El
estilo de crecimiento primario exportador de los últimos 25 años ha llegado a
su límite. La crisis internacional iniciada en 2008-2009 ha provocado un largo
estancamiento de la demanda externa de commodities,
con términos de intercambio a la baja y condiciones financieras desfavorables. Se
habla de un periodo de estancamiento secular por el que estarían atravesando
las economías industrializadas, lo que significaría que el «motor externo» que
dio lugar al alto crecimiento de los años 2003-2013, se mantendría apagado por
un tiempo relativamente largo. Esto obliga, a países como el nuestro, a
construir fuentes internas de crecimiento y desarrollo.
Con
el «motor externo» apagado, es imposible crecer a una tasa igual o superior a 4%
promedio anual y menos a las tasas que se registraron durante la «década
dorada» de 2003-2013. Las políticas fiscal y monetaria contra-cíclicas no
pueden reemplazar a ese «motor externo», ni configurar, sin cambios
estructurales y de precios relativos, las condiciones para un nuevo estilo de
crecimiento, distinto al neoliberal primario exportador.
Los
problemas generados por el neoliberalismo
Los
que creen que las políticas contra-cíclicas son suficientes para enfrentar la
actual desaceleración económica (la tasa de crecimiento de los meses de
enero-mayo de este año con respecto a similar período de 2014, ha sido de solo
2.14%), no toman en cuenta los problemas generados en nuestra economía con la
aplicación de las reformas y políticas neoliberales.
En
primer lugar, la desaceleración ocurre por la caída de la demanda (fundamentalmente
de inversión en el sector extractivo), simultáneamente con una presión al alza
de la tasa de inflación originada por una sistemática depreciación monetaria.
El tipo de cambio sube porque salen capitales debido al giro en sentido
contrario de la política monetaria norteamericana y porque aumenta el déficit
en la cuenta corriente de la balanza de pagos. Este déficit fue de 4.0% en 2014
y ha subido a 5.7% en el primer trimestre de este año.
No hay
caída conjunta de la demanda agregada y de la tasa de inflación para reducir la
tasa de interés, siguiendo la regla de Taylor. Como la inflación sube en lugar
de bajar, una disminución de la tasa de interés con el propósito de aumentar la
demanda, puede exacerbar la presión al alza del tipo de cambio. En lugar de
reactivar la economía se originaría un efecto contrario. Dada la dolarización
de las colocaciones del sistema bancario, aumentaría su cartera morosa,
provocando una contracción mayor de los créditos y problemas de «hoja de
balance» en los bancos que dolarizaron los créditos.
No
se ha aprendido nada, o muy poco, de los efectos que produjo en nuestro país la
crisis asiática y rusa de los años 1997-1998. Entre abril de 2013 y el 1 de
julio de 2015, el Banco Central (BCRP) en su intento fallido de impedir la
subida del tipo de cambio, ha perdido el 42.9% de sus reservas internacionales
(posición de cambio). La tasa de pérdida mensual entre enero y junio de este año, fue de US$ 1,193
millones. El BCRP ahora tiene solo US$ 28,212.6
millones, cifra que alcanzaría únicamente
para 24 meses, si la tasa de pérdida mensual continúa.
En
segundo lugar, la tasa de crecimiento
del producto potencial es muy baja: entre 3.5% y 4.5% del PBI. Las magnitudes
varían según los métodos de estimación que se adopte y según se tome en cuenta
para el cálculo del producto potencial, todo el PBI o solo la producción material,
dejando de lado las actividades de servicios. Impulsar el crecimiento mediante
aumentos de la demanda interna, a tasas superiores a la del producto potencial,
exacerbaría las presiones inflacionarias y acrecentaría el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos.
Las
reformas y políticas neoliberales cambiaron la estructura productiva y, por
tanto, el comportamiento a largo plazo del PBI. La economía peruana actual es
menos productora de bienes manufacturados y agrícolas, y más productora de
servicios de baja productividad. El 67.1% del PBI de 2013 corresponde a
actividades no transables (comercio, construcción y servicios). Este porcentaje
se eleva a 79.2% si se le adiciona la producción de minería e hidrocarburos. La
producción manufacturera, agrícola y pesquera representa solo el 20.8% restante,
producción que equivale al 25% de la suma del consumo e inversión del sector
privado. De otro lado, el total de las importaciones de bienes asciende a 157%
de la producción manufacturera a precios de 2007. Este porcentaje se reduce a 112.5%
si la producción agrícola y pesquera se suma a la producción manufacturera.
En
tercer lugar, el patrón de acumulación de capital que dio lugar a este tipo de
estructura productiva, si bien aumentó el coeficiente de inversión a PBI,
estuvo caracterizado por un sesgo hacia la inversión en construcción. La participación
de esta inversión se mantuvo, en promedio, por encima de la participación de la
inversión en maquinaria y equipo. Esta última aumentó en los años de la «década
dorada», pero estuvo dirigida fundamentalmente hacia el sector extractivo. Como resultado de ello, el stock de capital
per cápita aumentó en solo 26.9% durante el período 1990-2013, casi la mitad
del incremento registrado (43.5%) en los años 1960-1980. Esta reducción
relativa de la capacidad productiva per cápita explica la existencia de un alto
porcentaje (73.7% del empleo total) de trabajadores informales (de baja
productividad y bajos ingresos), a pesar del crecimiento en la «década dorada».
Pero, además, esa reducción opera como una barrera a los aumentos sostenidos
del PBI per cápita, debido a que aumentarían significativamente las importaciones
y, por lo tanto, el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos.
A
modo de conclusión
La
actual estructura de precios relativos --funcional a este estilo de crecimiento
sesgado a la producción de commodities
y de bienes y servicios no transables--, tiene que cambiar para dar inicio a la
construcción de motores internos de crecimiento y desarrollo.
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