El vergonzoso retroceso frente al fundamentalismo
neoliberal
El presidente Humala dijo el 28 de mayo que la compra de
Repsol «será vista con criterio técnico y que él solo defiende el interés
nacional». Cuatro días después ---luego de la declaración de su esposa y
también, según dicen, de las amenazas de renuncia del ministro Castilla---, la
empresa Petroperú informó que tomó la decisión de no comprar los activos de
Repsol, «luego de realizar una evaluación técnica, económica y financiera».
No hubo declaración del presidente. Él debió salir a informar
al país, con datos y razones técnicas, sobre la decisión de su gobierno de no efectuar
dicha compra. Como no lo hizo, apareció otra vez arrinconado por el
fundamentalismo neoliberal. La primera vez fue cuando cedió el Banco Central y
el MEF a los representantes de esta derecha.
Ahora es vox populi que los
que gobiernan son los fundamentalistas neoliberales y tienen a Luis Miguel
Castilla Rubio como su más conspicuo representante.
Ismael Benavides, uno de los ministros de economía del
gobierno de García dijo conocer bien a su ex-viceministro Castilla, asegurando
que este no ha cambiado sus ideas con Humala. «Él tiene ideas consistentes
--dijo. Ha dado la orientación económica a este gobierno cuando aún estaban
dando vuelta los Burneo, Dancourt y Jiménez».
La ignorancia de personajes de derecha como Benavides,
que han usufructuado del poder del Estado, es inverosímil. No saben que la institucionalidad de la
política monetaria y fiscal que les permitió seguir en piloto automático, fue
el resultado de las reformas que hicieron los Burneo, Dancourt, Jiménez, Schydlowsky
y García Núñez.
El fundamentalismo neoliberal es enemigo de la democracia
La violencia mediática y su carácter monocorde que
practica la derecha en nuestro país, es contraria a la democracia. No puede
haber insultos y calumnias democráticas. Querer imponer la ideología del
mercado libre como pensamiento único, es contrario a la democracia. Como dice Todorov
en su libro Los enemigos íntimos de la
democracia: «el primer enemigo de la democracia es la simplificación, que
reduce lo plural a único y abre el camino a la desmesura».
La tendencia a contraponer el Estado y el Mercado, de
afirmar que el mercado desregulado es intrínsecamente deseable y que la
intervención del Estado es indeseable, es una postura ideológica incompatible
con la realidad. Los economistas saben que hay «múltiples formas en que los mercados fallan»
y que estas fallas producen problemas que adquieren un carácter público. Solo
por este hecho, la economía y sus
mercados ya requerirían de las políticas públicas. Los que piensan que el
Estado debe reducirse al mínimo, y que todo lo demás (los mercados) debe ser
absolutamente libre, creen que los problemas de inequidad, del exceso de
opulencia, de exclusión, etc., encontrarán «solución por sí mismo». Pero no son
consecuentes; pues cuando las crisis o las fallas de mercado afectan a los
negocios privados, estos exigen que se socialice sus pérdidas.
Veamos un ejemplo. La crisis internacional de
1998-1999 provocó un salto cambiario que hizo quebrar a varios bancos privados
que habían otorgado créditos en dólares, a personas y empresas que tenían
ingresos en soles. El Estado tuvo que salir a rescatar al sistema financiero
endeudándose por una suma cercana a los mil millones de dólares. Esta deuda la
pagamos todos y, ciertamente, no fue asumida por los gremios privados.
Los fundamentalistas neoliberales creen que
el desarrollo de nuestro país será el resultado de las fuerzas impersonales del
mercado. Creen que el mercado «no hace nada mal», no genera externalidades
negativas. Creen en el voluntarismo individual. Olvidan que en el mercado, en
tanto es una institución social, existen relaciones de poder y asimetrías que
generan desigualdades, exclusiones y conflictos sociales.
A
modo de conclusión
«Las reformas que a finales del siglo XX
impusieron dirigentes políticos como Thatcher, Reagan y Pinochet en sus
respectivos Estados –dice Todorov--, están ahí para dar testimonio de esa
actitud voluntarista. Lo mismo podría decirse de la famosa terapia de choque que se aplicó en los países de la Europa del Este
después de la caída del muro de Berlín, y también de las intervenciones de los
Estados occidentales durante la crisis económica de 2008-2009 para salvar los
bancos privados. Ahora, mientras los beneficios siguen siendo individuales, los
riesgos se socializan. Se trata de un neoliberalismo
de Estado, una contradicción que hace dudar de la coherencia interna del
proyecto».
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