Una amiga de mi hijo, economista ella, me preguntó si era verdad que la política económica del actual gobierno tenía un sesgo populista o heterodoxo. Ella había escuchado y, también, leído este dislate de economistas conspicuos y de periodistas que suelen hablar de economía. Ensayé una respuesta, a riesgo de ser incomprendido, que pongo a la consideración de ustedes.
Ortodoxia-Heterodoxia y los creyentes de la confianza
En primer lugar, le dije que la dicotomía ortodoxia-heterodoxia fue acuñada hace algunos lustros, en los años 80, en torno a un debate sobre cómo acabar con las inflaciones muy altas o con las hiperinflaciones. Y que ese antiguo debate nada tiene que ver con el debate actual, pues, ahora nos interrogamos cómo salir definitivamente de una prolongada recesión y cómo reiniciar un crecimiento económico sostenido, en el contexto de una bajísima inflación.
En el debate actual de la política económica también hay dos posiciones. De un lado, están los que piensan que se debe usar la política monetaria y la política fiscal para salir de la recesión y, con ello, dar el primer paso para reiniciar el crecimiento. Del otro lado, están los que creen que es contraproducente utilizar políticas monetarias o fiscales activas y que basta con crear confianza a través de anuncios, hechos políticos y leyes de distinto tipo. Según ellos, a mayor confianza habrá mayor inversión privada, y que exclusivamente esta última nos permitirá salir de la recesión.
Economistas de la talla de Olivier Blanchard señalan que el intenso debate teórico de las dos últimas décadas produjo un consenso caracterizado por la aceptación de la influencia, a corto plazo, de los cambios en la demanda agregada sobre el producto; por el convencimiento del papel determinante de las expectativas en el comportamiento de la economía; por la posición de largo plazo de la economía en sus niveles naturales; y, por la aceptación de la influencia, a corto plazo, de la política monetaria y, a corto y largo plazos, de la política fiscal, sobre la producción y el empleo. Es posible, le decía a la amiga de mi hijo, que nada de esto sea conocido por aquellos que utilizan la dicotomía heterodoxia-ortodoxia para criticar la política macroeconómica actual.
Política macroeconómica y crecimiento actual
En segundo lugar, le mencioné los cambios importantes en la política macroeconómica, monetaria y fiscal, efectuados desde el año 2002. Con el uso de estas herramientas fiscales y monetarias, la economía peruana salió por fin de una prolongada recesión que duró cerca de 48 meses y cuyos efectos ayudaron a traerse abajo al régimen fujimorista. Ciertamente, el crecimiento de los ingresos y del empleo que ha generado el inicio de esta reactivación durante el segundo semestre del 2002 y lo que va del 2003, están aún por debajo de las expectativas de la población. Pero, igualmente cierto es que mucho más disgustada estaría la opinión pública si el 2002 hubiera sido el quinto año de la recesión nacida en 1998.
Estos cambios, si no son interrumpidos por comportamientos mezquinos y parcelarios, ayudarán a sentar las bases del crecimiento económico futuro de nuestro país. Sin duda, la pesada herencia del fujimorismo, cinco años de caída del PBI, no se puede superar en un plazo inmediato. Por eso es mucho pedir que, en pocos meses y cuando todavía no ha terminado de consolidarse la reactivación iniciada en el segundo semestre del 2002, se resuelva de una vez por todas los problemas de desempleo, subempleo y, sobre todo, la pobreza masiva e insultante heredada de la década fujimorista No comprenden los mezquinos y parcelarios que la consolidación de esta reactivación generaría adecuadas condiciones para los próximos gobiernos democráticos.
Los cambios en la política macroeconómica
Se ha modernizado la política monetaria. Desde el año 2002 -le dije- se ha adoptado la fórmula trinitaria que hoy es lugar común en la banca central de países desarrollados. Esta fórmula contiene, primero, el esquema de metas explícitas de inflación con el que se busca anclar las expectativas inflacionarias de los agentes económicos; segundo, una regla monetaria a la Taylor, es decir, el instrumento tasa de interés es administrado por la autoridad monetaria para reaccionar ante los desvíos de la inflación con relación a su valor meta o ante la brecha del producto efectivo respecto al potencial; y, tercero, un régimen de tipo de cambio flexible. Esta política monetaria es la que ha estimulado la reactivación y la que está induciendo la reciente desdolarización del sistema financiero.
Y ¿quién es este Taylor?, preguntó la amiga de mi hijo. Es uno de los economistas que, en el debate de los años 90 respecto a la primacía de reglas sobre la discreción en política macroeconómica, contribuyó a la construcción de la hoy denominada macroeconomía moderna; y que hoy ocupa el cargo de sub-secretario del Tesoro en el gobierno de Bush.
En materia de política fiscal, el otro pilar de la política macroeconómica, también se han hecho cambios importantes. Hay que mencionar, para empezar, los objetivos centrales de mediano plazo de la actual gestión fiscal y que se encuentran en el Marco Macroeconómico Multianual: a) la disminución del déficit fiscal y, consecuentemente, de la relación deuda/PBI; b) la sustitución gradual de deuda externa por deuda interna; y, c) el mantenimiento de un perfil de endeudamiento público total con niveles de riesgo aceptables.
Para el logro de estos objetivos, se ha incorporado el tema de la sostenibilidad fiscal, aparte de los cambios importantes en la administración del presupuesto del país, no sólo como un instrumento de determinación y evaluación de las metas de déficit y endeudamiento, sino también como parte fundamental de la política de reestructuración de la deuda externa.
El MEF cuenta con una estrategia de colocaciones y operaciones de manejo de deuda pública interna y externa, que tomando en cuenta las experiencias y lecciones de otros países, hace énfasis en la administración de los riesgos de mercado, del costo de financiamiento y del riesgo de refinanciamiento.
Mercado Doméstico de Deuda Pública y Mercado de Capitales
Pero, además, le dije, se ha creado, y está en funcionamiento desde marzo del presente año, un Programa de Creadores de Mercado, en el que participan cinco importantes bancos privados, y cuyo propósito central es desarrollar y expandir el mercado doméstico de deuda pública en soles. ¿Para qué?
Primero, para disminuir la fragilidad de las cuentas fiscales al riesgo cambiario y a choques externos adversos, como el alza de la tasa de interés internacional, debido al peso dominante de la deuda externa sobre el total, y contribuir de este modo con la sostenibilidad fiscal. Adicionalmente, una deuda pública interna creciente y a plazos cada vez más largos creará el espacio para la incorporación de reglas fiscales antirrecesivas o contra cíclicas y de la propuesta de una meta de ahorro corriente junto a un presupuesto autosostenido de inversión pública, llevada por el Presidente a la reciente Cumbre de Río.
Y, segundo, para estimular la expansión del mercado doméstico de capitales, también en moneda local. La expansión de este mercado es fundamental para disminuir la vulnerabilidad del sistema financiero a los riesgos cambiarios y a choques externos adversos; para desdolarizar el mercado; y, hacerlo más competitivo y capaz de transformar los ahorros disponibles en inversión de largo plazo.
Con las emisiones del sector privado productivo, es decir, con un mercado de capitales en expansión, le dije, mejorará la relación ahorro-inversión productiva domésticos, para que el crecimiento económico sea realmente liderado por el sector privado en una economía de mercado menos vulnerable y volátil.
Lo que falta
Se podrá decir que lo hecho no es suficiente, pero no podrá negarse que es importante. En respuesta, mi hijo y su amiga sentenciaron a coro que disminuir el déficit fiscal sin poner en riesgo la construcción de la democracia es una utopía en un país donde el 54% de su población es pobre y, por tanto, hay notorias necesidades insatisfechas en educación, salud y bienestar. Salvo que eleven la recaudación tributaria. No es posible, me dijeron, terminar de modernizar la política fiscal sin una reforma tributaria que aumente la presión tributaria de su actual nivel de 13% hasta el 16% o 17% del PBI. Es verdad, les dije, pero es un tema que compromete a todos, al poder Ejecutivo, al poder Legislativo en el que están representados todas las fuerzas políticas, a la sociedad civil en su conjunto. Es un tema de acuerdo nacional.
Diario La República
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