La
campaña electoral actual ha puesto en debate otra vez el tema de la identificación
de los actores sociales y económicos en las propuestas de transformación del
país. En el abanico de la izquierda y el progresismo se encuentran los que
sostienen que el neoliberalismo ha abierto grandes oportunidades al denominado «emprendedurismo»,
identificando como su enemigo principal al Estado. Por esta razón, los «pobres
convertidos en empresarios» (los microempresarios), constituirían el motor del
desarrollo (véase mi artículo del 26/09/2015).
Pero
en este mismo abanico, están los que provienen de los partidos de clase que
todavía no han hecho el esfuerzo de actualizar sus planteamientos
ideo-políticos a la realidad actual, del país y del mundo. Es difícil afirmar
que la clase obrera o campesina protagonizarán el cambio, cuando cerca del 74%
de los trabajadores son informales y que en su gran mayoría son
microempresarios. Como se encuentran atrapados ideológicamente, no identifican
los problemas fundamentales del país y menos sus soluciones. Si renunciaran a
su endogamia (un amigo me dice, al complejo de Colón), habrían aprovechado la
difusión del plan La Gran Transformación,
para iniciar un debate sobre cómo salir del entrampamiento al que nos ha
conducido el neoliberalismo, sin renunciar al objetivo de la emancipación
social y en democracia.
La
causa de la expansión de las PYMES y MYPES
Decir
que las micro y pequeñas empresas de nuestro país no pueden liderar solas el
crecimiento y desarrollo (no pueden “jalar” al conjunto de la economía), es una
verdad de Perogrullo. Son empresas dedicadas al comercio y a los servicios, y
fundamentalmente operan con trabajadores de baja calificación y productividad. Pero
de aquí pasar a afirmar que el liderazgo le corresponde a la gran y mediana
empresa, es desconocimiento total de los procesos económicos registrados por la
historia y la teoría del desarrollo. Hay, pues, un falso dilema que es
necesario aclarar.
No
son los tamaños de las empresas, sino los sectores en los que ellas operan las
que pueden tener capacidad de arrastre e imprimirle dinamismo al conjunto de la
economía. Ciertamente, no son los sectores de producción de no-transables ni los
primario exportadores los que tienen esta capacidad. Estos últimos fueron los
que precisamente lideraron el crecimiento en los últimos veinticinco años. La
especialización en la producción primaria de alta renta natural, en un contexto
de desregulación de los mercados y de una sistemática apreciación cambiaria,
dio lugar a una tasa de acumulación de la capacidad productiva per cápita insuficiente
para absorber, con empleos adecuados, a la creciente población económicamente
activa. En verdad, el cambio en el estilo de crecimiento y acumulación de
capital ocurrió desde la aplicación de las políticas de ajuste estructural.
Esta
insuficiente acumulación de capital es la responsable de la existencia de
subempleo, del autoempleo y de la informalidad. El capital extranjero
usufructúa la alta rentabilidad de los recursos naturales que explota (o de los
mercados cautivos en los que opera, como la telefonía), mientras que los
inversionistas privados nacionales (agrícolas e industriales) tienen una
restricción de financiamiento (enfrentan tasas de interés real onerosas) que les
impide acumular capital a una tasa adecuada para reducir el subempleo y detener
el crecimiento de la informalidad.
La
ausencia de mercados internos dinámicos
Pero
los inversionistas nacionales tienen también una restricción de mercado. Los
ajustes fiscales efectuados en los años ochenta y noventa, por la crisis de la
deuda y sus secuelas, se hicieron mediante contracciones importantes de la
inversión pública que condujo al descuido de la infraestructura, agravando, con
ello, la desconexión de la economía con la geografía y demografía del país. En
los años 2001-2008 la inversión pública fue de solo 3.2% del PBI, casi la
tercera parte de la registrada en los años 1981-1985 (9.0%). En los años
2009-2013 aumentó a únicamente 5.5% del PBI.
La
caída relativa de la inversión pública no permitió integrar económica y
socialmente a los dos Perú, el oficial y el otro Perú de los que nos hablaba
José Matos Mar. Esta desarticulación mantuvo mercados internos poco dinámicos y
no permitió crear otros a lo largo y ancho del país. Esta
es la razón por la cual las inversiones en regiones atrasadas del país no son
rentables, lo que a su vez explica la baja tasa de acumulación de capital per
cápita.
El
neoliberalismo, además, al abrir el comercio y mantener un tipo de cambio
apreciado, afectó la rentabilidad de las inversiones en las actividades de
producción de bienes transables de la economía. La estructura de precios
relativos se hace desfavorable a este tipo de producción de transables o
comercializables, dando lugar a una reasignación de recursos a favor de las
actividades terciarias y no-transables de comercio, servicios y
construcción. Esta pérdida de
rentabilidad de las inversiones, en particular en el sector manufacturero,
ocurre al mismo tiempo que se contrae el mercado interno de este sector. A todo
esto hay que agregarle otro efecto contractivo del mercado interno causado por
el mantenimiento de salarios reales bajos y estancados como resultado de la
desregulación del mercado laboral.
A
modo de conclusión
En
consecuencia, las políticas y reformas neoliberales de los últimos veinticinco
años configuraron una estructura económica dominada por pequeñas y micro
empresas que operan como estrategias de autoempleo, optan por la informalidad y
producen para mercados internos atrasados y poco dinámicos. Como se sabe, estas
empresas se ubican en sectores o actividades de baja productividad y donde
predomina el empleo no calificado.
Publicado en el Diario UNO, el sábado 16 de enero de 2016
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