La
composición de las planchas presidenciales para las elecciones generales de
abril de 2016, revela la crisis profunda por la que atraviesan los partidos
políticos de nuestro país. Sin ideario ni principios, vacíos de contenido y varios
de ellos vinculados directa o indirectamente con el narcotráfico y la
corrupción, estos partidos han constituido sus planchas presidenciales sobre la
base del oportunismo y sin visión de país. En la constitución de sus fórmulas
presidenciales han primado los intereses privados y oligárquicos, junto a una
práctica proveniente de marketing, ambas prácticas ajenas a la virtud cívica y
a la democracia.
Partidos
sin contenido ideo-político
Hay
varios factores que explican esta situación. El neoliberalismo desapareció
completamente las diferencias ideológicas
de casi todos los partidos políticos. El mercado auto-regulado y la
economía se impusieron sobre la política. La oposición a la intervención
económica del Estado desapareció a los proyectos políticos nacionales. El
individualismo se impuso sobre lo social y el bien común. Este proceso de
indiferenciación ideológica condujo al total abandono de la ética en las
acciones políticas. La política se convierte en marketing para acceder al poder
y usufructuarlo en provecho propio. El recurso a la “política social” en el
discurso electoral es el mecanismo a través del cual se busca el apoyo
electoral de los votantes en los procesos de elección popular. No hay interés
por la vida en común y menos, ciertamente, en el fortalecimiento de los
mecanismos democráticos de control popular a sus elegidos o representantes.
El
otro factor de indiferenciación de los partidos y vaciamiento de sus contenidos
fue la caída del Muro de Berlín. La
existencia de este Muro era el símbolo de la diferenciación entre partidos de
derecha e izquierda. El definitivo derrumbamiento de los países llamados
socialistas, puso al descubierto dos
cosas. Primero, la ilegitimidad de ese régimen debido a la contradicción entre
el discurso a favor de la clase obrera “emancipada de la dominación burguesa” y
la práctica política antidemocrática, la presencia de un poder burocrático
autoritario, oligárquico y, por lo tanto, privilegiado económica y socialmente.
Segundo, la ilegitimidad de la democracia liberal debido a la constitución de
una clase política que opera siguiendo una lógica totalmente ajena a la idea democrática
de la soberanía de la comunidad de ciudadanos. Como dice Eloy García, “la
lógica del poder –la política concebida en el sentido weberiano de la lucha por
el liderazgo, la dominación y la consecución de un séquito—sustituye a la
política de las ideas entendidas como un instrumento de transformación desde la
razón y la ilusión que, según sus propios postulados, debiera caracterizar al
régimen liberal-democrático”.
Los
partidos de derecha, sin embargo,
aprovechando la caída del muro de Berlín contribuyeron, todos, a la imposición
del neoliberalismo; pero, al hacerlo, dejaron de tener identidad y apoyaron la
pérdida de soberanía de sus Estados Nacionales, contribuyendo a erosionar aun
más las instituciones democráticas. Con el neoliberalismo y la globalización se
amplió el ámbito de los contratos y se redujo el de las leyes en casi todas las
democracias, lo que significa –según Todorov--
que “se restringió el poder del pueblo para dar libre curso a la voluntad
de los individuos”. Dado que la globalización “no procede de ningún Estado ni
de ninguna legislación, se recurre exclusivamente a los contratos. Poco le
importan los países”. El Estado pierde soberanía a tal punto que puede ser
juzgado por tribunales internacionales si, en opinión del capital transnacional
respectivo, incumple esos contratos. Los partidos ya no son “instrumentos de
sociabilidad política”, ya no importa el ideario que les proporciona identidad.
En este contexto –como dice Eloy García—se abre paso la Ley de Gresham de la oligarquía
partidista; “solo que en este caso es el militante burdo y disciplinado –y no
la moneda mala—el que expulsa al inteligente y con iniciativas”.
La
ausencia de reacción de la izquierda
Si
bien la indiferenciación de los partidos tradicionales con la pérdida de sus
identidades no alcanzó a las izquierdas partidarias e intelectuales de nuestro
país, estas no remozaron sus idearios y propuestas políticas. No redefinieron
la relación entre el Estado y el Mercado, a pesar que la construcción
definitiva de la nación requiere de la creación y desarrollo de mercados
internos. No fundamentaron su adhesión a la democracia ni construyeron un
ideario democrático basado en la noción de bien público, de la virtud cívica, de
los mecanismos de control de los representantes del pueblo para evitar la
enajenación de su soberanía, de la
pluralidad y, lo que es peor, no recusaron la tradición del partido de la clase
obrera y de la dictadura del proletariado. Como no lo hicieron, queda la duda
de si su prédica a favor de la emancipación social es compatible con la
democracia.
Por
las mismas razones, los partidos de izquierda no tienen una concepción
explícita de la libertad como no-dominación que es la que sería compatible con
el principio democrático del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el
pueblo. Esta concepción de la libertad es distinta de la liberal y neoliberal
que fundan la libertad en la ausencia de interferencia del Estado en las
decisiones individuales. La libertad concebida como ausencia de dominación
exige condiciones materiales de existencia. Finalmente, hay que señalar que
tampoco sabemos si las izquierdas tienen el esbozo de las características de un
“modelo” distinto al capitalismo neoliberal compatible con la democracia.
A
modo de conclusión
Por la
ausencia de renovación de su ideario, los líderes de la izquierda siguen
actuando con la misma lógica de las oligarquías partidarias de derecha. Se perciben
distintos, pero en realidad son iguales en su práctica política. No actúan con
ética ni transparencia. Son calculadores y desleales. Por lo tanto, no hay nada
nuevo en sus maneras de hacer política. Su fragmentación es resultado de la
ausencia de un ideario común. Divididos como están, serán incapaces de impedir,
en las próximas elecciones, la continuidad de los partidos del neoliberalismo.
Publicado en el Diario UNO, el sábado 2 de enero de 2016
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