En
nuestro artículo anterior sostuvimos la tesis de que la corrupción que sufre el
país, es un proceso caracterizado por una conducta social y una práctica
política que operan en el sentido del deterioro de la sociedad. Las instituciones
que definen a una sociedad como comunidad política, se degradan. También
dijimos que hay dos períodos en la historia moderna con este tipo de fenómeno
sociológico: el Gilded Age de los
años 1800 a los años 1920, y el actual de Globalización
Neoliberal que empezó a fines de los años 1970. En ambos se denostó contra
el papel regulador del Estado y se promovió el mercado auto-regulado. En esos
períodos se transformaron a las instituciones en extractivistas, se subordinó el
interés público al interés privado, se promovió la «carrera hacia el fondo», afectando a los trabajadores y
aumentando la desigualdad en la distribución del ingreso.
La
crítica a nuestro concepto de corrupción
Hay,
como era de esperarse, destacados analistas para quienes este estado de
degradación de la sociedad y de la democracia no es propio de la globalización
neoliberal. Por más que el mercado esté
regulado como lo estaba en la URSS y como también lo está ahora en China —dice
por ejemplo Oswaldo de Rivero—, hay gran corrupción y esta no es un resultado
del modelo neoliberal. Ilustra su afirmación señalando que en el Perú se «echó
mano al tesoro público» desde el virreinato y en toda la República.
Primero,
ni la fenecida URSS ni la China actual pueden ser ejemplo de regulación de los
mercados. Estatización o control estatal de las inversiones, no es regulación.
Segundo, la definición de corrupción que utiliza, es general. Una descripción
excelente de la práctica constante de aprovechamiento de los recursos y
patrimonio del Estado, desde el poder político y en muchos casos con
participación de intereses privados, es la que hace Alfonso Quiroz en su libro «Historia
de la corrupción en el Perú»; sin embargo, tampoco trabaja el concepto que
nosotros utilizamos.
No
nos referimos a la corrupción en general, como acto ilícito y reñido con la
moral. Para nosotros la corrupción que impera en nuestro país ahora --y que
ciertamente lo incluye--, alude a un proceso sociológico colectivo de
degradación. Hay un trastocamiento de la conducta social y política que afecta
al conjunto de la sociedad, degradándola. Y, un proceso sociológico de este
tipo no puede ser a-histórico. Tiene su propia especificidad. Las instituciones
extractivistas han existido desde la colonia, como por ejemplo el obraje; pero el
extractivismo que hoy practican las AFP, los Seguros, las empresas extranjeras
que usufructúan de concesiones en detrimento de la población y del medio ambiente,
o lo que hacen las combis con el transporte en la ciudad, responden a la lógica
del fundamentalismo de mercado que sobrepone el interés privado sobre el
público. Este proceso de degradación colectivo no ocurre en una sociedad
colonial, sino en otra donde impera el fundamentalismo de mercado.
Privatización
del Estado y degradación de la democracia
El
fundamentalismo de mercado y la ideología contra el papel regulador del Estado,
se impuso en los últimos 35 años en el mundo desde el poder político, mediante
cambios legales y constitucionales. Es global porque trata de convertir al
conjunto de las naciones en un mercado gigante, mediante la apertura comercial y los tratados de libre comercio
que operan en contra de la soberanía de los Estados Nacionales. Con la
globalización neoliberal, se reproduce, a escala mundial, comportamientos y
prácticas rentistas (o de ganancia fácil)
en la economía, en la política y en la conducta social. Se acrecienta la desigualdad en la distribución
del ingreso y las injusticias sociales, se deteriora el medio ambiente y se
violan los derechos de los pueblos originarios, al mismo tiempo que se degradan
las instituciones de la democracia constitucional liberal.
Con
el neoliberalismo, entonces, se impone el interés privado sobre el público, y
la política se convierte en un ejercicio de marketing de las oligarquías
políticas que compiten por llegar al poder del Estado comprando directa o
indirectamente el voto. Los medios de comunicación también operan con la lógica
del mercado, y no del interés público. Por lo tanto, el neoliberalismo es
enemigo de la democracia. Las
oligarquías políticas «roban pero hacen obras», y los votantes no son libres ni
siquiera en el acto de votar porque han sido compradas sus conciencias.
En
esta lógica privatista, las ganancias son siempre privadas, no importa como se
obtengan, pero los riesgos (como en el caso de las famosas APP) se socializan.
El Estado sale a rescatar a los bancos en crisis, por ejemplo, pero le quita
derechos a los trabajadores y les impone la flexibilidad laboral. El Estado se
ha privatizado o se ha impuesto un neoliberalismo de Estado, como dice Todorov.
El Estado se pone al servicio de los intereses privados. Cuando la actividad
económica privada se convierte en global, «ya no está sometida al control
político de los Estados. Todo lo contrario, dice Todorov. Son los Estados los
que se han puesto al servicio de la economía. Los Estados son, en efecto,
tributarios de las agencias privadas de calificación, que orientan sus
decisiones y a la vez quedan al margen de todo control político. Lo único que
les queda de democracia es el nombre, porque ya no es el pueblo el que detenta
el poder» (T. Todorov, Los enemigos íntimos
de la democracia).
A
modo de conclusión
La
corrupción como degradación social, no puede ser entonces un fenómeno cultural,
o una ceguera que impide distinguir entre patrimonio privado y el público.
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