El crecimiento económico reciente, al
igual que el que se registró en los años noventa, fue impulsado por el auge de
la demanda externa y de los precios de los commodities.
Extraer y exportar minerales es lo que mejor “sabíamos hacer” según el libreto
neoliberal. No fue, por lo tanto, un crecimiento sostenible y endógeno
(impulsado por fuentes internas). Fue un crecimiento que mantuvo un alto
porcentaje de trabajadores y empresas informales de baja productividad; que exacerbó
las brechas de productividad con el reforzamiento de la especialización en la
producción y exportación de minerales; que afectó a la industria; y, que
expandió los sectores terciarios donde se concentran los trabajadores de baja calificación.
Este estilo de crecimiento ha vuelto a
poner en evidencia el problema que explica el subdesarrollo en economías como
la nuestra: la orientación sectorial de las inversiones privadas. Estas no se
dirigen espontáneamente a desarrollar actividades productivas (agroindustriales
e industriales) a lo largo y ancho del país.
La
importancia de la industrialización
La industrialización es un proceso de
“expansión del rango de bienes producidos” que ocurre con aumentos sostenidos de
la productividad (rendimientos crecientes) y el incremento simultáneo de la
relación capital-trabajo. Esta es una característica que no tienen otras actividades
económicas (Allyn Young, 1928). La industrialización es un proceso de
transformación estructural caracterizado por el nacimiento y expansión de
nuevas industrias, con productividades cada vez mayores, y la transferencia
simultánea de mano de obra desde las actividades tradicionales o de menor
productividad hacia actividades más productivas y modernas que implican la
utilización de “más capital en relación con el trabajo” (Rodrik, 2013 y Young,
1928).
No hay diversificación productiva
exitosa sin industrialización. La expansión de la industria impulsa el
crecimiento de la economía en su conjunto mediante los cambios que origina en
la estructura de la producción y de la demanda, e influye en el crecimiento de
productividad de las actividades no industriales y, por lo tanto, en la tasa
global de crecimiento de la productividad y del empleo (Kaldor, 1966).
Los límites del proceso de
industrialización no están por el lado de la oferta de factores productivos,
sino en la expansión del mercado. En los inicios del proceso se utilizan
técnicas conocidas, pero que no eran rentables “a una escala más baja de
producto”, y se van incorporando técnicas nuevas derivadas de las invenciones
e innovaciones que aparecen con la
expansión del mercado. “Las técnicas más intensivas en capital se vuelven
rentables en la medida en que la escala del producto se incrementa” (Ros, 2013). De aquí se sigue que “la industrialización
puede tener lugar en presencia de un bajo nivel de capacidades fundamentales:
las economías pobres pueden experimentar transformación estructural incluso
cuando las habilidades son bajas y las instituciones débiles” (Rodrik, 2013).
Ejes de la política industrial para un
nuevo estilo de crecimiento
El desarrollo industrial requiere la
intervención directa del Estado para asegurar que la transformación productiva
sea un proceso secuencial de generación de actividades económicas con
relaciones capital-trabajo cada vez mayores. Este proceso debe basarse en el
desarrollo de mercados internos, sin descuidar las exportaciones. Ahora bien,
una de las características de la economía subdesarrollada como la nuestra es
que tiene mercados internos reducidos y poco dinámicos, allí donde existen. Por
lo tanto, la política industrial debe incorporar la creación de mercados con
intervenciones del Estado específicas.
En los lugares donde los mercados son
inexistentes o larvados, predomina la actividad agropecuaria tradicional. Por
esta razón, la industrialización debe comenzar con la modernización de este
sector y de las condiciones de vida de la población del campo, desarrollando
mercados mediante inversión pública en infraestructura. Mejor, si esta
inversión (que puede asociarse con la inversión privada), se focaliza a partir de un ordenamiento territorial que dé
lugar a un nuevo esquema de regionalización. La construcción represas y de
canales de riego, silos, carreteras, electrificación, agua y desagüe, etc., son
fundamentales para aumentar la productividad agropecuaria y generar condiciones
de atracción de inversiones privadas para el desarrollo agroindustrial e
industrial. En los años 2001-2006 la inversión en infraestructura como
porcentaje del PBI solo llegó al 1.5%, mientras que en Chile fue de 5.2%
De
otro lado, las actividades industriales existentes y la aparición de otras
nuevas, necesitan un tipo de cambio real que abarate el precio relativo de sus
exportaciones y les permita competir con las importaciones. Un tipo de cambio
real estable y competitivo “es esencial para el crecimiento en una economía
abierta, de mercado y en desarrollo” (Ros, 2013). Aparte de la inversión en
infraestructura, este es el otro eje de la política industrial porque también
genera condiciones de rentabilidad para que aumenten las inversiones privadas
en las actividades industriales (que son en esencia transables). Además, un
tipo de cambio real competitivo “es una forma de subsidiar todos los sectores
no tradicionales (mayormente transables), sin costos administrativos y sin
propiciar comportamientos de búsqueda de rentas y corrupción” (Frenkel, 2014 y
Rodrik 2003).
A
modo de conclusión
Sobre
los principios e institucionalidad de la política industrial puede verse
nuestros artículos del 01/12/2012 y del 24/08/2013, publicados en este mismo diario.
Hay otras medidas complementarias a las anteriores como el cambio de la matriz
energética y construcción del gasoducto del sur; la disminución del poder de
mercado en la provisión de servicios públicos; el financiamiento en soles en el
mercado de capitales a pequeñas y medianas empresas; y, el desarrollo de
programas de capacitación y calificación laboral con participación directa del
sector privado.
Publicado en el Diario UNO, el sábado 15 de agosto
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