El
cambio del actual estilo de crecimiento presupone la transformación de la
estructura productiva, esto es, la expansión y modernización de los sectores agrícola,
manufacturero y de servicios transables. Cuando cambie la composición de lo que
produce nuestro país, inexorablemente cambiará la composición de sus exportaciones
y su participación, como economía abierta, en el comercio mundial. La pregunta
entonces es: ¿cómo efectuar esta transformación productiva? Los que dicen que un
eje de la «diversificación productiva» es la inserción de empresas nacionales en
las cadenas globales de valor para «ampliar la canasta exportadora», nos
hipotecan a sus principales actores: las grandes empresas trasnacionales cuyas
estrategias impactan en los flujos de comercio internacional. Estas empresas
deciden las estrategias en todas las etapas de las redes globales de producción
y, por cierto, no aseguran su articulación con la economía interna, por lo que
sus efectos distributivos y sus impactos sobre el desarrollo no son evidentes
(Kosacoff y López, 2008). Además, la dinámica de la innovación se sitúa básicamente
fuera de las fronteras de los países, limitando así los impactos de la cadena
exportadora sobre el resto de la economía (Cimoli, 2005).
La
carrera hacia el fondo (Race to the Bottom)
Por
otro lado, una incorporación relativamente exitosa en las cadenas globales de
valor, no es necesariamente durable porque pueden surgir nuevas y más
atractivas fuentes de producción en países en desarrollo que ofrecen costos
laborales y de insumos más bajos. La globalización ha hecho que los eslabones
de la cadena puedan relocalizarse, y la posibilidad de hacerlo es mayor con la
exacerbación de la competencia entre productores y exportadores de manufacturas
intensivas en trabajo: todos tratan de contener los costos desregulando
mercados para mantenerse atractivos a las inversiones extranjeras y empresas
transnacionales. Este tipo de competencia, conocida como «a race to the bottom» (una carrera hacia el fondo) (Palley, 2011),
ha conducido al estancamiento de los salarios reales, al deterioro de las
condiciones de vida de las mayorías y a la política del «perro del hortelano»
que deteriora el medio ambiente y perjudica a las poblaciones nativas. La
carrera hacia el fondo es, entonces, consustancial a la constitución de las
cadenas globales de valor.
En
esta lógica de la globalización se propone como segundo eje de la
«diversificación productiva», la eliminación de «sobrecostos y regulaciones
inadecuadas para incrementar la rentabilidad y la inversión de las empresas». Se
trata –dicen sus autores- de «perfeccionar la regulaciones en las áreas
laboral, salud y medioambiental».
Sabemos
que con el desmantelamiento de los estándares regulatorios en las dos décadas
de neoliberalismo, se estancaron los
salarios reales, aumentaron notoriamente las tarifas públicas (teléfono,
electricidad, etc.), y se reprodujo una estructura del empleo de baja
calificación y productividad. El 71% del empleo se ubica en empresas «De 1 a 10
personas», donde el ingreso promedio mensual es de 938.3 soles. De otro lado,
el 68.4% del empleo tiene primaria y secundaria, y sólo el 16.5% tiene
educación universitaria. La estructura productiva, por lo tanto, también está
dominada por actividades de baja productividad y altamente intensivas en
trabajo poco calificado (comercio, servicios, construcción y agricultura, que
explican el 81.3% del PBI y el 87.7% del empleo).
Bajo
estas condiciones internas, y apoyándose en mayores desregulaciones y reducciones
de costos laborales, se pretende insertar las unidades productivas nacionales a
las cadenas globales de valor. ¿Ayudará esto a superar las fallas estructurales
de la economía peruana? No lo sabemos, pero el momento para hacerlo tampoco es
oportuno. La crisis de las economías de los países del centro limita la
posibilidad de sostener el crecimiento económico participando en redes globales
de valor.
El
eje de la expansión de la productividad
Los
autores de la propuesta de «diversificación productiva» le adicionan como
tercer eje la expansión de la «productividad en todos los sectores, mediante
difusión tecnológica, apoyo al desarrollo de clústeres, implementación de
parques industriales, desarrollo de proveedores y diagnósticos regionales». La concepción
de la productividad que está en la base de esta propuesta, es estática y exógena
al estilo de crecimiento y acumulación de capital. Por ello no se menciona a la
industrialización en la propuesta de «diversificación productiva».
La
expansión de la productividad es un macro-fenómeno fundamentalmente endógeno,
cuando el crecimiento es liderado por las actividades industriales. Es un
subproducto de un patrón de acumulación de capital y del crecimiento del PBI
–-dice Ros, 2013— como consecuencia del progreso técnico incorporado, de la
presencia de rendimientos crecientes a escala y, especialmente en países en
desarrollo, del rol de las ganancias de productividad derivadas de la
reasignación de la fuerza de trabajo entre sectores. La generación de
rendimientos crecientes se asocia a la industria manufacturera porque en ésta las posibilidades de diferenciación y de
surgimiento de nuevos procesos y productos no tiene límites –al igual que los
cambios en la organización social de la producción--, pero además porque el
dinamismo de los otros sectores productivos es el resultado del dinamismo
industrial (Jiménez, 1999).
A modo de conclusión
Los tres ejes de la «diversificación
productiva» analizados, son propuestas de cambio para que todo siga como está.
Es el «gatopardismo» neoliberal, pues su máximo exponente ha dicho con claridad
que su propuesta de «diversificación productiva no quiere generar cambios en
los principios del modelo económico».
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