El modelo económico neoliberal descuida el
desarrollo de los mercados internos porque genera una distribución de los
ingresos que perjudica a los trabajadores. El estancamiento de los salarios
reales y la precarización del empleo es consustancial a este modelo. No se
dinamiza ni se industrializa la economía y, por lo tanto, se posterga el
desarrollo de mercados internos, porque se cree que se adquiere ventaja
competitiva en los mercados internacionales cuando se dispone de mano de obra
con bajos salarios y bajos costos laborales no-salariales.
El predominio del empleo precario
El estilo de crecimiento económico neoliberal
tuvo consecuencias importantes en la generación de empleo y de ingresos. Es
verdad que aumentó el empleo con el crecimiento económico de la última década.
Pero como se trató de un crecimiento impulsado por la demanda externa y los
altos precios de los minerales, este crecimiento no alteró significativamente
la estructura del empleo. De acuerdo con información del INEI para el año 2013,
el 73.7% del empleo es informal y el 70.9% se encuentra en empresas de «1 a 10
trabajadores» (microempresas), donde predominan los bajos ingresos y bajas
calificaciones.
La manufactura perdió importancia en la
generación de empleo: participa solo con el 10.1%. La elasticidad
empleo-producto de este sector disminuyó de 0.764 –que es la que se registra en
el período de los sesenta--, a un promedio de cerca de 0.55. De otro lado, la
agricultura, comercio, servicios y la construcción, concentran el 88.3% de la
PEA ocupada. Son sectores productores de bienes y servicios no transables, y son
los que mayores «oportunidades» de empleo generan (63.7%). La agricultura que
es básicamente tradicional participa con el 24.6% del empleo total.
Por último, el 78.2% de los ocupados en los
sectores comercio y servicios, y cerca del 80% de la PEA ocupada en la
agricultura, se encuentran en «empresas de «1 a 10 trabajadores». En estos tres
sectores predomina el empleo informal, es decir, el empleo sin derechos
laborales que incluye a asalariados fuera de planilla, a los que trabajan por
cuenta propia o en empresas no registradas jurídicamente. Son trabajadores sin
recursos suficientes para proteger a sus familias y enfrentar sus necesidades
de salud y educación.
Esta situación de precariedad laboral proviene
del desmantelamiento de los estándares laborales básicos propiciado por el
neoliberalismo desde la década de los noventa. «La disciplina del hambre
--decía John Bates Clark, autor de la teoría de la distribución del ingreso
basada en la productividad marginal--, descalifica al trabajador para hacer una
negociación exitosa, y si el empleador está en total libertad de contratar a
los hombres que individualmente podrían ofrecerse a trabajar bajo la presión
del hambre, el empleador puede conseguirlo por muy poco» (Clark, 1913, p. 292).
Otro modelo de crecimiento es posible
La mayor desigualdad en la distribución de
los ingresos y el estancamiento de los salarios reales, le hizo perder
liderazgo en el crecimiento a la manufactura y a la agricultura. El resultado
fue la imposibilidad de endogenizar el crecimiento económico por la vía de la
expansión y creación de mercados internos.
Durante el «fujimorato», el salario real
promedio fue equivalente a sólo el 37.2% del registrado en el año 1987. Este promedio
no cambió significativamente durante los últimos años. Mientras el PBI per
cápita creció a la tasa promedio anual de 3.9% entre 1993 y 2013, los salarios
reales lo hicieron a la tasa insignificante de 0.35% promedio anual.
Para los neoliberales los derechos laborales
y el cuidado del medio ambiente son vistos como costos que deben ser
minimizados para estimular las inversiones. Por eso el crecimiento se hizo dependiente
de los mercados internacionales, al mismo tiempo que se descuidó el desarrollo
de los mercados internos.
Entonces, lo que el país necesita para
desarrollarse es endogenizar su crecimiento; y esto, como señala Palley (2002),
requiere «salarios crecientes y una mejor distribución del ingreso. Juntos
generan un círculo virtuoso de crecimiento donde un aumento de los salarios
estimula el desarrollo del mercado doméstico y el desarrollo del mercado doméstico
estimula el crecimiento de los salarios». Los países que fortalecen su mercado
interno, desarrollando la industria y la agricultura, están menos sujetos a las
fluctuaciones de los mercados internacionales. Además, democracia y buenos
estándares laborales (no discriminación, libre sindicalización, contratación
colectiva, seguridad social, y otros derechos y beneficios sociales), son la clave
de este nuevo modelo.
Hay que recordar que el fácil acceso a mano
de obra barata, además de fomentar el extractivismo o rentismo entre las
empresas, «elimina el incentivo para que las empresas disminuyan sus costos
desarrollando o adoptando nuevas tecnologías». La ganancia genuina de competencia
basada en los aumentos de la productividad y las mejoras en la calidad, se sustituye por la ganancia de una competitividad
espuria que erosiona la calidad del trabajo, el medio ambiente y la
distribución del ingreso. No se puede ganar competitividad a costa de la
capacidad adquisitiva de los salarios, y
de los derechos y beneficios de los trabajadores.
A modo de conclusión
Cuando no se paga un salario digno –como
señala J.M. Clark (1929)--, «hay una pérdida de capacidad productiva que cae
como una carga generalizada en la sociedad, que a menudo afectan a las futuras
generaciones». El estancamiento de los salarios reales causa
un daño irreversible al capital humano de los pobres.
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