Tuesday, March 21, 2006

El plan Humala y las mentiras de Bustamante

Confieso que me es difícil debatir con los que, además de practicar el camuflaje, mienten. Con ellos, no hay aprendizaje alguno. Esta será, por eso, mi última mención a Bustamante. Él sigue criticando el Plan de Humala sin haberlo entendido. No acepta que la globalización también tiene efectos negativos y, claro está, no ha leído a Stiglitz. Este ex gerente de la empresa quebrada Orión nunca comprenderá que la lucha por los mercados externos es un "juego de suma cero".

Su respuesta a mi defensa del Plan de Humala fue una behetría mental. Empezó apoyándose en Stiglitz para afirmar que, de aplicarse el Plan, "se destruiría la economía peruana y daríamos un estúpido salto hacia atrás". Mi reacción a esta injuria fue glosarle unos párrafos del libro de Stiglitz que él citó (con número de página equivocado), para ayudarle a comprenderlo. Pero he recibido una capullada de respuesta. Dice que "analizo la realidad nacional a través de los ojos y pensamiento de un norteamericano". Ciertamente, no puedo exigirle que lea mis libros y artículos sobre nuestra economía, ni menos pedirle que renuncie a su pensamiento meteco para defender el interés nacional.

El ingeniero Bustamante no entenderá jamás que el comercio es de flujos de exportaciones e importaciones, y que la balanza de estos flujos, solo bajo ciertas condiciones –lo decían ya los fisiócratas basándose en Cantillón (1755)--, podría incrementar el ingreso. "En la generación de flujos –sentencia Bustamante– está la creación de riqueza, tanto por la ampliación de los mercados como por la especialización, la división del trabajo". ¿Sabrá lo que dice o será solo un camuflaje?

"Queremos –se dice en el Plan de Humala– que nuestra economía sea capaz de diversificar y expandir sus mercados internos, generar cambios tecnológicos endógenos y aumentos sostenidos en la productividad. Así, al reducirse los costos por unidad producida, la competitividad del Perú crecerá" (página 20). Los mercados en expansión permiten que se extienda la división del trabajo y la especialización y, por lo tanto, que aumente la productividad. Cuando la productividad aumenta, los costos unitarios de producción disminuyen y, en consecuencia, aumenta la competitividad o la capacidad de penetración en los mercados externos. Si una participación acrecentada en el comercio exterior se suma al crecimiento del mercado interno, es decir, no lo reduce, entonces continuará el círculo virtuoso de aumento de la productividad y la competitividad.

Los globalizadores y neoliberales no entienden este argumento, por eso defendieron la tercerización del trabajo y la precarización salarial como medios para aumentar la competitividad. "Esta estrategia de disminución de costos del trabajo para ganar participación en los mercados externos –se dice en el Plan de Humala– tiende a reducir el tamaño de mercado doméstico porque comprime los ingresos de los trabajadores". Además, esta estrategia no es el camino para construir relaciones internacionales armoniosas porque privilegia la participación en los mercados externos a costa de los mercados internos (página 35).

Bustamante me acusa de no creer en el mercado. Su behetría lo lleva a confundir la realidad con un acto de fe. El Plan de Humala es para una economía de mercado. En él se propone una estrategia de incorporación a la modernidad de la población pobre, excluida, de la costa, sierra y selva del país. Se propone construir Nación. "La agenda de un crecimiento integrador del país con un nuevo modo de crecer creando mercados internos, aumentando el empleo e incorporando al mercado a la población excluida y provinciana del país –se dice en el Plan–, es avanzar desde adentro y hacia afuera, sin cerrarse al mundo y sin crear déficit externos" (página 35).

Bustamante afirma que planteamos "suplantar la inversión privada por la inversión pública" y "condenar al país a la falta de inversión". No es una cita; es otra mentira. Lo que en verdad se propone en el Plan de Humala es, además del fortalecimiento de los organismos reguladores y la adecuación del marco legal para una real defensa de la competencia, que "la energía, los hidrocarburos, el gas, la electricidad, los servicios esenciales, el agua y saneamiento, el espacio aerocomercial y los puertos, (sean) actividades estratégicas puestas al servicio del desarrollo de la Nación" (página 41). En este sentido se dice que serán nacionalizadas. Y, para que no quepa dudas, se señala que su régimen empresarial será pluralista: "coexistirán en cada caso las empresas privadas, públicas, mixtas, asociaciones y operadores, y (se establecerán) reglas de juego para asegurar la contribución al desarrollo de las empresas de capital extranjero" (página 41).

Solo los que no conocen las fronteras de lo Nacional pueden decir que estos planteamientos atentan contra la inversión.

Diario La República

Tuesday, March 14, 2006

El mercado y el señor Pablo Bustamante

A Pablo Bustamante le parece increíble que la lucha por los mercados externos sea un juego de suma cero porque, imagino, nunca ha leído un texto elemental de comercio. Si en el mundo hubiera sólo dos países y uno tuviera superávit comercial, el otro tendría que tener déficit. La suma de sus balanzas comerciales tendría que ser, por lo tanto, igual a cero. Si hay países superavitarios tienen que haber necesariamente países deficitarios. ¡No pueden ser todos superavitarios! Stglitz lo menciona en el libro que supuestamente ha leído Bustamante: “…si un país importa más de lo que exporta (es decir, tiene déficit comercial), otro país debe estar exportando más de los que importa (tiene un superávit comercial). Una regla inquebrantable de la contabilidad internacional es que la suma de todos los déficits del mundo debe igualar a la suma de todos los superávits” (“El malestar de la globalización”, Taurus, 2002, página 253). Increíble que no lo sepa el ex gerente de la desaparecida Orión.

Es verdad que la globalización es una realidad, pero también es verdad que tiene efectos nocivos en economías como la nuestra, donde la pobreza sigue siendo superior al 50% de la población después de tres lustros de neoliberalismo. Según Stiglitz: “…las políticas económicas derivadas del Consenso de Washington y aplicadas en las naciones subdesarrolladas no eran las apropiadas…” (Ídem, página 41). “Forzar a un país en desarrollo a abrirse a los productos importados que compiten con los elaborados por alguna de sus industrias, peligrosamente vulnerables a la competencia de buena parte de industrias más vigorosas en otros países, puede tener consecuencias desastrosas, sociales y económicas. Se han destruido empleos sistemáticamente…antes que los sectores industriales y agrícolas de los países pudieran fortalecerse y crear nuevos puestos de trabajo” (Ídem, página 42). Precisamente, en el Plan de Humala se propone fortalecer la industria y el agro nacionales, y sus mercados internos, para competir en mejores condiciones en los mercados internacionales.

Stiglitz no dice que la globalización per se ayuda a eliminar la pobreza. “Los críticos de la globalización acusan a los países occidentales de hipócritas, con razón: forzaron a los pobres a eliminar las barreras comerciales, pero ellos mantuvieron las suyas e impidieron a los países subdesarrollados exportar productos agrícolas privándolos de una angustiosamente necesaria renta vía exportaciones” (Ídem, página 31). Más adelante agrega, “Si los beneficios de la globalización han resultado en demasiadas ocasiones inferiores a los que sus defensores reivindican, el precio pagado ha sido superior, porque el medio ambiente fue destruido, los procesos políticos corrompidos y el veloz ritmo de los cambios no dejó a los países un tiempo suficiente para la adaptación cultural” (Ídem, página 33).

A Bustamante no le gusta que la economía de mercado sea regulada y que el Estado tenga responsabilidad de velar por el interés económico nacional frente a las empresas extranjeras que operan en actividades estratégicas para el desarrollo. Stiglitz dice: “...los avances más recientes de la teoría económica...han probado que cuando la información es imperfecta y los mercados incompletos (es decir: siempre, y especialmente en los países en desarrollo), entonces la mano invisible funciona de modo muy deficiente. Lo significativo es que hay intervenciones estatales deseables que, en principio, pueden mejorar la eficiencia del mercado” (páginas 103-104). Y, como si estuviera refiriéndose al Perú de hoy, Stiglitz afirma: “La privatización, sin políticas de competencia y vigilancia que impidan los abusos de los poderes monopólicos, puede terminar en que los precios al consumo sean más altos y no más bajos. La austeridad fiscal, perseguida ciegamente, en las circunstancias equivocadas, puede producir más paro y la ruptura del contrato social” (Ídem, página 115)

“Los fundamentalistas del mercado -dice Stiglitz- creen que en general el mercado funciona bien y que en general el Estado funciona mal” (página 248). “El Estado puede cumplir y ha cumplido un papel fundamental no sólo en mitigar (los) fallos del mercado sino también en garantizar la justicia social (…). En países que han tenido grandes éxitos… (los) Estados suministraron una educación de alta calidad a todos y aportaron el grueso de la infraestructura (…). Regularon el sector financiero y lograron que los mercados de capitales operaran más como se suponía que debían hacerlo; aportaron una red de seguridad para los pobres; promovieron la tecnología, de las telecomunicaciones a la agricultura, los motores de aviación y los radares. Aunque hay un vivo debate sobre cual debería ser el papel preciso del Estado…, existe un amplio acuerdo de que el Estado cumple una función para que cualquier sociedad y cualquier economía actúen con eficacia –y humanidad-” (Ídem, páginas 273-274).

Diario La República

Thursday, March 02, 2006

Estatismo, Economía Cerrada y Otras Mentiras

Hace unos días, escuché con estupor un diálogo endogámico entre Althaus y Bustamante. Hablaban supuestamente del Plan de Gobierno de Ollanta Humala y, como si lo hubieran «leído», competían en criticarlo. Son practicantes del periodismo amarillo que inventan planteamientos económicos para, luego de adjudicárselo al adversario, criticarlo. Son los mismos que confundieron el verbo revisar, con el verbo aplicar; los mismos adictos a la ponzoña de una prensa que no conoce los valores de la decencia y la honestidad.

Los dos se repitieron que el Plan Nacionalista propone cerrar la economía y retornar al pasado estatista, y que en él se rechaza a la inversión privada. No leyeron párrafos ni citaron páginas. Mintieron para favorecer las propuestas de Unidad Nacional, heredera del fujimorismo económico. No saben de Globalización, no han leído a Stiglitz, ni saben que la lucha por los mercados externos es un «juego de suma cero» de consecuencias impredecibles a largo plazo. Por eso apoyaron las propuestas de dolarización de la economía y, en la crisis de los años 1998-2000, se callaron cuando el fujimorismo endeudó al país por más de mil millones de dólares para rescatar al sistema bancario que ellos debilitaron con sus políticas neoliberales.

En el Plan de Ollanta Humala no hay propuestas de retorno al pasado. Por el contrario, se propone cambiar el país desarrollando la industria, la agro-industria y la agricultura, en el marco de una economía abierta y de mercado, con un régimen cambiario estable y competitivo, y con créditos tributarios para la reinversión de las utilidades de los productores privados. Se parte, sin duda, de reconocer que el argumento proteccionista es lógicamente incompleto: hace énfasis en el abastecimiento de los mercados internos con producción doméstica, pero falla en explicar el origen y determinación de la correspondiente demanda agregada doméstica. Por eso sus defensores de los años 60 y 70, exageraron el daño de la apertura comercial, como los neoliberales de ahora exageran el supuesto beneficio de los tratados de libre comercio.

Los dos se dijeron que las propuestas de revisión de los contratos de estabilidad tributaria, de nacionalización de las actividades estratégicas, de fortalecimiento de los organismos reguladores, y de una nueva ley de fomento de la competencia en los mercados de los servicios públicos para favorecer a los consumidores, ahuyentará la inversión extranjera y, al afectar el crecimiento, nos hará más pobres. Esos señores no saben el contenido de lo Nacional. Por eso no pueden entender que la inversión privada extranjera en actividades estratégicas para el desarrollo nacional, puede, con ese fin, cumplir reglas y ciertos requisitos de desempeño. Ponerlas al servicio del desarrollo nacional, no es estatizarlas. Sin embargo, esos señores nos proponen suscribir el TLC negociado por este gobierno, con el argumento de que no hay otro modo de asegurar el crecimiento a largo plazo de nuestra economía. No les importa que se enajene nuestros mercados internos a los productos agropecuarios subsidiados de los EE.UU. Y no dicen abiertamente que creen en el aumento de la competitividad básicamente mediante la reducción de los ingresos de los trabajadores, es decir, en el «cholo barato». Ciertamente, no conocen nada de las modernas teorías del comercio internacional.

El lector debe saber que la estrategia neoliberal es contraria a la estrategia nacional de expandir los mercados internos y crear otros, para integrar económica y socialmente al país. Hay, pues, otra manera de relacionarse al mundo y es la de construir Nación mediante la expansión de los mercados internos, la consecuente descentralización y desconcentración del aparato productivo, y la integración económica y social el país. Para que este proyecto de construcción de Nación sea viable, debe además eliminarse la restricción de financiamiento que enfrentan las empresas pequeñas, medianas y grandes, mediante la movilización de los ahorros nacionales y el fortalecimiento de su relación con la inversión privada de estos productores nacionales.

Diario La República