Los
efectos económicos contractivos de la crisis internacional de 2008-2009, que
aún no se revierte totalmente, nos obligan a replantear el contenido de la
política económica aplicada en el país en los últimos veinticinco años. La
vulnerabilidad externa de la economía peruana no es nueva. En la mayor parte de
su historia, los impulsos al crecimiento y los factores de su desaceleración,
no fueron internos sino fundamentalmente externos. Tampoco es nuevo que en las
etapas de enfriamiento económico, como el actual, «redescubramos» que se hizo muy poco o casi
nada por desarrollar fuentes internas de un crecimiento y desarrollo sostenible.
Lo nuevo es que la actual desaceleración económica, al igual que la recesión de
los años 1998-2001, ocurre en una economía con una estructura productiva
afectada por las políticas neoliberales. Además, este hecho nuevo nos dice que
es imposible construir motores de crecimiento internos con las mismas políticas
que acompañaron a los episodios de crecimiento de los años 1993-1997 y
2003-2013.
Las lecciones que tenemos que aprender
En
primer lugar, no se puede seguir con una economía dependiente de las
fluctuaciones de la economía internacional. El carácter abierto de la economía
no tiene por qué entrar en contradicción con la necesidad de generar fuentes
internas de crecimiento económico, es decir, fuentes de crecimiento que se
encuentren dentro del Estado-Nación. Esta endogenización del crecimiento es la
alternativa de desarrollo con relativa independencia de los mercados
internacionales.
Después
del fracaso del proceso sustitutivo de importaciones y de la crisis de la deuda
externa, se introdujeron políticas de ajuste estructural, de desmantelamiento
de los estándares regulatorios y las privatizaciones, en consonancia con el
decálogo del Consenso de Washington, que afectaron notablemente la estructura
productiva, la composición del producto, y su capacidad de absorción de empleo.
Las políticas de industrialización y de diversificación productiva fueron
dejadas de lado porque, según la ideología neoliberal, no eran compatibles con
la libertad y auto-regulación de los mercados y con la noción de que las
intervenciones del Estado solo generan distorsiones en los mercados.
En
segundo lugar, la libre movilidad de capitales es otro factor de vulnerabilidad
de la economía ante cambios repentinos en los mercados financieros. Los efectos
de estas fluctuaciones son nocivos para el crecimiento y el empleo. Las entradas de capitales aprecian
la moneda minando la competitividad de las actividades transables y sus
abruptas salidas generan fuertes presiones inflacionarias. A esta apreciación que
genera el influjo de capitales se suma la llamada «enfermedad holandesa» que es
la apreciación provocada por el modelo primario exportador.
En
tercer lugar, no es verdad lo que dice la «teoría» de la libre movilidad de
capitales. Según esta «teoría» las inversiones productivas domésticas son
financiadas por los fondos de capital internacionales. Lo que sí es verdad es
que las empresas transnacionales aprovechan la libre movilidad de capitales
para financiar sus inversiones, en el país o en sus países de origen, mediante
la absorción de ahorro doméstico a través de emisiones de títulos financieros
en el mercado nacional de capitales.
En
relación a los problemas que genera en nuestros países la libre movilidad de
capitales, el propio FMI señaló en febrero de 2010 que «la lógica sugiere que
los controles a los flujos de capitales diseñados apropiadamente podrían ser
útiles complementos a otras políticas». Los controles impedirían la pérdida de
competitividad de las actividades transables por la apreciación monetaria que
generan los influjos de capitales, y, también reducirían –como bien señala Dani
Rodrik— «la vulnerabilidad de la economía a cambios repentinos en el
sentimiento de los mercados financieros que causan estragos en el crecimiento y
en el empleo».
En
cuarto lugar, no hay que olvidar que el problema central en países con escaso
desarrollo industrial y agrícola como el nuestro, no está en la magnitud de las
inversiones domésticas, sino en la orientación de su asignación. Las
inversiones privadas nacionales no se dirigen, por sí solas, a desarrollar
agroindustria y manufactura en la sierra y la selva del país. Estas tienen
restricciones tanto de mercado como de financiamiento que las inversiones
extrajeras no las tienen. Esta es la razón por la cual no se puede prescindir
del Estado, de su capacidad para orientar la transformación productiva y su
diversificación.
Finalmente,
la experiencia enseña que las políticas pro crecimiento y empleo deben estar
acompañadas por políticas macroeconómicas (fiscal, monetaria, cambiaria y de
desarrollo del mercado de capitales) que les son funcionales. Estas políticas
no pueden operar en sentido contrario ni ser, ni son en la práctica,
absolutamente neutrales. Las políticas macroeconómicas son las que determinan
la estructura de precios relativos útiles para la orientación de la asignación
de las inversiones; y, la política de inversiones públicas, en particular, es
fundamental para superar la restricción de mercado de las inversiones privadas
nacionales.
A
modo de conclusión
Suena
mal decir, «se les dijo; se les advirtió». Pero, en este caso es preciso
recordar que los responsables del retraso en el gasto de inversión en las
regiones y del enorme riesgo cambiario que enfrentan las empresas privadas
endeudadas en dólares son Luis Miguel Castilla y «el mejor banquero central de
América Latina», Julio Velarde. El porcentaje de dolarización de los créditos
corporativos, de la gran empresa y de la mediana empresa está por encima del
50%, y el de los créditos hipotecarios es de 33.5%.
Publicado en el Diario UNO, hpoy sábado 11 de julio.
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