La manera tradicional de hacer política está en crisis. Ningún partido tradicional recogió el mensaje del proceso económico y social que está surgiendo como respuesta a la compulsión por globalizarse y, más específicamente, como rechazo a las políticas neoliberales que aumentaron la pobreza y el desempleo, que redujeron la autoridad del Estado y que debilitaron la Nación al excluir del desarrollo a poblaciones provincianas enteras de la costa, sierra y selva del país.
Globalización
La ola globalizadora sesgó las políticas económicas hacia los mercados externos, embargando nuestros reducidos mercados internos a los intereses de los grupos de poder transnacional, precisamente cuando el desempeño económico de los países industriales desarrollados depende más de sus exportaciones. El resultado fue el deterioro de la calidad de vida de la inmensa mayoría de la población, junto a la exacerbación de la exclusión y marginación social y económica.
Por la dialéctica de los procesos económicos y sociales, esta situación de deterioro abrió posibilidad de construir e integrar al país como Nación. Por un lado, la crisis financiera internacional de 1998-99 puso fin a la hegemonía económica del neoliberalismo y, por otro, el surgimiento de movimientos nacionales integradores, no excluyentes, está minando, en nuestro país y en la región latinoamericana, su hegemonía política. La institucionalización política de este movimiento dependerá del peso de las fuerzas sociales que luchan por fortalecerlo y consolidarlo en su interacción con las fuerzas, de dentro y fuera, que desean frenarlo o bastardizarlo. Entre estas últimas se encuentran las que visten el disfraz del ‘cambio con rostro social’ y que pugnan por seguir integrándonos al mundo, con la misma estrategia neoliberal de reducción de los ‘costos salariales y no salariales de la mano de obra’ para aumentar la productividad y la competitividad. Junto a estas fuerzas hay, además, otras, corruptas por su pasado fuji-montesinista, que tratarán de impedir que la decencia se constituya en el valor supremo de la práctica política.
Nacionalismo
Para evitar que la economía y la política sigan caminos distintos o contradictorios, ahora hay que seguir la ruta de la construcción de la Nación y de la legitimación del Estado ante la población pobre y excluida, es decir, hay que soldar la democracia con el desarrollo nacional. Esta es la ruta del llamado ‘nacionalismo’, del movimiento cuyo norte es construir Nación, integrando su economía con su geografía y demografía, para insertarse al mundo en mejores condiciones, en un proceso, simultáneo y no secuencial, de fortalecimiento de sus mercados internos y penetración de los mercados externos.
Los partidos políticos tradicionales permitieron que la dictadura fujimorista impusiera las políticas del Consenso de Washington que reprimarizaron la economía y empeoraron la calidad de vida de la inmensa mayoría de la población. El 2001 triunfó la democracia sobre la dictadura, pero sin una concepción de Estado y de Nación. Para fusionar la democracia con el desarrollo hay que refundar la política mediante una agenda de crecimiento integrador del país, con un nuevo modo de crecer, creando mercados internos, aumentando el empleo e incorporando al mercado a la población pobre y provinciana del país; es decir, avanzando hacia adentro sin cerrarse al mundo y sin crear déficit externos ni presiones inflacionarias.
Democracia
Si la democracia es un proceso que genera nuevas situaciones que “obligan a su discusión y a darles cauce”, la contribución a la institucionalización política del movimiento que encarna lo que hemos llamado ‘nacionalismo’ es un deber de demócrata. “No se puede frenar la serie de cambios que la propia sociedad promueve por su huida hacia adelante, y que obliga a tomar decisiones sobre ellas –dice Castilla del Pino–. Lo que vaya a ocurrir lo desconocemos porque ocurrirá de una manera absolutamente inédita. Un demócrata es el que se enfrenta al problema y da soluciones razonables y no inmovilistas”.
Por otro lado, a diferencia de la derecha inmovilista, patrimonialista y conservadora, la participación en la institucionalización de ese movimiento nacional es apostar por el cambio de la sociedad; y esta es una posición de izquierda. Por lo demás, en nuestro país la derecha nunca tuvo ‘conciencia de la dinámica y evolución sociales’; por eso participó o apoyó muchas dictaduras. En consecuencia, el demócrata, el de izquierda, tiene que enarbolar la libertad “como fuerza creadora, como motor de la evolución de la sociedad”. Hoy los pobres y excluidos están haciendo audible su protesta y su anhelo de Nación ante el resto del país, y en abril lo harán en la urnas eligiendo a los que han recogido esta protesta y anhelo, convirtiéndolos en ‘palabras precisas’.
Diario La República
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