Las
consecuencias de la crisis financiera global de 2008 han originado un intenso
debate sobre los efectos de los shocks adversos en el PBI de largo plazo.
Diversas investigaciones para los países avanzados muestran que las recesiones
impactan negativamente en el PBI tendencial o potencial y que las brechas del
producto se cierran con la revisión hacia abajo del producto potencial más que
mediante el rápido crecimiento que se piensa podría ocurrir después de la
recesión. No se cumple la idea de que el PBI retorna a su nivel potencial
previo al shock. La consecuencia es que las predicciones del PBI son revisadas
a la baja. Los shocks tienen efectos permanentes. Por lo tanto, se puede decir
que los shocks adversos de demanda tienen efectos permanentes porque impactan
en el producto de largo plazo. (Véase: Haltmaier; 2012; Reifscheneider, 2013; Ball,
2014; Fatás y Summers, 2015; Martin, Munyan y Wilson, 2015).
Los
economistas del «mainstream» han
sostenido que el producto tiene una tendencia estacionaria; es decir, que al
quitarle su tendencia o evolución de largo plazo, lo que queda es un proceso
puramente estacionario. Esta idea es parte de la teoría macroeconómica dominante en el Estados Unidos. Se sostiene
que el comportamiento de las familias y
empresas depende no solo de las condiciones económicas actuales, sino de los
que ellas (las familias y empresas) esperan que ocurra en el futuro. Pero como
dice Blanchard (2014) en su artículo «Where
Danger Lurks», comentando críticamente la concepción sobre las fluctuaciones
de esa teoría: «El futuro esperado depende en parte de las
decisiones actuales o corrientes. […] Pequeñas perturbaciones [exógenas o de
política] pueden tener grandes efectos adversos o podrían dar lugar a
depresiones largas y persistentes».
El producto potencial y la política
económica
Los
shocks que desatan las fluctuaciones no se autocorrigen y tienen efectos de
largo plazo; dependiendo de su intensidad. Hay varias razones que explican por
qué las recesiones —y, en general, las políticas económicas que se aplican en
el período corriente— impactan negativamente en el producto potencial o de
largo plazo. La más importante, sin embargo, para propósitos de nuestro
artículo, es la caída de las inversiones que, al desacelerar la acumulación de
capital o limitar su expansión, impactan negativamente en el crecimiento de la
capacidad productiva y, por lo tanto, del producto potencial.
Pero
esta relación entre las fluctuaciones y el producto potencial, ha puesto en
evidencia otro hecho que los economistas que no pertenecen al «mainstream» ya sabían desde hace tiempo.
Esto es, que las políticas económicas
que practican los países, en especial, los países como el nuestro, pueden
retrasar o acelerar el crecimiento económico y, por lo tanto, pueden determinar
el comportamiento del producto potencial o de su tendencia a largo plazo.
La
década perdida de América Latina (las década de 1980) es un ejemplo de esta
afirmación. Las políticas de austeridad que privilegiaron el pago de los
servicios de la deuda externa y afectaron negativamente los gastos de inversión
en infraestructura, en salud y educación, afectaron el crecimiento del producto
potencial. Por eso aumentó el subempleo y se aceleró la informalidad, agravando
los problemas estructurales de nuestras economías. Los que patrocinaron estas
políticas (FMI y Banco Mundial) nunca imaginaron a tiempo las soluciones a
nuestros problemas y sólo cuando se produjo la crisis asiática y rusa, algunos
economistas empezaron a hablar del pecado original que nuestros países habían
cometido al endeudarse en moneda extranjera y en los mercados internacionales.
Y, sin embargo, no innovaron nada en materia de política macroeconómica.
¿No
hay espacio para una política fiscal expansiva?
Hoy,
los herederos criollos de esta ideología económica dan consejos fiscales
pontificando que no se debe sobredimensionar el espacio fiscal actual para
hacer política expansiva. No caen en la cuenta, por ejemplo, que la apreciación
cambiaria propiciada por el Banco Central desde agosto de 2006 y reforzada con
la enfermedad holandesa asociada a la exportación primaria, redujeron
tremendamente el mercado interno para la producción manufacturera,
agroindustrial y agropecuaria orientada al mercado interno; y, que así se
limitó la inversión en maquinaria y equipo en estos sectores. En el período de
oro del crecimiento (2003-2013), las inversiones en construcción siguieron
siendo las dominantes.
Hay
varios economistas, incluyendo al propio ministro de economía Alfredo Thorne, que dicen
que el producto potencial está creciendo a 3.5% anual. Si el PBI —como
señalan las estadísticas— está
creciendo a la tasa de 4% anual, entonces estamos camino al sobrecalentamiento
de la economía. ¡Qué les parece! ¿Será
esta la razón por las que se ha aconsejado la política fiscal de austeridad
gradual?
Lo
que muestran los estudios mencionados anteriormente es que cuando se produce
una fuerte desaceleración económica, la brecha del producto tiende a cerrarse
mediante la reducción del producto potencial o del producto tendencial. Y, cuando
esto ocurre, puede errarse en el diseño de la política económica y, con ello
retrasar aún más la transformación productiva que requiere nuestro país para
disminuir el peso del liderazgo primario exportador en el crecimiento. Y esto,
sin duda, precisa de una replanteamiento de la políticas macroeconómicas para
hacerlas funcionales a la transformación productiva. Sobre esto he escrito
varios artículos con el título «Repensando la política económica para el Perú
del siglo XXI».
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