Saturday, July 20, 2013

Ollanta Humala: Dos años más de erosión de la democracia

Mi artículo publicado en este mismo diario el sábado pasado, suscitó entre sus lectores dos tipos de reacciones. Los más informados decían que era algo más o menos que un halago decir que Ollanta Humala era un seguidor de Weber aunque no lo hubiera leído. Otros, además de preguntarse por quién era Weber, querían saber qué significaba decir que «Ollanta Humala era su seguidor, sin saberlo».
 
El ansia de poder como fundamento de la política
 
Max Weber fue un destacado intelectual alemán (1864-1920). Entre sus obras más conocidas destacan «La ética protestante y el espíritu del capitalismo», «La Ciencia como vocación y La Política como vocación» y «Economía y sociedad». Para este autor el fundamento de la política, o la base constante de la política,  es la lucha por el poder (entre las clases o entre los individuos). «El poder se define como la capacidad de imponer a un tercero la propia voluntad, bien recurriendo a la fuerza bien a través de otros medios. El poder es, en esencia, dominación y mando». Políticos tradicionales de derecha y de izquierda comparten esta idea; el discurso weberiano los une.
 
Para los seguidores de Weber, entonces, alguien sin ansia de poder no puede estar en la política. «En el plano teórico  ---dice R. Aron---, toda política, interior y exterior, es para Weber ante todo lucha entre las naciones, las clases o los individuos». Así, esta concepción de la política fue llevada a la identificación de la capacidad de los pueblos para «desempeñar un papel mundial». Weber decía que «Tan solo los pueblos superiores poseen vocación para impulsar el desarrollo del mundo».
 
Basta esta reminiscencia para entender lo que quise decir con «seguidor de Weber, sin saberlo». No hay político tradicional que no tenga ansia de poder. Y, en la actual era del neoliberalismo y de la crisis de las democracias constitucionales, hay políticos tradicionales adaptados que, una vez que llegan al poder, se convierten en difusores del espíritu mercantil en la administración del Estado, en caudillos neoliberales que mutan de ideología para beneficiarse del poder que les genera la conducta extractivista de los grandes grupos económicos.
 
La crisis del Estado Constitucional Democrático
 
Lo que acaba de ocurrir con la designación por el Congreso de funcionarios del Tribunal Constitucional, de la Defensoría del Pueblo y del Banco Central, es la expresión de una crisis del Estado Constitucional Democrático. Hay tres razones que fundamentan esta afirmación, todas vinculadas a una concepción de la política como poder que se práctica desde el Ejecutivo. En primer lugar, la división de poderes estipulada por la Constitución, no cumple su cometido. Los poderes no actúan como contrapesos. El poder ejecutivo busca siempre asegurar su influencia en los distintos poderes del Estado, desapareciendo así el objetivo de que los poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) se limiten mutuamente. Si el ejecutivo controla los poderes judicial y legislativo, no hay posibilidad de limitación mutua ni de fiscalización. En segundo lugar, nombrar a los integrantes del Tribunal Constitucional en bloque y con base  en acuerdos de reparto, es una expresión más de la creciente degradación de los valores e instituciones democráticas. El reparto alude al número de representantes por «tienda política» y el número es un indicador del poder que tienen estas «tiendas». Con la llamada repartija, el Tribunal Constitucional responderá al poder ejecutivo y al conciliábulo, sin capacidad real «de interpretación y control de la constitucionalidad», abdicando de su autonomía e independencia. En tercer lugar, el ejercicio del poder, es el usufructo de una democracia representativa que ha perdido referentes y significación. Unos «políticos» que «operan siguiendo una lógica ajena a la idea democrática» confiscan el aparato institucional del Estado para su propio beneficio. Por eso lo que ha hecho recientemente el Congreso, es una muestra más del fracaso de la «representación política».
 
A modo de Conclusión
 
La concepción de la política como poder se inscribe en la lógica weberiana de la dominación y es, por lo tanto, contraria a la concepción de la política como lazo de conexión social. Por eso los «políticos» que adhieren y practican la política como poder, convierten a sus partidos en «tiendas», en lugares donde se practica el clientelismo; los han esclerotizado, desapareciendo su carácter de instrumento de sociabilidad. Es claro, entonces, que para estos «políticos», la libertad no puede concebirse como ausencia de dominación. Parafraseando a E. García, podemos decir que estos políticos, al igual que los grupos de poder privados, hacen inoperantes tanto a los  «tradicionales sistemas de protección jurisdiccional como al ordenamiento jurídico».
 
El neoliberalismo y la práctica de la política como poder se han encontrado como complementos. Las libertades individuales se han convertido en medios instrumentales del tráfico mercantil. «En el Estado Constitucional –según E. García— la lógica del poder ha desplazado, e incluso ha llegado a sustituir por completo, a la lógica de la política: la dialéctica del poder –-la política concebida en sentido weberiano de lucha por el liderazgo, la dominación y la consecución y fidelización de un séquito--- ha reemplazado a la dialéctica de la política, a las ideas entendidas como instrumentos de transformación desde la razón y la ilusión utópica, de una realidad construida en la convivencia colectiva».
 
 
 
Publicado en el diario La Primera el sábado 20 de julio. 

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