El Covid-19 ha puesto en evidencia los daños efectuados por las políticas neoliberales adoptadas como expresión de la globalización. Sus daños son diferenciados dependiendo de si los países son desarrollados o en desarrollo, o de si los Estados de los países se sometieron parcial o totalmente a estas políticas. En casi todos los países, en unos más que en otros, fue mellada la capacidad de servicio público de sus Estados. En los países en desarrollo este daño fue notable: después de cuarenta años de neoliberalismo, hoy cuentan con pobres sistemas públicos de salud y educación, con precarios sistemas de seguridad social, y con brechas crecientes de infraestructura social.
La propuesta del Estado mínimo
Desde
su inicio el neoliberalismo empezó desmantelando y reduciendo la capacidad de nuestros
Estados. Siguiendo la lógica del mercado desregulado, se privatizaron las
empresas públicas y los sistemas de seguridad social; se estimuló el retiro de
profesionales calificados de la administración pública con renuncias pagadas; se
utilizaron las asociaciones público-privadas en grandes inversiones cuyos
riesgos eran básicamente asumidos por el Estado; se favoreció la expansión de
los servicios privados de salud y educación, en desmedro de la calidad de los públicos.
En
nuestro país el gasto en educación como porcentaje del PBI se redujo desde 3.4%
en 1986 a 3.1% en 1996-1997 y a 2.5% en 2007. Recién se recupera a partir de
2008 (2.7%) hasta alcanzar el 3.3% en 2014 y luego se estanca en 3.8% en los
tres últimos años. El gasto en salud se encuentra prácticamente estancado como
porcentaje del PBI desde los años 1990 (2.36% en 1996-1997 y 2.37% en 2019).
Hay déficit de hospitales y los que existen en su gran mayoría no están bien
equipados y adolecen de problemas de salubridad. El déficit actual de infraestructura en salud
es de cerca de 5% del PBI; en educación de 1.5%, (sin considerar la educación
pública universitaria); y, en agua y saneamiento de 3.64% del PBI. La gran
mayoría de escuelas, colegios y universidades públicas carecen de servicios de
agua y desagüe en condiciones óptimas. Entre 7 y 8 millones de personas no
tienen acceso a agua potable.
Por
último, más de 9 mil millones de dólares por transacciones realizadas por la
transferencia de empresas públicas al sector privado durante los años 1990, no
se convirtieron en activos públicos modernos en educación, en salud, ni en
infraestructura vial. Tampoco hay activos públicos modernos que pueden
asociarse a la bonanza del superciclo de las materias primas. ¿Quiénes se
beneficiaron con este crecimiento?
Esta
es la situación en la que nos encuentra el Covid-19: con un Estado con poca
capacidad de servicio público; resultado de la subordinación del interés público
al privado.
El individualismo y el dominio del interés privado
Al
achicamiento del Estado le acompañó la desregulación de los mercados, en
particular del mercado de trabajo. Dadas las ventajas naturales de países como
el nuestro, la liberalización comercial y financiera, configuró una economía
cuyo dinamismo no depende de la demanda interna sino fundamentalmente de la
demanda externa. En consecuencia, no había problema de ajustar el mercado de
trabajo mediante la llamada flexibilidad salarial, eliminando o reduciendo los
beneficios laborales y la estabilidad de los puestos de trabajo. El resultado
fue el estancamiento de los salarios reales, el aumento de la desigualdad en la
distribución de los ingresos y la precarización del empleo.
Los
salarios reales de los trabajadores y los sueldos reales de los docentes
representan menos de la mitad del nivel que alcanzaron hace 40 años. El 72.4%
de la PEA ocupada se encuentra en empresas de 1 a 10 trabajadores donde el
ingreso promedio mensual es de menos de mil soles. Además, cerca del 73% del
total de la PEA ocupada es informal.
El
individualismo es el sostén de esta lógica del mercado. A nivel de nuestras
sociedades se extendió la idea de que la búsqueda del provecho propio es el
camino al bien común. “Antaño (…) buscar solo la satisfacción de los propios
deseos —dice Todorov—, topaba con los frenos impuestos por la sociedad. Hoy en
día, al parecer esos frenos se han debilitado, si no eliminado. (…) Esta
tendencia (se acelera) con la caída del muro y el triunfo del pensamiento
neoliberal. El final de la guerra fría trajo consigo la relajación de las
fidelidades a los ideales, en adelante el desarrollo económico se mide en
función del éxito económico, y la lógica del mercado se extendió a todas las
dimensiones de la vida” (Insumisos, 2016, p. 26).
Los efectos recesivos del Covid-19
A
diferencia de las recesiones internacionales anteriores, la recesión que ya
está ad portas será el resultado de las medidas adoptadas para frenar la
propagación del Covid-19. Con los cierres de fronteras y las medidas de
confinamiento (o distanciamiento social obligatorio) en todas partes del mundo,
se frenan los procesos productivos y el comercio internacional. Se pierden
empleos, se reducen los ingresos de familias y empresas, aumenta el riesgo de
quiebras de empresas (sobre todo las micro y pequeñas) y se cae el gasto en
consumo e inversión. Todo esto genera
miedo en los mercados financieros, salida de capitales y depreciación de las
monedas frente al dólar.
A
un entorno externo totalmente adverso para nuestra economía, se le adiciona los
efectos recesivos de las medidas del mismo signo adoptadas por el gobierno. Cae
la demanda externa y los precios de nuestras exportaciones primarias, pero
también cae la demanda interna porque se interrumpe el empleo y los suministros
a las empresas. Las más afectadas serán las de «1 a 10 trabajadores». La
contracción no anticipada de la demanda (tanto externa como interna) y de la
producción, afectará la capacidad de pago de los servicios de la deuda de las
familias y las empresas, con el consecuente encarecimiento del crédito.
Enfrentar
esta situación exige una amplia y audaz política fiscal, complementada con
medidas innovadoras del BCRP. El MEF ya lo está haciendo. Está aumentando el
gasto para fortalecer la capacidad de respuesta del sistema de salud (en
suministros médicos, equipamiento y otros materiales necesarios). También está
transfiriendo recursos para sostener la demanda por el lado de los ingresos. Por
su parte, el BCRP acaba de reducir su tasa de política a 1.25% y está realizando
intervenciones en el mercado cambiario para frenar la fuerte presión al alza
del tipo de cambio, además de otras medidas para sostener el sistema de pagos y
la cadena de créditos de la economía. Pero todo ello, sin embargo, no será
suficiente. El MEF necesitará gastar más en equipos y medicamentos
esenciales; en protección y ayuda a todo el personal de los hospitales; en
mayor apoyo financiero a empresas de «1 a 10 trabajadores» y a las personas que
tienen bajos ingresos, empleos inestables y gastos fijos en servicios públicos;
y, en personal y materiales para desinfectar aeropuertos, terrapuertos,
escuelas, universidades públicas y paraderos críticos de transporte público.
Pero,
lo que importa destacar aquí es que el gobierno del presidente Viscarra debe
aprovechar esta crisis para reconstruir la capacidad de servicio público del
Estado y sentar las bases de una sociedad solidaria. Esto significa cambiar la
orientación del dinamismo de la economía mediante políticas sectoriales para
impulsar el desarrollo industrial y un vasto programa de inversiones públicas en
infraestructura económica y social. Toca al BCRP imaginar cómo financiar estos
gastos.
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