La
pérdida de identidad de las organizaciones de izquierda, sin embargo, es menos
dramática porque puede ser reconstruida con una relectura del pensamiento
republicano sobre la libertad, la democracia, el Estado y el mercado, a partir
de los valores fundacionales que heredó de la tradición republicana: la emancipación
social, el énfasis en lo público y la virtud cívica (Pocock, Dunn, Skinner,
Pettit y Viroli). Estos valores fueron empobrecidos durante los siglos XIX y XX
con la hegemonía del pensamiento liberal (y neoliberal), que despolitizó y
privatizó la vida pública, y propició la generación de asimetrías de poder,
afectando la democracia y la libertad.
La
libertad como no-dominación
La
concepción republicana de la libertad es distinta de la concepción liberal
porque considera al individuo como un ser social que no puede existir
totalmente solo. La autonomía individual que reclaman los liberales priva al
hombre de la sociabilidad para supuestamente preservar su libertad. El hombre
dedicado solo a la realización de sus intereses materiales, carece de interés
por su comunidad. El republicanismo es contrario a esta doctrina, que conduce a
la tiranía de los individuos y que antepone lo económico a lo político.
Los
liberales defienden una idea de libertad totalmente formal, «como simple isonomía frente a la ley y como
ausencia de interferencia». Esta libertad sin obstáculos ha terminado
convertida –como apunta Eloy García-- «en un mero instrumento de goce material
y no en un fin en sí mismo al servicio de los grandes valores humanos». Para el
republicanismo la libertad es ausencia de dominación. Las personas no pueden
ser libres si no disponen de condiciones materiales de existencia. Para
garantizar esta libertad, según Polanyi, debe haber un diseño
institucional o una regulación
política-jurídica, y también económica. «Si un Estado está comprometido con el
progreso de la causa de la libertad como no-dominación entre sus ciudadanos --dice Pettit--, no
puede menos que adoptar una política que promueva la independencia
socioeconómica».
La
pertenencia en comunidad implica armonizar la libertad y la autonomía con la
búsqueda del bien común. Pero, para el republicanismo, como nos recuerda Casassas,
la vida social no es un espacio políticamente neutral; «no es un espacio sin
relaciones de poder, en donde los actores sociales se limitan a la firma de
contratos, libre y voluntariamente». Por lo tanto, la libertad no es exógena a
la vida social. Se alcanza y se mantiene por medios políticos, construyendo lo
que Adam Smith denominaba cortafuegos
con el fin de impedir la dominación social.
El
Estado Constitucional y la democracia republicana
Si
bien el ideario democrático no es teóricamente cuestionado, con la crisis de
ideologías la lógica de la política ha sido sustituida por la lógica del poder
en el Estado Constitucional. «La lucha por el liderazgo, la dominación y la
consecución de un séquito –dice Eloy García-- ha reemplazado a las ideas
entendidas como instrumento de transformación desde la razón y la ilusión
utópica de una realidad construida en la convivencia colectiva. Y es que sin
ideología el Estado Constitucional-representativo fundado en la confrontación
política de los partidos, se ve privado de toda su sustancia y reducido a una
mera estructura formal de poder destinada a imponer una voluntad a los
gobernados».
El
desplazamiento de la política por la lógica del poder, ha afectado la esencia
de la democracia: «los partidos desprovistos de ideología se convierten solo en
estructuras de poder». La práctica de la dominación prescinde de la política
como «forma de organizar la convivencia colectiva del hombre en comunidad, y
anula su carácter de ciudadano». El obrar político del ciudadano se reduce al
momento de elegir a sus representantes y cuando los grupos de poder privados
asumen el control mediático de la sociedad, se anula en la práctica la libertad
de los electores.
Se
trata entonces de restituir a la democracia constitucional la virtud cívica: «piedra angular de la
vida en común en una sociedad civil plural, diferenciada». Esta restitución debe
ser acompañada del perfeccionamiento de los controles democráticos que permitan
evitar, lo que Antonio Rivera llama, «la patológica oligarquización del Estado
o la usurpación del espacio político por una minoría». Nuevos mecanismos de
control constitucional de los representantes elegidos por el pueblo y la
limitación recíproca de los poderes, incluido el poder económico, harán posible
el retorno de la política como lazo de conexión social; el retorno de la virtud
cívica o del deber de participar en la esfera política.
A
modo de conclusión
Libertad
y Estado republicano democrático no son excluyentes. El Estado democrático debe
garantizar los derechos sociales de los ciudadanos y su independencia económica
como requisito de su independencia política. Pero se trata de un Estado
democráticamente controlado, contestable, que rinde cuentas, y que promueve la
participación ciudadana.
Publicado en el diario La Primera, el sábado 01 de marzo.
1 comment:
Muy buena información. Clara y precisa. Saludos http://www.politico.pe/
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