Tuesday, December 13, 2011

De Adam Smith al encuentro entre Smith y Keynes: Del siglo XVIII al siglo XXI


Muchas gracias a Waldo Mendoza, jefe del Departamento de Economía; a Patricia Arévalo, Directora del Fondo Editorial y a mi Universidad que apoya el esfuerzo de investigar y escribir. Gracias también a Máximo, a José y a Santiago por sus excelentes comentarios.

Quiero pedirles unos minutos para contarles por qué este libro reivindica a Smith y celebra el encuentro entre Smith y Keynes.


La teoría del crecimiento nace en 1776 con la Riqueza de las Naciones de Smith. Podría decir también que los aspectos institucionales, sociales y morales que definen el contexto en el que se desenvuelve la economía de mercado son desarrollados en su obra Los Sentimientos Morales (1759).

Smith escribe en plena revolución industrial. Sostiene que el motor del crecimiento del producto per cápita es la división del trabajo y que ésta depende del tamaño del mercado. No hay agentes representativos ni funciones de utilidad en su teoría. Smith teoriza sobre la diversificación del aparato productivo, la aglomeración espacial de las actividades manufactureras, el aumento de la productividad y la generación de ventajas competitivas en una economía de mercado. La diversificación está asociada a la división social del trabajo, y la extensión y profundidad de esta división del trabajo está limitada por el tamaño del mercado.

La división del trabajo opera generando un proceso de rendimientos crecientes que se retroalimenta y que da lugar –como nos recuerda Young (1928)- a una continua diferenciación de productos, a la aparición de nuevos productos, nuevas industrias, y nuevos métodos de producción y organización. La diversificación productiva que resulta de la división del trabajo es la base de la competitividad. Este es un planteamiento contrario a aquel que propone la especialización de la economía como base de un comercio internacional ventajoso.

Adam Smith fue el primero que explicó el cambio técnico endógeno y teorizó sobre la construcción de una economía de mercado nacional. Se le menciona como el profeta del mercado sin justicia ni valores éticos. Pero, Smith, jamás defendió el mercado auto-regulado. Fue partidario de un Estado fuerte, con capacidad de crear y reproducir las condiciones de existencia del mercado; con capacidad de regular su funcionamiento e intervenir en él para corregir sus efectos sociales indeseables.

Como dice Enrique Ujaldon La Riqueza de las Naciones es “un largo alegato que intenta desacreditar las vinculaciones entre poder económico y poder político que no están puestas al servicio del interés de todos; y, a su vez, como una apología de un Estado que vele, por un lado, por controlar las apetencias monopolísticas de los comerciantes y, por otro, que sea institucionalmente lo suficientemente fuerte como para generar y mantener en el tiempo un sistema en el que sea posible la libertad.” (La Construcción de la Libertad en Adam Smith, Biblioteca Nueva, España, 2008, pág.116)

David Ricardo (1817) abre la posibilidad del gran viraje que ocurre a finales del siglo XIX. Basa su teoría de la distribución en los rendimientos marginales decrecientes de la tierra y concluye que la existencia de la clase terrateniente rentista conduce a la desaparición de los beneficios capitalistas, a la consecuente desaceleración de la acumulación de capital y, por lo tanto, a una situación de estado estacionario, de ausencia de crecimiento del producto per cápita.

La revolución marginalista de finales del siglo XIX (el inicio de la segunda revolución industrial) que dio lugar a la llamada teoría neoclásica, siguió la ruta de Ricardo ampliando la operación de los rendimientos marginales decrecientes a todos los factores de producción, producidos y no producidos. Los rendimientos crecientes fueron considerados contrarios al equilibrio de los mercados.

Durante todo el período de la segunda revolución industrial hasta la crisis de los años treinta del siglo XX, se abandonó el interés por la teoría del crecimiento económico.

Harrod en 1939 y Domar en 1946, reintrodujeron el tema del crecimiento llevando al largo plazo la hipótesis keynesiana de inestabilidad y desempleo involuntario de la fuerza laboral. Pero, fueron los neoclásicos —Solow (1956), Cass (1965) y Koopmans (1965)— que, debatiendo con Harrod y Domar, revivieron el estado estacionario Ricardiano: La sustitución de factores y los rendimientos decrecientes del capital aseguran la convergencia hacia el estado estacionario definido por una economía crece a la tasa que crece su fuerza laboral, es decir, una economía cuyo producto per cápita permanece constante.

El crecimiento sostenido del producto per cápita registrado durante el Golden Age de 1945 a 1980, la expansión del comercio y los nuevos cambios técnicos, rápidamente desprestigiaron a los modelos neoclásicos del crecimiento. Su explicación del crecimiento del producto per cápita mediante un cambio técnico exógeno era insostenible.

El retorno a Smith ocurre desde los años sesenta del siglo XX. Nadie podía aceptar el carácter exógeno del cambio técnico. Nadie podía seguir aceptando la presencia dominante de rendimientos marginales decrecientes de los factores trabajo y capital, en un mundo que continuaba diversificando la oferta de productos y de creciente comercio intraindustrial. Además, la controversia sobre la teoría del capital y la función de producción neoclásicas, había abierto el camino para la construcción de una nueva teoría del crecimiento.

Los modelos de crecimiento endógeno desarrollados en el último medio siglo, introducen la división del trabajo para evitar que opere los rendimientos marginales decrecientes del capital físico. Sostienen que el incremento de la división del trabajo es el resultado de la acumulación de conocimiento mediante la investigación y/o de la creciente acumulación de capital que da lugar a un creciente aprendizaje social, y que se expresan en un stock de capital humano mayor, que aumenta el stock de capital en términos de unidades de eficiencia. Se supone que este efecto eficiencia es lo suficientemente fuerte como para contrarrestar la caída del producto marginal del capital físico. De esta manera el crecimiento puede ser sostenido endógenamente (Arrow, 1962; Frankel, 1962; Romer, 1986; Lucas, 1988, Rebelo, 1991; etc.).

Desafortunadamente, sin embargo, casi todos los modelos de crecimiento endógeno, al igual que los modelos de tecnología exógena, ignoran la demanda efectiva y hacen énfasis solo en factores de oferta –salvo el modelo de generaciones de capital heterogéneo .

Los modelos que están limitados por factores de demanda y que se desarrollan en el capítulo 6 de mi libro, son los que muestran el encuentro entre Keynes y Smith. Como ya mencioné, para Smith, la extensión de la división del trabajo y los rendimientos crecientes están limitados por el tamaño del mercado, y por Keynes sabemos que el tamaño del mercado está determinado por la demanda agregada. También sabemos que la igualación entre la oferta y la demanda es complicada en presencia de rendimientos crecientes.

Los rendimientos crecientes pueden generar una tendencia al monopolio o al oligopolio y a la concentración del mercado, incrementando notablemente la participación de las ganancias en el ingreso total y afectando de esta manera las decisiones de inversión, o más generalmente, dando lugar –como dice Bhaduri-- a fallas en la creación de la demanda necesaria para hacer rentable la continua expansión de la oferta. Los que siguen a Schumpeter dirán que una estructura de mercado oligopólica da lugar a una destrucción creativa a través de un rápido progreso técnico. Y, los que siguen a Steindl dirán que las mayores participaciones de las ganancias en un mercado cada vez más concentrado conducen al estancamiento porque deprimen la demanda agregada.

Sin embargo, la verdad es que una mayor participación de las ganancias puede disminuir la demanda de consumo porque reduce la participación de los salarios, pero también, al incrementar el margen de ganancia por unidad vendida, puede estimular la demanda de inversión. Por lo tanto, el efecto sobre la demanda agregada es ambiguo. Depende de qué efecto domine para saber si se produce una tendencia al estancamiento o un crecimiento impulsado por la inversión (Bhaduri y Marglin, 1990). Hay –según Keynes-- dos caminos para ampliar la producción desde el lado de la demanda: el incremento del consumo o el incremento de la inversión. Si, como dice Keynes, “las prácticas sociales y la distribución de la riqueza que se resuelve en una propensión a consumir indebidamente baja” domina frente al estímulo de la demanda de inversión, estaremos frente a un proceso de subconsumo que conduce al estancamiento. De lo contrario, estaremos en una senda de crecimiento impulsado el aumento de la inversión.

La ruta de la política económica para apoyar el crecimiento y beneficiar a toda la sociedad está así abierta con claridad. El buen entendedor se habrá dado cuenta que no es necesario optar por un extremo, aunque los neoliberales lo hicieron emulando a Reagan y a Thatcher.

Para terminar, ¿de qué nos sirve estudiar los distintos enfoques y modelos de crecimiento económico en un país como el nuestro?

En primer lugar, de las teorías del crecimiento endógeno podemos rescatar la idea de una economía con fuerzas endógenas que impulsan su crecimiento; que el impulso no viene de fuera y que la mejor manera de vincularnos al resto del mundo es diversificando el aparato productivo para así diversificar la composición de nuestras exportaciones.

En segundo lugar, de Smith podemos aprender cómo se crean mercados o cómo se construye una economía nacional de mercado, es decir, el sustrato económico de una Nación.

En tercer lugar, una estrategia de diversificación productiva y de crecimiento basado en la productividad es incompleta si no se explicita, desde la política económica, la fuente de generación de demanda e ingresos.

Finalmente, en países con gran desigualdad social y económica y que tienen una importante orientación primario exportadora, una tasa baja de acumulación de capital humano y de progreso técnico en la agricultura, y una incipiente industria, el tránsito al desarrollo y a la inclusión social es incierto. En otras palabras, la ruta hacia ingresos per cápita más altos es más rápida y segura con mayor igualdad en la distribución del ingreso, con un sesgo manufacturero en el crecimiento, con una acumulación rápida en capital humano y un alto crecimiento en la productividad de la agricultura.

Muchas gracias.


Nota: Esta fue la exposición que hice después de escuchar los comentarios de Santiago Roca, José Oscátegui y Máximo Vega Centeno, a mi libro Crecimiento Económico: enfoques y modelos que se presentó el lunes 12 de diciembre a las 7 pm en el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú