El
neoliberalismo atraviesa por una «coyuntura crítica» (véase David y Ruth
Collier, 1991). El enfriamiento económico y la crisis política e institucional,
han configurado un escenario de ruptura del equilibrio que existía entre el
poder político y económico y que, por lo tanto, abre la posibilidad de cambios
significativos en la economía y en la política. El proceso electoral que se
avecina estará así dominado por la discusión sobre la insostenibilidad del
modelo económico neoliberal, con la participación de expresiones políticas
nuevas que pondrán en entredicho a las viejas estructuras partidarias. Se trata
de un momento de cambio decisivo porque recién, después de veinticinco años,
son evidentes los daños causados por el neoliberalismo en la economía y en la
sociedad.
Los
daños en la estructura económica
El
reciente crecimiento de cerca de una década y los cuatro años de crecimiento en
los noventa, tuvieron como fuente a factores externos y no a factores internos:
aumento de los precios de las materias primas, crecimiento de los países
desarrollados y condiciones financieras favorables. El neoliberalismo nos
inserta a la economía internacional desmantelando, fundamentalmente, los
estándares regulatorios existentes en el comercio exterior y en el mercado de
trabajo. Este tipo de inserción nos mantiene como productores de materias
primas, dadas nuestras ventajas comparativas, sobre todo naturales.
No
fueron las políticas monetaria y fiscal, ni la cambiaria, las que explicaron el
crecimiento. Tampoco fueron las privatizaciones que encarecieron los precios de
los servicios públicos. La apreciación
monetaria que generó el boom primario exportador, en ambos períodos, y la
apertura comercial, ayudaron a combatir la inflación, pero dieron lugar a una
espectacular penetración de importaciones en el mercado interno.
Como
el boom fue el resultado de factores externos, la recesión y el enfriamiento
económico (como el actual), también fueron el resultado de los mismos factores
externos, pero con signo contrario: disminución y/o estancamiento de los
precios de las materias primas, estancamiento económico de los países desarrollados
y condiciones financieras desfavorables.
Las
políticas neoliberales, entonces, en lugar de sentar las bases para un
crecimiento económico determinado por factores o fuentes internas, debilitó
esta posibilidad. Largos periodos de caída del tipo de cambio real hicieron
perder competitividad a las actividades productoras de transables o
comercializables, como las actividades manufactureras y agroindustriales. La
estructura de precios relativos configurada en veinticinco años de
neoliberalismo, favoreció el crecimiento de las actividades terciarias de
no-transables (servicios y comercio), que acompañó al boom de las actividades
primario-exportadoras. Las actividades terciarias y la construcción emplean al
grueso de los trabajadores de baja calificación y productividad. En
consecuencia, el crecimiento económico neoliberal no se basó en aumentos
sostenidos de la productividad, sino en las ventajas naturales de las materias
primas (sobre todo minerales).
En
resumen, el neoliberalismo dañó la estructura productiva. La hizo menos
industrial y agrícola y más productora de servicios de baja productividad. El
crecimiento de la capacidad productiva per cápita se rezagó frente al
crecimiento de la PEA. Por eso fue incapaz de resolver el problema de la informalidad.
Los
daños institucionales
Pero
el neoliberalismo no solo dañó la capacidad de la estructura productiva para
crecer mediante aumentos en la productividad. También dañó las instituciones.
Quizás sería mejor decir que fortaleció a las instituciones extractivitas, a las
instituciones que favorecen el rentismo y no la innovación, a las que debilitan
la democracia y facilitan la corrupción. Estas instituciones no son débiles,
sino todo lo contrario. Pero, son las instituciones que acompañan al
extractivismo económico.
¿Cómo
llegamos a esta situación? Las instituciones extractivistas no son nuevas en
nuestro país. Pero, con el neoliberalismo se han hecho corrosivas, a tal punto
que han puesto en cuestión a la democracia constitucional liberal. Son el
resultado de las políticas neoliberales que se introdujeron en nuestro país con
los paquetes de ajustes patrocinados por el FMI y el Banco Mundial desde fines
de los años setenta, pasando por los ochenta y hasta los noventa.
Las
políticas de austeridad, obligaron a recortar el gasto (en los presupuestos de
educación, salud, seguridad, defensa, etc.) y a reducir el personal (comprando
sus renuncias) de la administración gubernamental del Estado. Los recortes de
gasto también afectaron el mantenimiento de la infraestructura económica y
social (carreteras, hospitales, escuelas, universidades públicas, etc.). Estas
políticas de austeridad --las mismas que
ahora pretenden imponerle a Grecia--, sirvieron para pagar los servicios de la
deuda externa del país. Dañaron la capacidad del Estado para proveer seguridad
y educación de calidad, y menoscabaron la independencia del poder judicial
durante las discusiones presupuestales.
Además,
el neoliberalismo, en su expresión política, fomentó el
individualismo y la despolitización, privatizó la función pública y propició la
penetración del poder económico en las funciones de gobierno. A todo esto se
sumó la crisis de los partidos que desprovistos de ideologías después de la
caída del muro de Berlin, se convirtieron en estructuras formales de poder y de
usufructo del poder (ejecutivo y legislativo) por las oligarquías partidarias
que compiten periódicamente con ese fin.
A
modo de conclusión
Con
una estructura productiva dañada y con instituciones que conspiran contra la propia
democracia, contra el principio de que el origen del poder político
proviene de la comunidad de ciudadanos,
ya no es posible apostar por la sostenibilidad del modelo neoliberal.
Publicado en Diario UNO, el sábado 13 de junio-
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