoliberalismo --doctrina que se
había desarrollado a contrapelo del llamado socialismo real--, se impone en
casi todos los países del mundo. En realidad, con la crisis del sistema de
Bretton Woods, la estanflación de los años 1970 y la crisis de la deuda externa
que se inicia en 1982, había concluido el compromiso del Estado con la democracia
de velar por los equilibrios macroeconómicos y resolver las injusticias
sociales generadas por el funcionamiento de los mercados en los países de
democracias constitucionales. Por lo tanto, las políticas neoliberales se
imponen desde los años |1979-1980 como salida a estas crisis, y su aplicación
se extiende a los países de la periferia, siguiendo el recetario del Consenso
de Washington de 1989. Pero, con las tres décadas de aplicación de las políticas
neoliberales volvieron los problemas del pasado. La distribución del ingreso se
hizo más desigual, originando la proliferación de conflictos sociales y
políticos. Los mercados desregulados generaron asimetrías de poder que causaron
la crisis internacional de 2008-2009 que aun no termina de resolverse, y que
revela el fin de la ideología neoliberal que, entre otras cosas, contrapone y
privilegia el mercado frente al Estado, abogando por su total neutralidad
económica.
La
crisis de las ideologías y del constitucionalismo liberal
La
caída del muro de Berlín (1989) puso fin a la ideología del colectivismo estatista
que servía de sustento a los partidos de izquierda que defendían el
voluntarismo colectivo frente al voluntarismo individualista de los
neoliberales. Con la crisis terminal de la economía estatal como sistema, se
impuso la ideología de los mercados desregulados. Pero, tanto en los países que
abandonaron el colectivismo estatista como en las democracias constitucionales,
la moda neoliberal en la política aceleró la degradación de los valores,
normas, e instituciones concebidas por el liberalismo decimonónico. La caída
del Estado denominado socialista, mostraba al mismo tiempo la crisis del Estado
constitucional democrático que se había mantenido larvada durante los años de
la guerra fría.
En
el mundo de hoy, entonces, ya no son relevantes las ideologías que compitieron
entre sí durante casi un siglo. A la degradación del colectivismo estatista, le
siguió la degradación del constitucionalismo liberal y de la democracia
representativa. El objetivo de la división de poderes (limitación mutua) pierde
sentido cuando el poder ejecutivo anula la capacidad fiscalizadora del
legislativo mediante el control absoluto de su bancada y sus aliados; y, cuando
el poder judicial violenta su objetivo decimonónico de constituirse en
instrumento de garantía de los derechos del sujeto individual. Siguiendo a Eloy
García, podemos decir que, cuando la judicatura traspasa los límites de la
legalidad positiva y se abre a la interpretación, adquiere la capacidad de
imponer reglas informales a los que reclaman justicia, y se somete a los
poderes políticos y económicos. Tampoco funciona el objetivo de la
representación democrática; los elegidos adquieren vida propia al margen del
pueblo o de sus electores. Las campañas electorales han sustituido el debate
ideológico y programático por el marketing, y la conformación de oligarquías
políticas vinculadas a los poderes económicos, afecta la esencia misma de la
democracia y el ejercicio de las libertades.
Para
el neoliberalismo “fuera del mercado” no hay salvación posible. La libertad económica de los individuos es la
única causa de la prosperidad; por lo tanto, no hay problema social que no lo
resuelva el mercado si la libertad económica no es interferida por el Estado. El Estado no debe limitar, sino facilitar, el
poder económico. No hay interés común ni voluntad general, y la sociedad es
solo una suma de individuos. En consecuencia, el neoliberalismo socava
definitivamente los fundamentos de la democracia que el liberalismo
decimonónico había construido. Se degradan así los principios del Estado de
Derecho, la propia naturaleza de los derechos del hombre y de su libertad, la legalidad
y la juridicidad del poder, la representación democrática y los procesos
electorales libres. En ausencia de
interés común, el predominio de los intereses individuales anula el significado
de la política como lazo de conexión social e instrumento de justicia.
Estado,
estructuras de poder y mercado
El
liberalismo y el neoliberalismo parten de una base doctrinaria común: defienden
el ámbito privado y la neutralidad del Estado.
Para defenderse del poder del Estado proponen la ausencia de sus intervenciones
en los asuntos de la economía y el mercado. Este temor al Estado proviene de la
previa existencia de Estados como estructuras despóticas de poder que
correspondían al antiguo régimen de las monarquías absolutistas. Pasado el
tiempo, este miedo al Estado que correspondía a la tradición liberal, reaparece
con el totalitarismo del llamado socialismo real que se derrumba en 1989.
Ciertamente,
el Estado es una estructura de poder, pero no es la única que existe en nuestras
sociedades. Liberales y neoliberales olvidan que en el mercado, en tanto
institución social, también se constituyen estructuras de poder que afectan el
ejercicio de la libertad y de la democracia representativa.
A
modo de conclusión
La
crisis de las ideologías ha revelado, entonces, la necesidad de replantear la
concepción de la libertad, de la democracia y del mercado. La libertad no solo debe definirse como
ausencia de interferencia del Estado. Por su parte, la democracia requiere de nuevos
mecanismos de control de los electores a sus representantes; y, para que el
mercado se constituya en un mecanismo institucional que sirva al ejercicio de
la libertad y del progreso social, debe replantear su conexión con el Estado.
Publicado en el diario La Primera, el sábado 22 .
Nota:
Mil disculpas a los lectores de este blog por ausentarme cerca de dos semanas debido a problemas de salud.