Saturday, January 28, 2006

Globalización, nacionalismo y democracia

La manera tradicional de hacer política está en crisis. Ningún partido tradicional recogió el mensaje del proceso económico y social que está surgiendo como respuesta a la compulsión por globalizarse y, más específicamente, como rechazo a las políticas neoliberales que aumentaron la pobreza y el desempleo, que redujeron la autoridad del Estado y que debilitaron la Nación al excluir del desarrollo a poblaciones provincianas enteras de la costa, sierra y selva del país.

Globalización

La ola globalizadora sesgó las políticas económicas hacia los mercados externos, embargando nuestros reducidos mercados internos a los intereses de los grupos de poder transnacional, precisamente cuando el desempeño económico de los países industriales desarrollados depende más de sus exportaciones. El resultado fue el deterioro de la calidad de vida de la inmensa mayoría de la población, junto a la exacerbación de la exclusión y marginación social y económica.

Por la dialéctica de los procesos económicos y sociales, esta situación de deterioro abrió posibilidad de construir e integrar al país como Nación. Por un lado, la crisis financiera internacional de 1998-99 puso fin a la hegemonía económica del neoliberalismo y, por otro, el surgimiento de movimientos nacionales integradores, no excluyentes, está minando, en nuestro país y en la región latinoamericana, su hegemonía política. La institucionalización política de este movimiento dependerá del peso de las fuerzas sociales que luchan por fortalecerlo y consolidarlo en su interacción con las fuerzas, de dentro y fuera, que desean frenarlo o bastardizarlo. Entre estas últimas se encuentran las que visten el disfraz del ‘cambio con rostro social’ y que pugnan por seguir integrándonos al mundo, con la misma estrategia neoliberal de reducción de los ‘costos salariales y no salariales de la mano de obra’ para aumentar la productividad y la competitividad. Junto a estas fuerzas hay, además, otras, corruptas por su pasado fuji-montesinista, que tratarán de impedir que la decencia se constituya en el valor supremo de la práctica política.

Nacionalismo

Para evitar que la economía y la política sigan caminos distintos o contradictorios, ahora hay que seguir la ruta de la construcción de la Nación y de la legitimación del Estado ante la población pobre y excluida, es decir, hay que soldar la democracia con el desarrollo nacional. Esta es la ruta del llamado ‘nacionalismo’, del movimiento cuyo norte es construir Nación, integrando su economía con su geografía y demografía, para insertarse al mundo en mejores condiciones, en un proceso, simultáneo y no secuencial, de fortalecimiento de sus mercados internos y penetración de los mercados externos.

Los partidos políticos tradicionales permitieron que la dictadura fujimorista impusiera las políticas del Consenso de Washington que reprimarizaron la economía y empeoraron la calidad de vida de la inmensa mayoría de la población. El 2001 triunfó la democracia sobre la dictadura, pero sin una concepción de Estado y de Nación. Para fusionar la democracia con el desarrollo hay que refundar la política mediante una agenda de crecimiento integrador del país, con un nuevo modo de crecer, creando mercados internos, aumentando el empleo e incorporando al mercado a la población pobre y provinciana del país; es decir, avanzando hacia adentro sin cerrarse al mundo y sin crear déficit externos ni presiones inflacionarias.

Democracia

Si la democracia es un proceso que genera nuevas situaciones que “obligan a su discusión y a darles cauce”, la contribución a la institucionalización política del movimiento que encarna lo que hemos llamado ‘nacionalismo’ es un deber de demócrata. “No se puede frenar la serie de cambios que la propia sociedad promueve por su huida hacia adelante, y que obliga a tomar decisiones sobre ellas –dice Castilla del Pino–. Lo que vaya a ocurrir lo desconocemos porque ocurrirá de una manera absolutamente inédita. Un demócrata es el que se enfrenta al problema y da soluciones razonables y no inmovilistas”.

Por otro lado, a diferencia de la derecha inmovilista, patrimonialista y conservadora, la participación en la institucionalización de ese movimiento nacional es apostar por el cambio de la sociedad; y esta es una posición de izquierda. Por lo demás, en nuestro país la derecha nunca tuvo ‘conciencia de la dinámica y evolución sociales’; por eso participó o apoyó muchas dictaduras. En consecuencia, el demócrata, el de izquierda, tiene que enarbolar la libertad “como fuerza creadora, como motor de la evolución de la sociedad”. Hoy los pobres y excluidos están haciendo audible su protesta y su anhelo de Nación ante el resto del país, y en abril lo harán en la urnas eligiendo a los que han recogido esta protesta y anhelo, convirtiéndolos en ‘palabras precisas’.

Diario La República

Wednesday, January 25, 2006

Proteccionismo, Populismo y Otras Mentiras

La confrontación de ideas, decente y honesta, no es práctica común en nuestro país. Justamente porque creo en los valores de la decencia y la honestidad, considero importante denunciar la práctica de inventar planteamientos económicos para, luego de adjudicárselo al adversario, criticarlo con la ayuda de cierta prensa adicta a la ponzoña.

Se dice que han vuelto a aparecer temas arcaicos, populistas, proteccionistas y contrarios a la inversión privada, que significan un retorno al pasado. Pero los autores de esta afirmación, no citan fuentes. Son los mismos que esconden las propuestas que heredaron del fujimorismo económico. Incapaces de aceptar que la estabilidad macroeconómica actual no es fruto de las políticas neoliberales, temen evidenciar su propuesta electoral de flotación cambiaria libre, sin intervenciones de la autoridad monetaria. Son los que promovieron la dolarización de la economía y que, en la crisis de los años 1998-2000, endeudaron al país por más de mil millones de dólares para rescatar al sistema bancario que ellos mismos debilitaron.

No hay, pues, propuestas de retorno al populismo ni al proteccionismo. Por ejemplo, el plan de gobierno de Ollanta Humala propone industrializar el país en el marco de una economía abierta y de mercado, con un régimen cambiario estable y competitivo, y con créditos tributarios para la reinversión de las utilidades de los productores de bienes manufacturados y agroindustriales. Se parte, sin duda, de reconocer que el argumento proteccionista es lógicamente incompleto: hace énfasis en el abastecimiento de los mercados internos con producción doméstica, pero falla en explicar el origen y determinación de la correspondiente demanda agregada doméstica. Por eso sus defensores exageraron el daño de la apertura comercial, como los neoliberales de ahora exageran el supuesto beneficio de los tratados de libre comercio.

Se dice que las propuestas de revisión dialogada de los contratos de estabilidad tributaria y de mayor intervencionismo estatal en asuntos tarifarios y regulatorios, aumentarán la pobreza. Sus autores son los mismos que nos proponen suscribir el TLC negociado por este gobierno, con el argumento de que no hay otro modo de asegurar el crecimiento a largo plazo de nuestra economía. No les importa que se enajene nuestros mercados internos a los productos agropecuarios subsidiados de los EE.UU. Y no dicen abiertamente que creen en el aumento de la competitividad básicamente mediante la reducción de los ingresos de los trabajadores, es decir, en el «cholo barato».

El lector debe saber que la estrategia neoliberal es contraria a la estrategia nacional de expandir los mercados internos y crear otros, para integrar económica y socialmente al país. Los tratados comerciales no son buenos per se; son útiles siempre que no reduzcan los mercados internos ni impidan su crecimiento. De otro lado, el argumento de que estos tratados de libre comercio favorecen a los consumidores, es también incompleto, porque el bienestar de los consumidores no mejorará con la competencia entre productores cuando, por sus efectos negativos sobre los ingresos y el empleo, se reduce el tamaño del mercado doméstico y, visto dinámicamente, se inhibe la creación de otros.

Si el tamaño del mercado doméstico y la actividad económica declinan a medida que los productores extranjeros capturan una larga porción del mismo, el nivel de bienestar de los consumidores nacionales tendrá que declinar debido a la reducción del empleo y de los ingresos. Sólo bajo el supuesto de pleno empleo, la competencia internacional podría no afectar los niveles de ocupación de la mano de obra. Pero, además, los economistas saben que con altos niveles de desempleo y subempleo, con una notable distribución desigual del ingreso y con exclusión social a lo largo y ancho del país, ya no es posible una asignación eficiente de los recursos. En consecuencia, el argumento que el libre comercio mejora el bienestar de los consumidores mediante una localización más eficiente de los recursos, es totalmente cuestionable.

Hay, pues, otra manera de relacionarse al mundo y es la que propone construir Nación mediante la expansión de los mercados internos, la consecuente descentralización y desconcentración del aparato productivo, y la integración económica y social el país. Para que este proyecto de construcción de Nación sea viable, debe además eliminarse la restricción de financiamiento que enfrentan las empresas pequeñas, medianas y grandes, mediante la movilización de los ahorros nacionales y el fortalecimiento de su relación con la inversión privada de estos productores nacionales.

Gestión, Diario de Economía y Negocios