Saturday, October 08, 2016

Se defiende y legitima al mercado, regulándolo


No hay, no puede haber separación de la economía de la política porque el mercado es una institución social.  «Es en las comunidades que compartimos los principales riesgos de la vida económica. Las interacciones sociales entre los individuos —dice John Kay— no son alternativas a las relaciones de mercado: son los medios mediante los cuales las relaciones de mercado funcionan  (véase The Truth About Markets, 2003). No entender que esto es así, daña la legitimidad social y política del mercado.
Tampoco puede haber una reforma política orientada a fortalecer la democracia, sin cambios en la manera cómo se crece, cómo se acumula capital y cómo se distribuye la riqueza que se produce. Los mercados autorregulados generan asimetrías de poder que luego se traducen en injusticias sociales que los deslegitiman. Estas asimetrías, por un lado, permiten la extracción de rentas de los consumidores mediante colusión de precios o su fijación con márgenes de ganancia que reflejan la existencia de un alto poder de mercado y, por otro, dan lugar a una distribución desigual del ingreso.  En consecuencia, el mercado autorregulado al generar condiciones para el ejercicio arbitrario del poder económico y político, puede afectar las condiciones de vida de la sociedad en su conjunto y erosionar la democracia. 
La defensa de la institución del mercado
Pero no se puede rechazar la institución del mercado, sobre todo en un país como el nuestro donde faltan mercados. Los mercados permiten la generación descentralizada de bienes y servicios que sirven al bienestar de la población. «Nosotros podemos alcanzar nuestros objetivos personales o de grupo —dice John Kay— sólo a través de nuestras relaciones con los demás». En este sentido el desarrollo de los mercados puede contribuir también al fortalecimiento de la democracia.
Esto es precisamente lo que buscó el consenso keynesiano de post guerra que permitió un crecimiento continuo desde la segunda mitad de la década de 1940 hasta 1973. Angus Madison llamó a este período el Golden Age de las economías de mercado. ¿Por qué? Porque el ingreso per cápita creció entre 1950 y 1973 en cerca de 3% promedio anual (véase «Growth and Interaction in the World Economy: The Roots of Modernity», 2005).
El Golden Age fue el período en el que, según Paul Krugman, el compromiso entre la democracia y la economía de mercado le otorgó dos papeles al Estado: a) velar por los equilibrios macroeconómicos; y, b) enfrentar las injusticias sociales generadas por el funcionamiento del mercado (véase «The Conscience of a Liberal», 2009). Para este consenso, entonces, defender la economía de mercado significó optar por su regulación con el objetivo de minimizar las externalidades negativas que genera su funcionamiento.
Lo que ocurrió después del Golden Age es conocido por todos. Se impuso el neoliberalismo en el mundo con la creencia de que el desmantelamiento de las regulaciones reduciría la volatilidad de la producción. Se argumentó que las economías de mercado avanzadas habían entrado a un período que algunos llamaron de la Gran Moderación, pero esta afirmación se fue al traste con el pánico financiero de finales del año 2007 y la crisis económica de 2008 cuyas consecuencias aún persisten.
La necesaria regulación de los mercados
En nuestro país las políticas neoliberales acentuaron las externalidades negativas del funcionamiento autorregulado de los mercados (la pobreza, el subempleo, la informalidad, la degradación ecológica, el poder de dominio y el rentismo,  etc.) que —prestándonos la expresión de Eric MacGilvray, 2012— diríamos que ahora se han convertido en «asuntos de  interés público prioritario». No se puede abandonar, entonces, la regulación de los mercados.
Por ejemplo, es urgente que se regulen las fusiones y adquisiciones empresariales para terminar con las concentraciones, monopolios o cuasi monopolios que, por su práctica rentista, afectan a los consumidores, impiden la entrada de nuevos competidores y generan posiciones de dominio que debilitan a la democracia.  Será muy bueno que esta vez se propicie un intenso debate sobre el proyecto de ley respectivo, que ya ha sido anunciado por algunos congresistas. (Véase La República, 03-10-2016).
Debe ponerse en discusión sus principios generales y su modalidad de control preventivo; los modelos de fusiones, integraciones y adquisiciones; la conveniencia o no de un tratamiento diferenciado por tipo de actividades (por ejemplo, servicios financieros vs comercio de alimentos y bebidas); los niveles de participación en el mercado; la autonomía relativa de INDECOPI y su blindaje para impedir su captura por el poder económico (prohibir la política de puerta giratoria); etc. Hay actividades diversas donde se requiere este tipo de regulaciones: el mercado financiero; los medios de comunicación; las AFP; los seguros donde se practica el control vertical que encarece las medicinas y perjudica a los asegurados (véase nuestro artículo del 08/06/2013); el expendio de bebidas y alimentos, etc. Este tipo de regulación, al fomentar la entrada de nuevos competidores al mercado, también fomenta las innovaciones y la creación y expansión de los mercados.  Los mercados concentrados y monopólicos fomentan el rentismo o extractivismo, es decir, la extracción de ingresos y recursos, sin innovaciones ni aumentos genuinos de competitividad.
En general, la regulación es la mejor defensa del mercado. Como señala John Kay «para que los mercados sobrevivan y evolucionen, la estructura de sus instituciones debe tener legitimidad. En ausencia de dicha legitimidad, los ricos se disputan los derechos de propiedad en los tribunales, y la gente pobre lo disputan en las calles. Y si no hay una aceptación general de la justicia de la distribución del ingreso y la riqueza, el poder político se disputa en formas que impiden el desarrollo económico eficaz».
 
 
 
Publicado en el Diario UNO, el sábado 8 de octubre.

Monday, October 03, 2016

Política Económica y Producto Potencial


Las consecuencias de la crisis financiera global de 2008 han originado un intenso debate sobre los efectos de los shocks adversos en el PBI de largo plazo. Diversas investigaciones para los países avanzados muestran que las recesiones impactan negativamente en el PBI tendencial o potencial y que las brechas del producto se cierran con la revisión hacia abajo del producto potencial más que mediante el rápido crecimiento que se piensa podría ocurrir después de la recesión. No se cumple la idea de que el PBI retorna a su nivel potencial previo al shock. La consecuencia es que las predicciones del PBI son revisadas a la baja. Los shocks tienen efectos permanentes. Por lo tanto, se puede decir que los shocks adversos de demanda tienen efectos permanentes porque impactan en el producto de largo plazo. (Véase: Haltmaier; 2012; Reifscheneider, 2013; Ball, 2014; Fatás y Summers, 2015; Martin, Munyan y Wilson, 2015).
Los economistas del «mainstream» han sostenido que el producto tiene una tendencia estacionaria; es decir, que al quitarle su tendencia o evolución de largo plazo, lo que queda es un proceso puramente estacionario. Esta idea es parte de la teoría macroeconómica  dominante en el Estados Unidos. Se sostiene que  el comportamiento de las familias y empresas depende no solo de las condiciones económicas actuales, sino de los que ellas (las familias y empresas) esperan que ocurra en el futuro. Pero como dice Blanchard (2014) en su artículo «Where Danger Lurks», comentando críticamente la concepción sobre las fluctuaciones de esa teoría: «El futuro esperado depende en parte de las decisiones actuales o corrientes. […] Pequeñas perturbaciones [exógenas o de política] pueden tener grandes efectos adversos o podrían dar lugar a depresiones largas y persistentes».
El producto potencial y la política económica
Los shocks que desatan las fluctuaciones no se autocorrigen y tienen efectos de largo plazo; dependiendo de su intensidad. Hay varias razones que explican por qué las recesiones —y, en general, las políticas económicas que se aplican en el período corriente— impactan negativamente en el producto potencial o de largo plazo. La más importante, sin embargo, para propósitos de nuestro artículo, es la caída de las inversiones que, al desacelerar la acumulación de capital o limitar su expansión, impactan negativamente en el crecimiento de la capacidad productiva y, por lo tanto, del producto potencial.
Pero esta relación entre las fluctuaciones y el producto potencial, ha puesto en evidencia otro hecho que los economistas que no pertenecen al «mainstream» ya sabían desde hace tiempo. Esto es, que  las políticas económicas que practican los países, en especial, los países como el nuestro, pueden retrasar o acelerar el crecimiento económico y, por lo tanto, pueden determinar el comportamiento del producto potencial o de su tendencia a largo plazo.
La década perdida de América Latina (las década de 1980) es un ejemplo de esta afirmación. Las políticas de austeridad que privilegiaron el pago de los servicios de la deuda externa y afectaron negativamente los gastos de inversión en infraestructura, en salud y educación, afectaron el crecimiento del producto potencial. Por eso aumentó el subempleo y se aceleró la informalidad, agravando los problemas estructurales de nuestras economías. Los que patrocinaron estas políticas (FMI y Banco Mundial) nunca imaginaron a tiempo las soluciones a nuestros problemas y sólo cuando se produjo la crisis asiática y rusa, algunos economistas empezaron a hablar del pecado original que nuestros países habían cometido al endeudarse en moneda extranjera y en los mercados internacionales. Y, sin embargo, no innovaron nada en materia de política macroeconómica.
¿No hay espacio para una política fiscal expansiva?
Hoy, los herederos criollos de esta ideología económica dan consejos fiscales pontificando que no se debe sobredimensionar el espacio fiscal actual para hacer política expansiva. No caen en la cuenta, por ejemplo, que la apreciación cambiaria propiciada por el Banco Central desde agosto de 2006 y reforzada con la enfermedad holandesa asociada a la exportación primaria, redujeron tremendamente el mercado interno para la producción manufacturera, agroindustrial y agropecuaria orientada al mercado interno; y, que así se limitó la inversión en maquinaria y equipo en estos sectores. En el período de oro del crecimiento (2003-2013), las inversiones en construcción siguieron siendo las dominantes.
Hay varios economistas, incluyendo al propio ministro de economía Alfredo Thorne,  que dicen  que el producto potencial está creciendo a 3.5% anual. Si el PBI —como señalan las estadísticasestá creciendo a la tasa de 4% anual, entonces estamos camino al sobrecalentamiento de la economía. ¡Qué les parece!  ¿Será esta la razón por las que se ha aconsejado la política fiscal de austeridad gradual?
Lo que muestran los estudios mencionados anteriormente es que cuando se produce una fuerte desaceleración económica, la brecha del producto tiende a cerrarse mediante la reducción del producto potencial o del producto tendencial. Y, cuando esto ocurre, puede errarse en el diseño de la política económica y, con ello retrasar aún más la transformación productiva que requiere nuestro país para disminuir el peso del liderazgo primario exportador en el crecimiento. Y esto, sin duda, precisa de una replanteamiento de la políticas macroeconómicas para hacerlas funcionales a la transformación productiva. Sobre esto he escrito varios artículos con el título «Repensando la política económica para el Perú del siglo XXI».
 
 
Publicado en el Diario UNO, el sábado 1 de octubre