El gobierno insiste en aplicar medidas de
recorte de derechos y beneficios sociales para reducir costos laborales y, de
este modo, supuestamente estimular la inversión y, por lo tanto, el crecimiento
de la producción y el empleo. Así, a pesar de haberse derogado --por presión de
los jóvenes-- la llamada ley Pulpín, la Comisión de Trabajo y Economía del
Congreso acaba de aprobar la propuesta del Ejecutivo de reducción de 10 a 5 el
porcentaje de los trabajadores para facilitar los ceses colectivos. También ha
aprobado «no considerar como remuneración computable el bono de desempeño no
menor al 20% de la remuneración anual del trabajador», lo que significa que no
se tomará en cuenta para el cálculo de las gratificaciones, CTS, EsSalud y
pensiones de jubilación. Con la misma lógica, los neoliberales del gobierno se
oponen al aumento del salario mínimo. Creen que bajando los costos laborales
(política del cholo barato), las
empresas competirán mejor en los mercados internacionales aumentando,
consecuentemente, la producción exportable y el empleo.
El
legado de las políticas neoliberales
Las políticas neoliberales no han resuelto
los problemas estructurales de la economía.
Liberalizaron los mercados financieros y promovieron la libre movilidad
internacional de capitales; liberalizaron el comercio exterior; privatizaron
indiscriminadamente las empresas públicas; y, adoptaron medidas de
creciente flexibilización del mercado de trabajo, estimulando una competencia espuria entre países similares al nuestro. Pero,
los problemas estructurales siguen: aumentó la vulnerabilidad externa de la economía, se
debilitó la capacidad de la industria manufacturera, se descuidó el desarrollo
del agro, y se terciarizó la economía
aumentando el empleo precario y de baja productividad.
Específicamente, en veintitrés años de
políticas neoliberales, no se avanzó casi nada en la diversificación
productiva; la manufactura perdió participación en la generación del PBI y del
empleo; no se redujo la informalidad (73.7% de los trabajadores son
informales); se descuidó el desarrollo de los mercados internos; los salarios
reales se mantuvieron prácticamente estancados; se manutuvo un vector de
exportaciones dominado por la producción primaria (un promedio de 75% del
total); se favoreció al capital extranjero dirigido a las actividades
extractivas con contratos de estabilidad tributaria que lesionaron la soberanía
nacional; no se redujeron los costos medioambientales de la explotación de
recursos primarios; se siguen vulnerando los derechos de las comunidades para
favorecer al capital transnacional con la explotación de los recursos
naturales; no se promovió la innovación, el cambio técnico ni el desarrollo del
capital humano; en fin, se creció impulsado por la demanda externa y
expandiendo las actividades de servicios de baja productividad.
Por todas las razones anteriores, y dado el
contexto externo caracterizado por el estancamiento económico que no se
revertirá a corto plazo, el abaratamiento de los costos laborales sólo agrava
la situación de crisis porque azuza los conflictos sociales.
Los
riegos de crecer expandiendo la demanda interna
Como ya no se puede crecer sobre la base de
la producción primaria que se orienta a los mercados internacionales, otros
economistas sugieren expandir la demanda interna mediante políticas fiscales y monetarias.
Con este tipo de políticas se estimularía el crecimiento de los sectores no
extractivos como la manufactura y el comercio.
Si bien esta opción es teóricamente válida,
no toma en cuenta los efectos que el estilo de crecimiento primario exportador produjo
en la estructura productiva y, en particular, en la capacidad productiva
manufacturera, y tampoco considera los efectos en el mercado interno de la masiva
penetración de importaciones.
Utilizando series con el nuevo año base 2007,
encontramos que la participación de las importaciones en la demanda interna
casi se duplicó en el periodo 1991-2013; pasó de 15% a 27%. En el periodo
precedente, esta participación registró su máximo valor de 18% en 1974, año pico
del ciclo económico. De otro lado, la elasticidad producto de las importaciones
aumentó de 1.1 a cerca de 2 durante los años del neoliberalismo. Asimismo, el
ratio de importaciones de bienes y servicios a producción manufacturera aumentó
de 66% en 1987, a 132% en 1997 y a 186% en 2013. Si a la producción
manufacturera se le suma la producción de los sectores pesca y agropecuario, dicho
ratio aumentó de 50% en 1987, a 93% en 1997 y a 132% en 2013. Por último hay que tomar en cuenta que el
estilo de crecimiento de las últimas dos décadas produjo un estancamiento de la
capacidad productiva per cápita: el stock de capital per cápita aumentó 43.5%
en el periodo 1960-1980 y solo 26.9% en el periodo 1990-2013.
De acuerdo con estos indicadores, los
impulsos de demanda interna, con exportaciones que no aumentan a ritmos
anteriores debido al estancamiento de los mercados internacionales, harán
crecer las importaciones y, en consecuencia, el déficit en la cuenta corriente
de la balanza de pagos; además, de generar presiones
inflacionarias debido a la reducida capacidad de respuesta de la oferta
agropecuaria y manufacturera. La tasa de utilización de la capacidad productiva
de la manufactura no primaria registró un promedio de 62.9% en el periodo 2006-2009
y de 71.7% en el periodo 2010-2013.
A modo
de conclusión
Para sostener el crecimiento económico a
tasas de 4% a 5%, expandiendo la demanda interna mediante las políticas fiscal
y monetaria, deben –reiteramos lo que hemos señalado en otros artículos-- «identificarse
medidas que aumenten simultáneamente la
demanda y la oferta productiva, cuidando de no generar presiones inflacionarias
ni incrementos sustanciales en el déficit externo».
Publicado en el diario UNO el sábado 07 de febrero.
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