Saturday, October 25, 2014

La hora del desarrollo industrial manufacturero

La economía peruana ya no contará, por mucho tiempo más, con un contexto externo favorable (tasas de interés bajas, crecientes influjos de capital, altos precios de los minerales, y demanda externa en aumento), que fue el motor de su alto crecimiento en la última década, pero también la fuente de su vulnerabilidad ante shocks externos adversos. En consecuencia, ha llegado la hora de cambiar el actual estilo de crecimiento neoliberal. 
 
Baldwin sobre el Plan de diversificación productiva
 
Este cambio no será posible con el plan de «diversificación productiva» del actual gobierno. Esto es lo que le dio a entender Richard Baldwin a su principal promotor, el ministro Ghezzi. El profesor Baldwin --del Graduate Institute de Ginebra y que  estuvo en Lima la semana pasada invitado por la PUCP--, le dijo a Ghezzi que no es posible lograr la diversificación productiva insertando las unidades productivas peruanas en las cadenas de valor de la economía global.
 
Los argumentos de Baldwin fueron elocuentes. No hay capacidad tecnológica y no se puede competir con aquellas economías que se encuentran más cerca de las economías de Estados Unidos, Alemania o Japón que son las que tienen el liderazgo en la tecnología. Sabemos, además, que las estrategias y el dinamismo de las cadenas globales de valor son definidos por las grandes empresas transnacionales. Perú, por lo tanto, no podría actuar activamente en las cadenas. Si la participación en las cadenas globales fuera posible, tampoco permitiría superar la vulnerabilidad externa de la economía, exacerbada por las políticas neoliberales de las últimas décadas.
 
Ghezzi cree que el Estado debe intervenir en la economía solo donde hay «fallas de mercado». No sabe que en la sierra y en la selva del Perú, no hay mercados, y los pocos que existen son reducidos y poco dinámicos. Es posible que tampoco lo supiera Richard Baldwin, pero saberlo no era necesario para sostener una concepción de la intervención del Estado distinta. «Estoy convencido de que cuando se trata del desarrollo de un país –dijo--, es importante que el gobierno se involucre en el proceso de industrialización. Diversificar y generar industrias fuertes debe manejarse igual que desarrollar una nueva área urbana, necesitas a alguien que decida por dónde irán las carreteras, la tuberías y los cables de electricidad».  
 
No sabemos si Ghezzi y Baldwin conversaron sobre los otros dos ejes del plan de «Diversificación Productiva». Sin embargo, queda claro que si Perú no puede participar activamente en las cadenas globales de valor, tampoco tiene sentido su segundo eje: las desregulaciones (Ghezzi las denomina «perfeccionar las regulaciones») en las áreas laboral, de salud y medioambiental. El plan de Ghezzi propone ganar competitividad de manera espuria, abaratando costos mediante desregulaciones.  El tercer eje del plan es más vacuo. Se desea incrementar la productividad sin desarrollar la industria ni la agricultura. La productividad no es concebida como resultado macroeconómico endógeno.
 
¿Diversificación a través de los servicios?
 
Por otro lado, Baldwin propuso como una opción para el Perú, el desarrollo del sector Servicios. Dijo que se podría empezar creando un clúster de servicios en torno a la minería, porque la demanda por estos servicios (ingeniería, logística, finanzas, etc.) ya existe. Mencionó la experiencia de Nueva Zelanda, Noruega y Australia, donde el motor del crecimiento es el mercado interno impulsado por los servicios. Asimismo, propuso desarrollar la agricultura con alto valor agregado.
 
¿Es viable una estrategia de desarrollo a partir de los servicios? En los sectores Servicios y comercio, se encuentra el mayor porcentaje de la PEA ocupada de baja calificación y de baja productividad. Además, la agricultura, básicamente tradicional, es la actividad productiva predominante en las regiones de la sierra y de la selva peruana; y, es un sector que explica un poco más del 30% del empleo, también de baja calificación y productividad. No creo, por lo tanto, que las actividades de servicios sean las impulsoras de la diversificación productiva y los motores de un nuevo estilo de crecimiento. Los servicios con alta productividad (las finanzas, los seguros, los servicios comerciales, la información y las comunicaciones), demandan trabajadores altamente calificados y no tienen capacidad para absorber a los trabajadores no especializados, de baja calificación e informales, que son los que abundan en los sectores terciarios. Las actividades de comercio y otros servicios son los principales «empleadores» de este tipo de trabajadores.
 
La manufactura, en cambio, tiene mayor capacidad de absorción de empleo. Por los encadenamientos que genera, multiplica los empleos y los ingresos, y eleva la productividad del conjunto de la economía. La manufactura es un auténtico motor del crecimiento del producto y de la productividad del trabajo. Como sostiene Kaldor, cuando crece el producto, crece la productividad del trabajo «como resultado de la presencia de rendimientos crecientes a escala en las manufacturas». Por lo tanto, el desarrollo industrial manufacturero es, por esta misma razón, el que permite endogenizar el crecimiento económico.
 
A modo de conclusión
 
«Con la manufactura –dice Rodrik—los países en desarrollo pequeños podrían prosperar a partir de algunos éxitos en la exportación y diversificarse secuencialmente en el tiempo: ahora camisetas, después montaje de televisores y hornos de microondas y así sucesivamente, ascendiendo por la cadena de los conocimientos técnicos y del valor. En cambio, en los servicios el éxito continuo requiere aumentos simultáneos y complementarios de la productividad en el resto de la economía. De modo que sigo siendo escéptico sobre la posibilidad de que un modelo impulsado por los servicios  brinde un crecimiento rápido y buenos puestos de trabajo como sí lo puede hacer la manufactura».
 
 
Publicado en el diario UNO, el sábado 25 de octubre.
 

Sunday, October 19, 2014

Flexibilización laboral y Crecimiento Económico

En agosto, al igual que en los meses anteriores, el PBI no crece. La tasa de aproximadamente 1% que registra el INEI solo se explica por el enigmático crecimiento de los sectores terciarios como Financiero y Seguros (12.32%), Servicios Prestados a Empresas (5.81%) y Otros servicios (4.08%) en el que se incluyen los servicios personales. Mientras los sectores primario y secundario no crecen, estas actividades del sector terciario crecen y a tasas altas. Se han vuelto curiosamente contra-cíclicos; actúan como estabilizadores automáticos (hecho que el INEI tiene la obligación de explicar).
 
Estilo de crecimiento e informalidad
 
El crecimiento no puede sostenerse si su motor externo no se recupera. Cuando se apagó este motor externo, se evidenciaron los efectos negativos del crecimiento neoliberal. No hay motores internos en buenas condiciones. No se creció con progreso tecnológico y desarrollo industrial. Se descuidó el agro. Se creció afectando a los sectores transables con una sostenida apreciación del tipo de cambio real. Se estimuló la expansión de los sectores Comercio, Servicios y Construcción que absorben el 63.5% del empleo, mal remunerado y de baja productividad. (Estos sectores explican el 74.2% del PBI. Si le agregamos la agricultura, que sigue siendo básicamente tradicional, los cuatro sectores explican el 87.7% del empleo y el 81.3% del PBI). Se creció desregulando los mercados, en especial el mercado de trabajo; debilitando las organizaciones sindicales; deteriorando la calidad de la educación; y, aumentando la desigualdad. Se creció, en fin, con salarios reales estancados, subordinando los intereses nacionales a los objetivos del capital transnacional y descuidando el desarrollo de los mercados internos.
 
Más de dos décadas de neoliberalismo generó una economía menos industrial y menos agrícola, y más dependiente de importaciones. La notable expansión de las importaciones tuvo que haber limitado y/o desplazado a la producción local manufacturera y agrícola.  Por eso crecieron más las inversiones en construcción que en equipamiento y maquinaria para este tipo de actividades productivas. La acumulación de capital que acompañó al estilo de crecimiento neoliberal no expandió, entonces, la capacidad productiva per cápita, con lo cual tampoco crecieron significativamente las oportunidades de empleo en las actividades transables como la manufactura.
 
Cuando no se expande la capacidad productiva per cápita, la oferta de trabajo no crece a tasas suficientes para absorber el subempleo y reducir la informalidad. Así, después de dos décadas de neoliberalismo el empleo informal sigue siendo alto: 70.5% del empleo total. Más de 11 millones de trabajadores perciben bajos ingresos, tienen baja calificación profesional y solo una fracción reducida de estos trabajadores cuenta con aseguramiento social.
 
El estilo de crecimiento neoliberal mantiene la informalidad, porque no expande la inversión privada local o nacional, no genera cambio técnico endógeno y tampoco estimula el desarrollo de la competitividad internacional sobre la base de la productividad y de salarios reales crecientes. En consecuencia, la desaceleración actual puede conducir al estancamiento económico y con ello al aumento del subempleo y la informalidad.        
 
Desregulación e informalidad
 
Hay economistas, y también aficionados a la economía, que creen que la sostenida desaceleración de la tasa de crecimiento del PBI puede revertirse con más desregulaciones (laborales y ambientales). Están convencidos, por ejemplo, que la informalidad tiene como causa “las regulaciones y la escasa flexibilidad laboral”. No hay relación, para ellos, entre la informalidad y el relativo estancamiento de la capacidad productiva per cápita provocado por el actual estilo de crecimiento.
 
Reducir la informalidad  ---se dice— es requisito fundamental para relanzar el crecimiento. Desregulando el mercado laboral (eliminando el salario mínimo y reduciendo a su mínima expresión los costos no salariales), disminuirá la informalidad, aumentarán las inversiones y la competitividad internacional de las empresas y, por lo tanto, se reactivará la economía.
 
Es falso que los costos no salariares sean altos. Chile tiene un salario mensual promedio de 725 dólares y un costo no salarial de 32%. Perú, por su parte, tiene un salario mensual promedio de 409 dólares y un costo no salarial de 59%. De aquí no se deduce que Perú tenga los costos no-salariales más altos. La lectura correcta debería ser que Perú tiene el salario mensual promedio más bajo. Si el salario promedio de Perú fuera igual al de Chile, los costos no salariales representarían sólo el 33.2%.
 
A modo de Conclusión
 
Por último, el deterioro de los estándares laborales y ambientales conspira contra el objetivo de fortalecer la democracia. Adam Smith, en su Teoría de los Sentimientos Morales, publicado en 1759, decía que la «disposición de admirar y a casi reverenciar al rico y al poderoso, y a despreciar o por lo menos, a no prestar atención a las personas pobres y de condición media es, al mismo tiempo, la gran y más importante causa universal de la corrupción de nuestros sentimientos morales» (Parte I, Capítulo III, 3.1).
 
 
 
 
Publicado por el Diario UNO el sábado 18 de octubre

Tuesday, October 14, 2014

El poder como botín, Neoliberalismo y Crisis

La persistencia de la fragmentación «política» así como la presencia de un alto porcentaje de candidatos con antecedentes de corrupción y de actos ilícitos, es atribuida, por una de las explicaciones más sofisticadas, a la existencia de un vasto sector informal popular cuyas necesidades son recogidas por alguno de estos candidatos en una suerte de contrato implícito: me das tu voto y yo a cambio no me inmiscuyo en tu conducta informal pero te ayudo a resolver tus necesidades básicas. Este tipo de contrato implícito prolifera, se dice, porque no hay partidos ni políticos con «propuestas sostenibles de reformas que hayan logrado involucrar a esos sectores mayoritarios». Pero, no se dice por qué no hay esos partidos ni esos políticos.

La explicación alternativa y el neoliberalismo
En nuestro país la corrupción en la «política» tiene una larga historia, pero su generalización a nivel de todos los poderes del Estado hasta el punto de degradar la naturaleza de la función pública, es reciente. Empezó durante el primer gobierno de Alan García  y se exacerbó durante el «fujimorato» y la imposición del neoliberalismo. El inicio de este período de corrupción generalizada coincidió con la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, hechos que dieron lugar a una crisis de las ideologías, principal fuente de identidad de los partidos políticos de ese entonces. Lo que siguió fue una crisis de estos partidos, principales usufructuarios de las ideologías que dominaron gran parte del siglo XX.

Con la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría desapareció el competidor ideológico del modelo constitucional democrático. Esta desaparición facilitó la propagación de los postulados democráticos por casi todos los países del mundo, pero al mismo tiempo, puso al descubierto sus debilidades y, en países como el nuestro con escasa historia democrática, estas debilidades de la democracia constitucional se revelaron en forma más dramática: proliferaron «políticos» y agrupaciones «políticas» que degeneraron y pervirtieron la esencia misma de la democracia. Fue el golpe de muerte a los partidos políticos y/o a sus principios y programas que les dieron origen.
La crisis se exacerbó con la llegada del neoliberalismo que colocó a la libertad económica en el mismo nivel que las demás libertades individuales. Se fomentó el individualismo, desacreditando el interés público, se privatizaron los servicios públicos y se destruyeron funciones sociales importantes del Estado. Los grupos de poder privados penetraron las instituciones de casi todos los poderes del Estado, desnaturalizando el papel de la  función pública. Con el neoliberalismo, entonces, se agudizó la crisis del modelo constitucional democrático en nuestro país: el fomento del individualismo (de la tiranía de los individuos, diría Todorov) puso en peligro el bienestar de toda la sociedad. El funcionamiento real de la democracia se alejó así de los principios que lo inspiran; y la vida política se convirtió en una lucha por el «botín del poder». La lógica de la política como lazo de conexión social fue desplazada como nunca por la lógica del poder y del tráfico mercantil.

El modelo económico neoliberal
El neoliberalismo, además, reforzó un estilo de crecimiento rentista o extractivista, que mantiene a la economía desconectada de la geografía y la demografía, y que tiene efectos sociales y ambientales nocivos. Los conflictos sociales regionales y locales proliferan porque los frutos del crecimiento no se distribuyen por igual. Es un estilo de crecimiento que se funda en la minimización del papel económico del Estado, que fomenta la especialización en la producción y exportación de materias primas, que crea enclaves que no tienen conexiones dinámicas con la economía interna, que no desarrolla los mercados internos y que alimenta la informalidad.

Por lo tanto, el estilo de crecimiento neoliberal no toma en cuenta los intereses de la comunidad nacional de la sierra y de la selva del país, ni de la periferia de las grandes ciudades. Además, el neoliberalismo fomenta una competencia internacional espuria basada en la supresión de los derechos de los trabajadores, el mantenimiento de los salarios reales estancados, y la desatención de los costos medioambientales de la explotación de los recursos primarios.
El neoliberalismo no fortalece, entonces, la institucionalidad democrática. Privilegia las inversiones extranjeras en la actividad primaria exportadora, beneficiándolas con contratos de estabilidad tributaria y otras exoneraciones. Favorece la especialización en actividades primarias sin mayor transformación que dependen de los mercados externos, en lugar de promover la creación y el desarrollo de mercados internos, la diversificación productiva y la innovación.  

En suma, el neoliberalismo ha erosionado la institucionalidad democrática de nuestro país y han vuelto a truncar la culminación de la construcción de un Estado Nacional soberano.
A modo de conclusión

Sin embargo, la crisis descrita no ha desaparecido el principio democrático. Sigue vigente la fuente de su legitimidad. Pero se precisa de reformas que permitan convertir a los electores en ciudadanos, superar la concepción de la democracia como solo un  procedimiento institucionalizado, controlar y vigilar a los representantes elegidos, respetar la diversidad cultural y promover una verdadera descentralización política, y hacer énfasis en la virtud cívica de los ciudadanos y en su participación responsable en los asuntos públicos bajo un marco legal e institucional adecuado. Estas reformas democráticas deben basarse, además, en una concepción de la libertad como no-dominación, y en la consideración del Estado y del mercado como instituciones sociales indispensables y no contrapuestas.



Publicado en el Diario UNO, el sábado 11

Saturday, October 04, 2014

Crisis de las ideologías y corrupción en la política

El proceso electoral que culmina el próximo 5 de octubre, ha revelado no solo la persistencia de la fragmentación «política» (muchos candidatos para una misma presidencia regional o para una misma alcaldía), sino también la presencia de un alto porcentaje de candidatos con antecedentes de conducta corrupta, de violaciones a la legalidad o con  vinculaciones con el narcotráfico. La pregunta que surge de este dato real es: ¿qué deficiencia muestra la democracia peruana para que en una contienda electoral predomine este tipo de candidatos sobre otros con antecedentes honorables? ¿Por qué este tipo de candidatos (que «roban pero hacen obras») logran el apoyo de vastos sectores de la población? El caso paradigmático, conocido por todos, es el del candidato Castañeda a la alcaldía de Lima  Metropolitana denunciado por el caso Comunicore y, después, sorprendentemente absuelto. Este candidato es el favorito de la población frente a la candidata a la reelección Susana Villarán, con una gestión proba, no corrupta, pero a diferencia del primero vilipendiada por la derecha desde que asumió el cargo. 

Dos explicaciones insuficientes
Entre lo que se ha escrito sobre esta situación hay dos explicaciones, a nuestro juicio, insuficientes. En primer lugar, está la explicación más sofisticada, pero circunscrita a Lima Metropolitana. Ese tipo de candidatos tiene el apoyo –aunque solo sea un apoyo bastante pasivo--, porque junto con no afectar a un vasto sector informal de la ciudad, atiende las necesidades básicas de sus sectores populares. La explicación de este apoyo no está ni en la naturaleza corrupta del candidato, ni en la incapacidad de votar «bien» de parte de los sectores que lo apoyan; sino en el hecho que el candidato con sospechas de corrupción y de actos ilícitos, ha sido capaz de «recoger las necesidades de los sectores populares para transformarlas en políticas públicas».  

Los que sostienen esta explicación se adelantan a responder otra pregunta: ¿por qué el honesto y que hace obras (como Susana Villarán, por ejemplo) no tiene el apoyo popular? Se responden, porque no hay partidos ni políticos con «propuestas sostenibles de reformas que hayan logrado involucrar a esos sectores mayoritarios». Pero, no dicen por qué no hay esos partidos ni esos políticos.
La segunda explicación, es trivial y contradictoria. No obstante que los sectores populares saben que su candidato es corrupto, están dispuestos a votar por él. ¿Por qué? Porque no hay élites políticas ni administrativas dignas de imitar ni instituciones inclusivas e igualitarias.  En el Perú las «élites nunca han tenido un comportamiento ejemplar; son excluyentes, prepotentes y abusivas con los sectores populares. Practican la separación social, una forma de «convivencia» paralela con estos sectores populares «informales». La consecuencia es que estos sectores viven entre la legalidad y la ilegalidad, y como no pueden “derrotar a esas elites”, se unen a ellas.  Se sienten incluidos identificándose con el candidato corrupto a través de la mediación de las obras que éste hace. Este nexo entre las elites corruptas y los informales es «lo único que la política puede hacer». Pero, adelantándose a una crítica inmediata, los que sostienen esta explicación dicen: «pensar que todo está perdido sería un error», porque «los excluidos, los discriminados, votan por aquellos candidatos que critican el sistema político y económico  y que cuestionan las desigualdades sociales». ¿En qué quedamos?

Una explicación alternativa a modo de hipótesis
En nuestro país, candidatos y elegidos, ministros, jueces y magistrados, y otros altos funcionarios, en connivencia con sujetos privados, se benefician de los recursos públicos o practican la política de la «puerta giratoria» degradando con este tipo de conducta la naturaleza de la función pública. Esta práctica se hizo más visible y zafia desde los años noventa del siglo XX, con el «fujimorato» que introdujo las reformas y políticas neoliberales. Pero, el inicio del período neoliberal en nuestro país coincidió con la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, hechos que tuvieron un efecto fulminante en las ideologías y que, en países como el nuestro, generó un profundo vacío interpretativo de sus problemas y fenómenos reales. Ser importadores de doctrinas ideo-políticas,  nos dejó desvalidos, acelerando la crisis de sus principales usufructuarios, los partidos políticos; de todos los partidos, porque esa crisis también puso en evidencia las debilidades de la institucionalidad democrática de nuestros países. 

Por lo tanto, cuando el funcionamiento real de la democracia constitucional  choca con los principios que lo inspiran, «una ola de desafección por los mecanismos y prácticas políticas», invade a las democracias.  «En semejante contexto --dice Eloy García— se multiplican los episodios individuales de violación de las reglas de conducta de los gobernantes, en un tiempo en que la perdida de ideología de los partidos convierte a la vida política en una lucha por el botín del poder».
A modo de conclusión

La crisis política por la que atraviesa nuestro país tiene que ver, entonces, con la ausencia de principios ideo-políticos sólidos provocada por la crisis de las ideologías y con la pérdida del sentido de la política y de su arraigo en la población.


Publicado en el Diario UNO el sábado 4 de octubre