Saturday, March 01, 2014

La utopía republicana para una nueva izquierda (I)

Con la crisis de las ideologías (LP: 22.02.14), los partidos políticos pierden identidad porque ya no tienen referentes doctrinarios. Pero esta crisis no cuestiona el ideario democrático ni tampoco pone en duda el papel del mercado. Quizá por esta razón ahora es difícil encontrar agrupaciones de izquierda que se reclamen partidarias de la dictadura del proletariado, que rechacen la práctica democrática y que aboguen por la desaparición de la institución del mercado. En todo esto, aunque de modo general, las organizaciones de izquierda coinciden con las organizaciones denominadas de derecha.
 
La pérdida de identidad de las organizaciones de izquierda, sin embargo, es menos dramática porque puede ser reconstruida con una relectura del pensamiento republicano sobre la libertad, la democracia, el Estado y el mercado, a partir de los valores fundacionales que heredó de la tradición republicana: la emancipación social, el énfasis en lo público y la virtud cívica (Pocock, Dunn, Skinner, Pettit y Viroli). Estos valores fueron empobrecidos durante los siglos XIX y XX con la hegemonía del pensamiento liberal (y neoliberal), que despolitizó y privatizó la vida pública, y propició la generación de asimetrías de poder, afectando la democracia y la libertad.
 
La libertad como no-dominación
 
La concepción republicana de la libertad es distinta de la concepción liberal porque considera al individuo como un ser social que no puede existir totalmente solo. La autonomía individual que reclaman los liberales priva al hombre de la sociabilidad para supuestamente preservar su libertad. El hombre dedicado solo a la realización de sus intereses materiales, carece de interés por su comunidad. El republicanismo es contrario a esta doctrina, que conduce a la tiranía de los individuos y que antepone lo económico a lo político.
 
Los liberales defienden una idea de libertad totalmente formal,  «como simple isonomía frente a la ley y como ausencia de interferencia». Esta libertad sin obstáculos ha terminado convertida –como apunta Eloy García-- «en un mero instrumento de goce material y no en un fin en sí mismo al servicio de los grandes valores humanos». Para el republicanismo la libertad es ausencia de dominación. Las personas no pueden ser libres si no disponen de condiciones materiales de existencia. Para garantizar esta libertad, según Polanyi, debe haber un diseño institucional  o una regulación política-jurídica, y también económica. «Si un Estado está comprometido con el progreso de la causa de la libertad como no-dominación  entre sus ciudadanos --dice Pettit--, no puede menos que adoptar una política que promueva la independencia socioeconómica».
 
La pertenencia en comunidad implica armonizar la libertad y la autonomía con la búsqueda del bien común. Pero, para el republicanismo, como nos recuerda Casassas, la vida social no es un espacio políticamente neutral; «no es un espacio sin relaciones de poder, en donde los actores sociales se limitan a la firma de contratos, libre y voluntariamente». Por lo tanto, la libertad no es exógena a la vida social. Se alcanza y se mantiene por medios políticos, construyendo lo que Adam Smith denominaba cortafuegos con el fin de impedir la dominación social.
 
El Estado Constitucional y la democracia republicana
 
Si bien el ideario democrático no es teóricamente cuestionado, con la crisis de ideologías la lógica de la política ha sido sustituida por la lógica del poder en el Estado Constitucional. «La lucha por el liderazgo, la dominación y la consecución de un séquito –dice Eloy García-- ha reemplazado a las ideas entendidas como instrumento de transformación desde la razón y la ilusión utópica de una realidad construida en la convivencia colectiva. Y es que sin ideología el Estado Constitucional-representativo fundado en la confrontación política de los partidos, se ve privado de toda su sustancia y reducido a una mera estructura formal de poder destinada a imponer una voluntad a los gobernados».
 
El desplazamiento de la política por la lógica del poder, ha afectado la esencia de la democracia: «los partidos desprovistos de ideología se convierten solo en estructuras de poder». La práctica de la dominación prescinde de la política como «forma de organizar la convivencia colectiva del hombre en comunidad, y anula su carácter de ciudadano». El obrar político del ciudadano se reduce al momento de elegir a sus representantes y cuando los grupos de poder privados asumen el control mediático de la sociedad, se anula en la práctica la libertad de los electores.
 
Se trata entonces de restituir a la democracia constitucional la virtud cívica: «piedra angular de la vida en común en una sociedad civil plural, diferenciada». Esta restitución debe ser acompañada del perfeccionamiento de los controles democráticos que permitan evitar, lo que Antonio Rivera llama, «la patológica oligarquización del Estado o la usurpación del espacio político por una minoría». Nuevos mecanismos de control constitucional de los representantes elegidos por el pueblo y la limitación recíproca de los poderes, incluido el poder económico, harán posible el retorno de la política como lazo de conexión social; el retorno de la virtud cívica o del deber de participar en la esfera política.
 
A modo de conclusión
 
Libertad y Estado republicano democrático no son excluyentes. El Estado democrático debe garantizar los derechos sociales de los ciudadanos y su independencia económica como requisito de su independencia política. Pero se trata de un Estado democráticamente controlado, contestable, que rinde cuentas, y que promueve la participación ciudadana.
 
 
 
Publicado en el diario La Primera, el sábado 01 de marzo.

1 comment:

politicoperu11 said...

Muy buena información. Clara y precisa. Saludos http://www.politico.pe/