Ghezzi y Gallardo, autores de «Qué se puede hacer con el Perú: ideas para
sostener el crecimiento económico de largo plazo», dicen que el desigual
desempeño de la economía se explica fundamentalmente por la existencia de una institucionalidad débil. Sostienen
que esta debilidad institucional es «en última instancia la razón por la cual
la burocracia y las políticas públicas son imperfectas». Pero, cuando llegan al
tema de cómo resolver ese desigual desempeño, afirman que el cambio
institucional es un «proceso bastante lento y endógeno» y que, por lo tanto, no
hay mucho por hacer en este terreno.
Institucionalidad: ¿débil o extractivista?
Ellos prefieren hablar de debilidad en
lugar de extractivismo. Si la institucionalidad explica, entre otras cosas, la
ausencia de educación de calidad, la persistencia de la desigualdad y un
crecimiento económico que no se basa en aumentos de la productividad, entonces se
trata nada más y nada menos que de una institucionalidad extractivista,
rentista. Acemoglu y Robinson --cuya visión ellos califican de pesimista-- dicen que «las instituciones políticas
extractivistas concentran el poder en manos de una élite reducida y fijan pocos
límites al ejercicio de su poder. Las instituciones económicas a menudo están
estructuradas por esta élite para extraer recursos del resto de la sociedad.
Por lo tanto, las instituciones económicas extractivistas deben depender
inherentemente de las instituciones políticas extractivistas». Precisan,
además, que las instituciones económicas extractivistas «no crean incentivos
para el progreso económico ni redistribuyen simultáneamente la renta y el
poder»; en suma, no «fomentan la innovación, ni el aumento de la productividad
y de la prosperidad económica».
La «paradoja de la evasión»
Ghezzi y Gallardo dedican el 72.5% de
su texto al desarrollo de un diagnóstico en el que se destaca, de manera
recurrente, la debilidad institucional como causa del desempeño desigual de la
economía. Pero, no tienen propuestas de cambio institucional. Si la institucionalidad
–dicen-- es una «variable de estado» (endógena), entonces el cambio puede circunscribirse a
cierta burocracia y política pública (sus variables de control o exógenas). «Aquí sí se pueden hacer
cambios en el corto y mediano plazo, --dicen». Empero, esta clasificación ad hoc les sirve para oscurecer la «paradoja
de la evasión» en la que incurren. Saben que la causa del problema es la débil institucionalidad,
pero evaden diseñar «un cambio institucional».
¿Se puede hacer cambios en la
burocracia y la política económica sin hacer cambios institucionales? Para Acemoglu y Robinson, «Es el proceso
político lo que determina bajo qué instituciones económicas se vivirá y son las
instituciones políticas las que determinan cómo funciona este proceso. Por
ejemplo, las instituciones políticas de una nación determinan la capacidad de
los ciudadanos de controlar a los políticos e influir en su comportamiento.
Esto, a su vez, determina si los políticos son agentes (aunque sea imperfectos)
de los ciudadanos o si son capaces de abusar del poder que se les confía o que
han usurpado, para amasar sus propias fortunas y seguir sus objetivos
personales en detrimento de los de los ciudadanos».
La solución está, entonces, en el
campo de la política. Ghezzi y Gallardo construyen sus variables de «estado» y
de «control», ignorando el tema del poder político y económico. «El problema
fundamental es que necesariamente habrá disputas y conflictos sobre las
instituciones económicas—dicen Acemoglu y Robinsos. Diferentes instituciones
tienen distintas consecuencias para la prosperidad de una nación, sobre cómo se
reparte esa prosperidad y quién tiene el poder».
Cambios para no cambiar el modelo
Para superar el desigual del desempeño
del modelo económico, Ghezzi y Gallardo proponen crear «superburocracias
técnicas» en las áreas donde «no existen grupos de interés» (educación,
desarrollo rural y lucha contra las actividades delictivas); y, fortalecer el liderazgo
del Estado en donde hay diferentes grupos de interés y burocracias calificadas
(política fiscal, regional, de competencia y de infraestructura física y social).
No proporcionan criterios para mejorar, por ejemplo, la calidad y orientación de
la educación o del gasto, pero justifican la clasificación de sus propuestas del
«cambio» recurriendo a la teoría de la agencia (o agencia ampliada).
Pero como han dejado de lado la
Política, no se les ocurre imaginar que hay un problema de agencia mayor: el agente (el presidente elegido) en lugar
de realizar el mandato del principal
(sus electores), gobierna con los que no han sido elegidos, obedeciendo el
mandato del poder económico. Hay riesgo moral porque el principal no puede controlar la conducta del agente que eligió, con el agravante que este agente abandona el «programa» con el que fue electo sin
remordimientos ni sanciones. El riesgo moral de nuestra actual democracia «es
la posibilidad real de que el agente (elegido)
tenga un comportamiento indebido o inmoral, y este riesgo aumenta cuando no
existen, o son débiles, los mecanismos de control».
A modo de conclusión
Cuando terminé de
leer el libro de Ghezzi y Gallardo, me acordé de la novela «El Gatopardo», de
Giuseppe Tomasi di Lampedusa que aborda los conflictos sociales y políticos en
Sicilia de los años 1860 originados por la expansión de una nueva clase urbana
y burguesa. Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, está preocupado por preservar
el orden aristocrático y clasista que le da poder. Cuando la crisis se agudiza,
su sobrino Tancredi le dice: «Si queremos que todo siga como está, necesitamos
que todo cambie». Después que los cambios se realizan, la
vieja aristocracia se mantiene en el poder aliado, a través del matrimonio, con
la nueva élite urbana.
Publicado en el diario La Primera, el sábado 30 de noviembre