Martin Tanaka ha escrito en el diario La República (LR) dos columnas sobre nuestro
artículo «Neoliberalismo y Republicanismo
(LP: 14-09-13)». Por la importancia que tienen sus críticas sobre el tema en
debate, responderé de manera puntual.
(1)
En
su columna de LR: 29-09-13, dice: «Para
Jiménez, el crecimiento 1959-67 sería más “sano” porque fue liderado por el
sector manufacturero y estuvo acompañado de mejoras en los ingresos de los
trabajadores, mientras que el reciente se basa en sectores extractivos con
ingresos laborales estancados. ¿Qué hacer? (…) En la línea de lo propuesto en
“La Gran Transformación”, se apunta a promover un crecimiento más diversificado
en general y la industrialización en particular».
La asociación que hace Tanaka entre el
carácter del crecimiento 1959-67 y la propuesta industrialista de La Gran Transformación, puede conducir a
confusiones. Es verdad que el neoliberalismo se impone como crítica al proceso
industrialista de los años 1960 y 1970. Pero, el crecimiento asociado a este
proceso y el crecimiento neoliberal, son, ambos, extractivistas o rentistas. En
el primero se gana lo que gasta el Estado y en el segundo se aprovecha la renta
de los recursos naturales en un contexto de precios altos de los metales y de
una sostenida demanda externa. En consecuencia, los dos estilos de crecimiento
son recusables. Finalmente, sobre las propuestas políticas, sociales y
económicas de La Gran Transformación,
documento más vilipendiado que leído, sólo debo decir que reivindica las ideas
republicanas.
(2)
En
la misma columna, afirma: «parte de (los)
supuestos “éxitos” (del neoliberalismo en Perú) serían consecuencia de
iniciativas planteadas por “economistas críticos con el neoliberalismo” entre
2001-2003, con lo cual Jiménez reivindica su participación como funcionario
dentro del gobierno de Alejandro Toledo».
Mi participación personal en esas “iniciativas”
no viene a cuento. Sin embargo, lo que dice Tanaka puede inducir a un silogismo
elemental: si eran “sus críticos”, entonces no deberían haber participado en un
gobierno neoliberal; o, si se aceptaron las reformas que sus críticos impulsaron,
entonces el neoliberalismo es suficientemente flexible. Este tipo de
razonamiento no ayuda a comprender los procesos históricos. Muchos peruanos luchamos
junto con Toledo para salir del fujimorismo sátrapa, que desfalcó al Estado y practicó
la corrupción como forma de gobierno. El gobierno de Toledo fue, entonces, el resultado
de un proceso político que abrió la posibilidad de hacer cambios en democracia.
Pero, como ya ocurrió antes en nuestro país, algunos «cambios» se truncaron y
otros se mediatizaron. Después, Alan García acentuó el neoliberalismo. El
fujimorismo y el alanismo son los que más daño le han hecho a la política (en
su acepción republicana).
(3)
En
su columna de LR: 06-10-13, dice: «El
término “neoliberalismo” se presta a malos entendidos. Por lo general, se le
atribuyen sentidos intrínsecamente negativos, y esto tiene cierta razón de ser:
muchos gobiernos neoliberales han sido muy corruptos e ineficientes, en
particular el fujimorismo ha ayudado a crear la asociación neoliberalismo=autoritarismo=corrupción
(…) Sin embargo, hay muchos gobiernos que pueden considerarse ilustraciones
emblemáticas del neoliberalismo que no han sido autoritarios ni particularmente
corruptos (Chile, Brasil, Colombia, etc.). Mas todavía, podría decirse que
ellos implementaron reformas fundamentales para el logro de un crecimiento
sostenido, reducciones de pobreza, fortalecimiento de instituciones, incluso,
de políticas de desarrollo que buscan la diversificación productiva y menor
dependencia de recursos naturales».
Primero, el fujimorismo no fue
autoritario sino “dictatorial”, fue un gobierno que cometió crímenes de lesa
humanidad. Segundo, el neoliberalismo no es un término, es una doctrina que
propone la eliminación de las intervenciones públicas en la economía, la
desregulación de los mercados y la eclosión del interés individual por encima
del interés público. Específicamente propone liberalizar el comercio y desarrollar
un modelo exportador basándose en las «ventajas comparativas» y las ganancias
de competitividad abaratando el costo del trabajo. «Según la nueva vulgata –-dice
Todorov— el Estado solo debe intervenir para favorecer el libre funcionamiento
del mercado, allanar los conflictos sociales y mantener el orden público. Su
papel consistiría no en limitar, sino en facilitar el poder económico».
Es cierto que el recetario neoliberal se
aplicó parcialmente en algunos países: por ejemplo, se mantuvieron empresas
estatales “estratégicas”, se limitó el flujo de capitales para tener autonomía
en el manejo de la política monetaria y cambiaria, y no se desregularon todos los
mercados. Sin embargo, en estos mismos países las medidas neoliberales han
generado problemas. Por ejemplo, en Brasil se dice que la apreciación cambiaria
y los salarios bajos son una amenaza contra la industria; en Chile hay
evidencia de una regresión en la distribución del ingreso y protestas contra
las bajas pensiones que otorgan las AFP; y, en Colombia no hay trabajos
estables, los sindicatos están destruidos y el agro está en crisis.
A modo de conclusión
«La mejor manera de entender el
neoliberalismo –dice Tanaka-- es relacionarlo con el llamado “Consenso de
Washington”». ¿Acaso no está enterado que el decálogo de medidas de este
Consenso es precisamente neoliberal?
Publicado en el diario La Primera, el sábado 12 de octubre.
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